«O pato
vinha cantando alegremente,
quém, quém»
-«O Pato», João Gilberto
El primer y único recuerdo que tengo de mi primera mascota es su nombre: Duque.
Después su imagen se desvanece en la bruma del tiempo. No lo volví a ver más, quizás murió de viejo, quizás lo atropelló un auto. No lo sé ni tampoco me quita el sueño. Debía de tener menos de 4 años cuando el perro vivía en nuestro patio.
La siguiente mascota también fue un perro, y de ese sí que conservo su recuerdo, su imagen en mi memoria. Era un perro blanco con una mancha negra en el ojo, tenía aspecto de lobo y a veces se comportaba como uno. Su nombre era Differbaker.
No se quién le puso el nombre, pero todos le decíamos Diff.
Diff llegó a casa siendo un cachorro y casi que crecimos juntos. Era medio malo, ladraba como si no hubiese mañana, y correteaba por el patio de mi casa, dando vueltas y vueltas. Recuerdo que una vez lo vi revolcarse contra el suelo, cerca de su rincón donde a veces lo atabamos con una cadena para que, cuando abríamos el portón que daba a la calle, no se escapara, ya que en más de una ocasión se pegó el lance y salió disparando a la calle.
Bueno, el porqué se revolcaba era porque había casado una rata gorda como una chancleta, y la estaba masticando. Tenía sangre en su hocico, y esta resaltaba más por lo blanco de su pelaje.
Si me hubieran dicho que tenía sangre de lobo, o de perro siberiano, me lo habría creído.
A Diff le gustaba jugar a las mordidas, y yo siempre terminaba con la mano toda hinchada por sus mordedoras, pero estas nunca eran muy severas. Si todavía no me morí de rabia, es porque tenía sus vacunas al día.
Diff vivió más de diez años, los últimos años de su vida fueron un ocaso en su carácter. De ser un perro muy activo, pasó a ser uno más calmado. De ladrar mucho a aullar mucho, para luego no hacer ni lo uno ni lo otro.
Si le salieron canas, no las vimos. Era un perro blanco desde cachorro. Salvo por su mancha negra en el ojo, que seguía siendo negra.
Luego vimos la ampolla en su pata derecha trasera. Y cómo esta fue creciendo y creciendo.
Y creciendo.
Hasta descubrir que era un tumor.
La vida de Diff se fue consumiendo, no solo por lo viejo, sino, supongo, por ese tumor que, quizá, solo quizá, de haberlo tratado, podria haberse salvado. No lo sé, ahora que lo pienso, me pregunto por qué nunca lo llevamos al veterinario.
Un día Diff dejó de andar por el patio, ya ni siquiera caminaba. Mi hermana se quedó con él hasta el final.
Hasta el día de hoy no se a dónde llevo mi padre su cuerpo. Si hay fotos de Diff, no las vi.
Pero lo recuerdo.
Por un tiempo el patio de mi casa se sintió muy vacío, muy solitario, muy silencioso. Recuerdo salir a simplemente estar allí y mirar para todos lados a ver si veía a Diff salir de su escondite para morderme la mano o correr en círculos. Una vez me quedé a dormir en la casa de un amigo y recuerdo haber soñado con Diff. Este me miraba y luego se iba, sin echar la mirada atrás.
Yo eché la mirada para todos lados en el patio, pero el silencio era mi única compañía. Y lo fue por varios años.
Hubo un periodo en que tuvimos mascotas que estuvieron con nosotros un par de años, puede que no más de 2, incluso menos de uno ahora que lo pienso.
Para empezar, mi padre una vez trajo un pájaro: un tero. Cuando él trabajaba en la fábrica, por cosas que no recuerdo bien, se trajo un tero en una jaula. El ave no podía volar, así que lo teníamos en un corral improvisado en la cocina. Lo sacábamos al patio para que corriese, le alimentábamos y todo.
Un día mi madre estaba afuera, viendo al tero andar por el césped.
Y luego voló.
Y se fue.
Por un lado era lo que debía hacer. Me gusta pensar que nuestro hogar fue su parada de descanso, para poder recuperarse de aquello que no le permitía volar.
Por otro lado un poco me entristeció, pero bueno. Lo importante es que, en vez de morir ahí por los terrenos de la fábrica por no poder volar, estando acá le dimos una oportunidad, y él la supo aprovechar.
Esto pasó antes de tener al tero y no se si cuando Diff estaba vivo, pero tuve un cobayo. Mi hermana también tuvo uno. El de ella era uno de color negro y se llamaba Paco. El mio era blanco con naranja y se llamaba Norberto.
Por… por el dragón de Hagrid en la primera película de Harry Potter.
Yo le decía Norby.
Paco y Norby vivían en dos jaulas separadas en la cocina. Comían pasto, comida para roedores y lechuga, y tomaban agua. Y meaban y cagaban su peso en forma de porotitos negros.
A ambos los conseguimos en un local que quedaba muuuuy lejos de casa, por cinco pesos cada uno, cuando cinco pesos valían algo. Los criamos lo mejor que pudimos, los dejábamos salir al patio si mal no recuerdo, lo cual me da la pauta de que los tuvimos después de que Diff falleciera. Norby chillaba cuando tenía hambre que se lo podía escuchar desde el otro lado de la casa. Se creía el dueño de todo, y mi hermana creía que se debía a que, cuando era más pequeño, lo alzamos arriba de todo para mirarlo desde abajo. No se, quizá era por eso, o quizá era porque así era Norby.
Un día regresaba del colegio y mi madre me dijo que Paco se escapó. Mi primer impulso fue en salir a buscarlo. Luego me tuvieron que decir la verdad.
Paco había muerto.
No recuerdo cual fue mi reacción, pero sí la de mi hermana. Ella lloró.
Una noche mis padres me despertaron, días después de la muerte de Paco, para decirme que Norby había muerto.
Yo lloré.
Cuando mi abuelo murió, todos a mi alrededor lloraron, menos yo.
Pero sí lloré con la muerte de mi cobayo. Es curioso cómo las emociones humanas afloran, y cómo el tener una mascota a uno lo prepara para, primero, se responsable de un ser vivo, y segundo, para experimentar el dolor de la pérdida, de experimentar lo que es la muerte. Algo de esto creo que se toca en el libro Cementerio de Animales de Stephen King, con todo el asunto del gato Church cuando es atropellado por un camión.
De nuevo, no sé que hicieron con el cuerpo tanto de Paco como de Norby. Probablemente los envolvieron en una bolsa y los arrojaron a la basura.
Pasaron los años y mi hermana trajo una gata gris que habían abandonado en nosequé lugar. Dijo que la gata se quedaría por dos días.
Je.
Esos dos día se convirtieron en más de dos años. Para colmo la gata, cuando mi madre la llevó para que la castraran, le dijero que estaba embarazada.
Y las crías las tuvo debajo de mi cama.
Eran cuatro gatitos, dos grises como ella y dos rubios. Nunca encontré al gato que la preñó. Por un tiempo la casa estuvo invadida de gatitos. Se paseaban por donde querían, se quedaban en el patio de adelante. Un día la gata los llevó al techo y mi hermana los tuvo que ir a bajar, porque los dejó en un lugar bastante peligroso.
Una amiga de aquellos años, diría por los 2010/2011 dijo que quería regalarle un gatito a su tía, y le dije que tenía 4 para elegir. Se llevó uno naranja al cual llamó Garfield. Años más tarde me pasó una foto de cómo había crecido Garfield. ¡Estaba enorme!
Los otros 3 gatitos se fueron. No se si se fueron por su propia cuenta o se los llevaron, porque un día volvía del colegio y vi a la gata sola. Ojalá, si se los llevaron, los hubiesen cuidado como la tía de mi amiga cuidó de Garfield.
La gata también se fue. No la volví a ver más.
A veces recuerdo esa mañana en que escuchaba unos maullidos débiles, y miraba bajo mi cama para ver un par de ojos mirándome y unos pequeños bultitos moviéndose.
Y sonrío.
A mi madre le dijeron que le regalarían un perro siberiano, una amiga le dijo. Pero luego su amiga cambió de parecer y le dio una cachorra marrón. La llamaban Malena.
Y Malena vino a nuestro hogar.
Malena era una perra muy viva desde muy pequeña. Muy juguetona y muy mimosa.
Y muy de mear por toda la casa.
Malena dormía en una cajita en un principio. Luego mi tía le compró una camita hecha con unas maderitas, y pasó a dormir ahí. No sé dónde quedó esa camita, puede que mi hermana la tirase. Con el paso del tiempo Malena fue creciendo, hasta que dijimos que debía empezar a dormir a fuera.
Ah, cómo lloró los primeros días, hasta que se adaptó y se puso chocha con todo el espacio.
Correteaba en círculos como solía hacer Diff, ladraba por el más mínimo ruido, pero seguía siendo igual de juguetona. Yo lo que hacía era agarrar un trapo viejo, y ella lo mordía de la otra punta y lo sacudía. Gruñía toda amenazadora, pero los ojos le brillaban como si estuviese divirtiendose. Era medio boba, un día le pegó un mordisco a un cable y se terminó quemando la lengua. La lengua le cicatrizó mal, quedándole medio deforme la punta, por lo cuando se agitaba abría todo el morro, podías ver lo deforme que le quedó la lengüita. Era gracioso verla. Ella se divertía mucho.
No recuerdo cómo surgió el pensamiento, pero a mi mente me llegó la idea de querer tener un gato negro.
Una noche abandonaron a una gatita bien chiquita en el patio delantero de mi casa. Era negra y blanca, de patrón «vaca» según google. La adoptamos, y la llamé Dante, no por Dante de la divina comedia.
Sino por Dante del videojuego Devil May Cry.
Dante es una gata que va a su bola, pero un principio era muy mimosa. Dormía con mi madre y solo quería estar con ella, esto se debe a que las primeras noches ella la tuvo encima, porque a mí me hacía estornudar.
A Dante sí la castramos, no quería despertarme con una sorpresa bajo la cama. Hubo una temporada en que le tuvo odio a mi hermana, debido a que le cortó las uñas. A partir de ahí y por muchos años, cada vez que mi hermana andaba cerca, Dante le siseaba como una serpiente y mostraba su odio en su mirada.
Un detalle que no conté sobre la gata anterior, la gris. Traía ratitas muertas a casa, como si fuesen regalos. Dante no hacía eso por suerte.
Solo se robaba huesos de pollo y se subía a las estanterías de la cocina.
Actualmente ya esta viejita, un ojo lo tiene ciego y ya no se mueve con tanta habilidad como antes. Su tiempo esta repartido entre sus necesidades fisiológicas (comer y cagar) y en dormir hecha una bola de pelos en el sillón.
Mi hermana trajo a casa un perro de raza pura: un yorkshire terrier, a quien llamé Chester, por el cantante Chester Bennington de Linkin Park. Es peluche andante, gruñón como viejo cascarrabias y que no toca hierba ni aunque lo eches. Por cosas de la vida que no vienen a cuento, también llegó Blanquito, un perro blanco que parece uno de esos perros blancos de gente cheta cuya raza no recuerdo el nombre. Solo que este era medio bobo y más grande que esos perros de gente cheta. Blanquito a pesar de los años, diría que desde el 2016, y que es posterior a que tuviesemos a Chester, sigue activo en el patio, aunque a día de hoy no correr como antes. En ese entonces Malena, Blanquito y Chester siempre andaban juntos en el patio, a veces con Dante, aunque esta iba a su bola.
Malena murió en un accidente.
Mi padre estaba entrando la camioneta, y cuando lo hacía, Malena se ponía adelante, como para guiarlo. Yo siempre me quedaba afuera para hacerle señas a Malena para que se alejara, tenía la mala costumbre de mear en el portón cuando yo lo abría. Una noche mi padre había abierto el portón y la reja el solo, y yo estaba en el baño.
Desde ahí la escuché a Malena, y supe que había sucedido.
No viene a cuento detallar lo ocurrido esa noche. Diré que era Sábado, y que yo me quedé con ella hasta el final.
El domingo me levante a las 5 de la mañana, agarré una pala y empecé a cavar en mi patio. Cuando supuse que era lo bastante profundo, fui a por Malena. La envolví en una frazada que yo siempre usaba para taparme. La cargué y la deposité lo mejor posible. Luego volví a agarrar la pala.
Hay una piedra con un grabado en laser con la figura de un perro, su nombre, y el de mi familia: mi hermana, mi cuñado, madre y padre. Ahora me gusta creer que es el espíritu guardián de mi casa.
Mi Familiar.
Un tiempo después mi hermana me ofreció un gatito. Le dije que no.
Igual terminó trayéndolo a casa, no para mí, sino para mamá. Habían rescatado creo que 4 o 5 gatitos, de los cuales ellos se quedaron con una negrita, los otros los dieron en adopción, y el quedaba lo trajeron a casa. Ellos le decían Manchita.
Mamá le puso Tom. Y así se quedó.
Manchita era porque tiene una mancha en la cara, una mancha negra. Es tambien del tipo «modelo vaca» como Dante. Tiene cara de culo 24/7, se va de parranda y vuelve todo rajuñeado. Gato fiestero, en más de una vez lo vimos salir de casa ajena y escabullirse a la nuestra… ¡delante nuestro!
Tom es un gato muy mimoso, no se te enoja por nada, te habla y te contesta. Aunque la cara de culo ya la tiene marcada hasta su esencia misma. A veces es muy exquisito con la comida que le damos, en plan si no tiene el sabor que le gusta no la come. Al menos hasta que le da hambre y no le queda otra. Ahora mismo debe estar durmiendo en el sillón. En invierno, cuando prendemos la estufa del comedor, Tom se pone JUSTO debajo de la estufa y ahí se queda. Un día la cola se le va a ir más adentro y tendremos que salir corriendo al veterinario.
Como quien dice la tercera es la vencida, mi hermana cayó con un nuevo animal: un patito amarillo, al que habían rescatado en noseque parte del campo de su pareja, y optaron por traerlo acá para criarlo. Primero lo tuvieron en una jaula la cual dejaban en el baño del taller que esta detrás de mi casa. No tenía nombre todavía. Era un patito amarillo, como de esos de juguete de los dibujos animados. Cuando fue creciendo, el amarillo de sus plumitas se fue transformando, así como su tamaño. Le armaron un corral improvisado y siempre que pasabas cerca, te decía piunpiún. Llegamos a silbarle y escuchar cómo nos contestaba con su piunpiún. Así decidimos llamarla: Piunpiún.
Piunpiún fue creciendo hasta ser una pata grande, de color verde. Es la pata de la izquierda de la foto de portada, la que asoma su cabeza sobre mi pierna. Era una pata demasiado domesticada, se comportaba como gato, te respondía como un loro y te mordía como un perro. Incluso se posaba en el hombro de mi hermana como un loro.
Y aleteaba cuando la arrojabas de poca altura. Quién lo diría, que tendríamos de mascota a un pato.
Luego trajeron huevos. casi una docena de huevos de pato. Mi hermana y mi cuñado pretendían criarlos para, eventualmente llevarlos al campo. Los fueron cuidando hasta que fueron eclosionando, casi todos al mismo tiempo. Algunos no sobrevivieron y murieron dentro del huevo, pero la mayoría salió y los tuvieron encerrados en el baño, donde les daban de comer y correteaban todos tan juntitos al ritmo de muchos piunpiún.
Así murieron unos pares, aplastados por sus hermanos.
La diferencia era notoria, unos los veías todos vigorosos, correteando, mientras que otros estaban débiles, húmedos. Yo traté de salvar a uno, estuve como una hora tratando de darle calor con agua tibia.
Al final también murió.
Pronto quedaron unos 7 patitos quizás. Mi hermana le tuvo más afecto a uno que era muy rubio, el más grande de todos. Ese era como el líder. Donde ese iba, todos lo seguían. Escuchar sus canturreos era una música muy relajante. Mientras tanto Piunpiún había dejado de decir piunpiún y ahora emitía un sonido menos agudo. Como un niño entrando en la pubertad, la voz le estaba cambiando, así como su carácter.
Mostraba cierta hostilidad hacia los patos, quizá por ser muy territorial, o quizá por envidia. No lo se. ¿Puede un animal domestica, un pato domesticado, sentir envidia? A un patito lo llegó a agarrar y revolear como un gusano. No lo sé.
Una noche estaba entrando la camioneta y cuando estaba entrando, me detuve. Había algo en el garage que da al patio trasero. Para ese entonces, los patitos dormían afuera, en una jaula. Yo me quedé mirando ese algo y cuando distinguí qué era, mis ojos se abrieron de sorpresa. Me bajé de la camioneta y me acerqué.
Era un patito.
Era el rubio favorito de mi hermana.
Estaba muerto.
Tenía una mancha de sangre en la cabeza. Cuando le avisé de lo ocurrido, por supuesto no se lo tomó muy bien. Primero sospechó del perro blanco, hasta yo sospeché de él. Desde ese entonces se lo mantenía vigilado cuando dejaban salir a los patitos a dar vueltas por el césped.
Algo que hacía mi cuñado era llenar con agua un hueco que hizo en la tierra para hacer una suerte de estanque. Ahí los patitos nadaban y chapoteaban y cazaban insectos. Los veías bañarse, sacudir sus cuerpitos en el agua, divirtiéndose como niños. Cuando era la hora de dormir, los metían en la jaula. Como iban creciendo, ya la jaula les quedaba chiquita. Era una que tenía tres compuertas, dos a la altura del piso y una donde se colocaba un plástico para la comida pero que estaba a unos diez centímetros de la base. A veces los patitos salían por ahí. Esta vez habían hecho un corral con unas tablas, un cofre viejo y roto y la jaula, lo que hacía que tuviesen un sitio donde andar sin dispersarse por todo el jardín.
A veces salía al patio solo para verlos corretear y escuchar sus piunpiún. La idea seguía en pie: criarlos para llevarlos al campo.
Llovía.
Salí al patio a ver a los patitos, y los ví.
Estaban dispersos por la pequeña porción de patio que había en su corral hecho con la jaula, los tablones y el cofre.
Estaba muertos.
Al principio creí que un rayo había caído los había matado a todos. Pero por cómo estaban dispersos, las marcas que tenían, eran marcas de un ataque.
Ahí estaban los patitos amarillos, cuyos correteos y voces cantarinas habían llenado el patio de vida.
Ahí estaban. Muertos.
Pero no todos.
Uno había sobrevivido. Las puertas de la jaula estaban cerradas, lo que me hizo pensar que, lo que fuera que los hubiese atacado, no lo habría podido si los patitos hubiesen podido meterse en la jaula.
Pero las puertas estaban cerradas.
Salvo la que estaban a unos diez centímetros del piso.
De alguna forma, un solo patito logró meterse por ahí, mientras sus hermanos morían.
En un principio sospechamos de Blanquito de nuevo. Pero una semilla de la duda nació en mi cuñado, y su mirada se posó por un momento en la pata.
Esa noche los enterramos. Mi hermana también sospechó del Blanquito, pero con el tiempo la semilla de la duda apareció en su rostro, aunque he de decir que por un tiempo no pudo ver al Blanquito, ni siquiera hablarle bien. El recuerdo del patito rubio seguía muy fresco como una herida recién abierta. A pesar de eso, también me generaba ciertas dudas sobre la muerte del patito rubio.
Nunca se aclaró como murieron los patitos.
Al final sobrevivió uno, y con el tiempo se convirtió en el pato blanco de arriba de todo. Era muy distinto a la Piunpiún, más reservado más de no dejarse agarrar, mientras que la otra era muy mimosa, parecía a veces un perro.
Los fuimos criando a los dos, eran todo un espectáculo verlos andar por el patio. Cuando se hicieron ya lo bastante grandes, mi hermana y mi cuñado les armaron un corral con una reja de alambre.
Pero estos aprendieron a saltarla con el tiempo.
Era muy común escuchar un repentino aleteo y decir «otra ves se escaparon». O escuchar a las 5 de la mañana cómo parecían discutir.
No parece, pero la mordida de un pato duele, te deja una marquita.
El plan seguía en pie: criarlos para llevarlos al campo.
Y ese plan se concretó.
Hoy, 4 de octubre del 2024, los patos se iban al campo. A la mañana escuché a mi hermana levantarse. Salí al patio y vi a Piunpiún andar por ahí. Ayer me había dado una mordida en el antebrazo que me dejó una marca. Y hoy me dio otra en la palma, también dejándome una marquita. Me volví a mi habitación para acostarme un rato, y luego escucho que mi hermana me llama. Salgo, y veo una caja grande.
Los patos estaban dentro. Hoy se los llevaban al campo.
Mi cuñado me dijo que hiciera los honores y cargara con la caja. Así lo hice. Dentro estaban la Piunpiún, y el patito superviviente, a quien llamamos Pinpín. Apenas hacían un ruido a los movimientos de la caja. Los deposite en el baúl del auto de mi cuñado y este cerró la puerta.
Y se fueron.
A pesar de que el Blanquito sigue dando vueltas o recostándose en el césped, vuelvo a sentir que el patio esta vacío, que el silencio me acompaña. Miro a todos lados, miro al rincón donde solían estar los patos, y espero a que Piunpiún me responda, o se me acerque corriendo para morderme las piernas, mientras Pinpín hace como gárgaras para tratar de expulsarme de su territorio. Ahora incluso miro por la ventana, esperando verlos andar por aquí, aletear por allá, hablar en su lenguaje de pato, como si estuvieran tramando algo.
Pero solo veo la oscuridad, solo escucho el silencio de la noche.
Los patos se fueron.
Y ya los extraño.
Los vi crecer, de ser patitos amarillos a ser los que están arriba. Piunpiún, la de la izquierda, es un poco más grande que Pinpín, y más mimosa y juguetona. Ahora estan en un lugar mejor, más amplio, con más espacio para corretear, con una pileta donde chapotear, lejos del barrio, lejos de la ciudad, lejos, lejos.
Hace un par de meses mi novio vino de visita para quedarse en mi casa unos días, y conoció a los patos. Me pasó una canción de un tal João Gilberto, que se llama O Pato. Es una canción muy alegre, y ahora cuando la escucho
O pato
no puedo evitar pensar
vinha cantando alegremente
mientras sonrío como un bobo
quém, quém
que los patos, que en otro tiempo eran apenas unas criaturitas tan pequeñas, tan diminutas y tan frágiles, hoy día unos animales hermosos y encantadores, ahora andan correteando de aquí para allá, como cuando solían hacerlo en el patio de mi casa.
Quém, quém, quém, quém