Hoy no puedo pensar en muchas cosas, debería establecer un día para desgranar lo que me agota, pero leo el diario de hace tres años. El perro no se moría. En ese diario hay al menos dos mentiras y dos personas que no deberían ser nombradas. No he tenido ganas de mucho, solo de ver televisión. La televisión cada vez es más rara, pero al menos es gratis, creo. Limpié un poco mi habitación, saqué al pasillo ropa que ya no me sirve y que no puedo transformar en plata, porque son harapos. No me suenan las canciones que puso el vecino, y eso que insiste. Hace calor y está húmedo, pero me hago una sopa de sobre, yo que sé.

Las mariposas no viven un día, eso es mentira. A veces sucede, pero también los humanos vivimos un día. Aunque la metamorfosis es demasiado compleja para crear algo que se va a descomponer enseguida, que se va a deshacer de su seda y sus escamas en lo que dura una flor. Pienso en las polillas peludas, venenosas, feas, antenas de peine. Pienso en las trompas retorcidas pecoreando miel. Aquí no hay de eso, apenas una ventana al cemento, apenas un chorrito de polvo que entra en mi mundo diminuto, a veces una hoja de plátano, ojalá no un ratón. 

Si no camino y no hablo no puedo pensar, por eso este diario en su libreta parda habla de nada. Tuve otros, muchos otros, libretas negras y rosas, llenas de sexo disparatado, de rodillas en el pecho, de placeres y humillaciones que no voy a concretar. Hoy es esta, pequeña, vestidora, llena de apuntes e ideas sobre nada, de películas que atisbo en la tele de 14 que es mi ventana con vistas. En una época traducía, en otra dibujaba, en otra me bañaba en piscinas cálidas o me tiraba en rocas junto al mar. Ahora estoy en este pequeño caparazón, inventariando mis pocos libros sin valor, mis pares de zapatos, las cosas que recojo de la calle. Sobreviviendo más abajo del metabolismo basal.