I

La tarde en que Chester fue a jugar con sus amigos a la plaza, se preguntó si acaso habría algo de verdad en la historia que su primo le contó, la vez que vino a visitarlo junto a sus padres. No tenía idea de ciertos aspectos que se ocultaban detrás de aquello que creía conocer en sus apenas 11 años de vida, viviendo en el barrio en que vivía, cruzándose con la gente que se cruzaba en sus caminatas hacia la plaza para jugar a la pelota con sus amigo, un lugar que frecuentaba cuando su mamá le permitía salir, pero que desde que su primo lo aventuró hacia ese lado pernicioso, oculto, Chester ahora sentía que aquello que tenía ante sus ojos era portador de una segunda cara, un rostro que se ocultaba en lo más hondo, pero que sin embargo proyectaba una sombra solo visible ante la gente que sabía hacia dónde ver.

Y Chester ahora sentía que era capaz de ver esa otra sombra, más oscura, proyectada ante su mirada.

Cuando era más pequeño, solía ir con su papá todas las tardes a jugar a la pelota. Con el pasar de los años, descubrió que los ánimos de su papá por jugar se sentían un tanto forzados, debido al agotamiento que reflejaban sus ojos, pozos que con el tiempo parecían volverse más profundos. Las tardes en que se pasaban la pelota de un lado a otro, en un continuo toque del pie, estirar la pierna, fingir una gran jugada, quedaron atrás cuando conoció a otros chicos, chicos de su misma escuela, que vivían en el mismo barrio que él, y que también se habían visto en su misma situación, con unos padres que ocultaban el verdadero estado en el que se encontraban, producto del sacrificio que hacían para sustentar a sus propias familias. La comprensión hacia las verdades del mundo no siempre llegaban de la misma forma y en los mismos años. A veces solo bastaba con una simple frase, una palabra, dicha en un tono específico, para comprender el peso de la misma y las implicaciones que traía con ella.

—Vamos, Ches—dijo su padre un día. Y Ches se fue con él.

Con un brillo de anhelo por esos años en que la comprensión del mundo escapaba de su inocente mente, Chester observaba cómo sus amigos jugaban a la pelota, él haciendo de defensor del arco, imaginando que cada uno de los chicos se veía a sí mismos realizando esas grandiosas jugadas del pasado, esos pases de estrella de mundial, mientras el receptor de tales pases los galardonaba con palabras resonantes, pero que no emitían eco alguno.

La pelota iba y venía, dibujando arcos, chocando en cabezas, siendo pateada con el empeine o con la punta, volando libremente hasta que perdía su impulso y caía en la realidad de que no era libre, sino utilizada para el entretenimiento de unos niños abandonados por sus padres. Chester los miraba, y de reojo, entre las figuras de los niños que se gritaban cosas no muy de niños, aprovechando que no había ojos ni oídos adultos, notaba que cerca de unos arbustos estaba aquello que había significado una nueva sombra proyectada contra el suelo. Una sombra que no la hubiera sabido ver de no ser por lo que le dijo su primo ,como quien le cuenta una anécdota o le enseña una nueva forma de insultar más horrenda que la anterior. Ante la mirada de Chester, allí a lo lejos, fuera del campo de fútbol de concreto, estaba eso.

El columpio.

Un movimiento, seguido de un ardor en el pecho. Después de un insulto a su madre y una golpiza en el hombro, Chester sintió todo eso en el transcurso de un segundo. Alguien decía algo en su defensa, y esa persona recibía el doble de lo que le habían dado a Chester. Pero en esos momentos no le importaba en lo absoluto. Toda su atención estaba centrada en aquel juego hecho de cadenas y una tabla de madera, ese sencillo péndulo que se balanceaba de un lado a otro a través de impulsos provocados por unas piernas de niño del tamaño de ramas. Un movimiento hipnótico aquel, Chester estaba seguro de ello. Chester se sentía hipnotizado como aquella persona que cae ante el movimiento de un reloj con cadenita, como tanto muestran los dibujos animados. Sus ojos no se desprendían del movimiento oscilatorio de ese juego para niños, ese que tan bien conocía, pero que desde la historia de su primo, ahora veía algo extraño en él, algo ominoso, misterioso, oculto, impropio de lo que suponía que era un simple juego de parque. Sí, Chester estaba hipnotizado por aquel columpio.

Que se movía solo.

—¡Eh, movete!—dijo alguien, y Chester se movió.

Se movió hacia ese columpio, eso que decía, que proclamaba a los cuatro vientos ser un columpio, un péndulo gigante que seguía moviéndose sin que nadie le diera impulso, sin que un viento lo sacudiese de un lado para otro, adelante y atrás. La sombra de la tabla de madera dibujaba una línea recta sobre el suelo de tierra, pero Chester veía una curva suave, descrita por el mismo columpio. Arriba y abajo. ¿Cómo era posible que una curva proyectase una línea recta sobre el suelo, a modo de sombra? Conceptos que Chester aún no tenía adquiridos, y que no había motivo alguno para que a los 11 años supiera sobre ello. Él solo quería jugar. Él solo quería divertirse con sus amigos. Él solo…

II

—Lo mismo quería la niña, Ches, ¿sabías?

La voz de su primo, lejos en su mente, resonaba como un discurso grabado en un viejo cassette, que se venía repitiendo desde la primera vez en que alguien presionó el botón play.

—¿Qué quería?

—Quería jugar, Ches—dijo su primo—, pero su padre no la dejaba. En cambio, le hacía cosas malas, cosas que el tío, tu papá, nunca te haría.

Chester tragó saliva. En su mente veía a su padre patear la pelota con una expresión jubilosa. Pero sabía que sus ojos, su mirada, decían otra cosa.

—¿Por qué le hacían eso?

—Lo hacían y ya—sacudió los hombros, como si hubiese dicho algo intrascendente—. Y la niña solo podía agachar la cabeza. Vivía a la vuelta de acá, ¿sabías? En la casa alpina, la que hace poco volvieron a comprar.

Chester conocía esa casa. La había visto cuando bajaba del colectivo con su madre, a la vuelta de la escuela.

—Un día, o una noche, su papá fue poseído por un demonio.

—¡Un demonio!

—Sí, Ches, un demonio muy feo, que habita en todas las casas, y que vos seguro viste, pero no sabías que era eso.

La voz de su primo cambiaba con cada frase que soltaba, volviéndose más baja, más lúgubre, como si le pesara lo que pronto diría.

—¿Có-cómo que lo vi?

—Sí, lo viste—su primo miró a ambos lados del patio de la casa de Ches, como si se asegurase de que no los estaban vigilando—, y sabes su nombre.

—¿Lo sé?

—Sí. Su nombre es “alcohol”

Chester conocía, o creía conocer a su primo, 4 años mayor que él. La mirada ansiosa, huidiza, como si siempre estuviera buscando algo que no estaba allí.

—Y el alcohol es la llave, Ches, para que el demonio te use como un muñeco. La niña lo sabía, Ches, sabía que su padre estaba poseído por ese demonio. Pero ¿sabes lo peor?

—¿Q-qué?

La mirada de su primo se centró en la suya, seria.

—Que su padre invitaba al demonio a poseerlo. Y este hacía cosas malas, Ches, cosas muy malas a la niña. Y la niña solo agachaba la cabeza, hasta que un día decidió levantar la mirada, y ¿sabes lo que vio?

Chester apenas podía sacudir la cabeza. Era de día cuando su primo le contó la historia, pero aún así, Chester sentía que una oscuridad se iba cerniendo sobre ambos.

—¿Q-q-qué v-vio?

—Vio… a su papá. Porque en realidad, él era el demonio. No había forma de diferenciarlos, el demonio era él. Y la niña gritó y huyó, salió corriendo en medio de la noche, desde la casa alpina hasta la plaza. Son pocas cuadras, pero en la noche, las cuadras se alargan, la oscuridad, por más loco que suene, muestra cosas que el sol oculta. En la oscuridad, Ches, el mundo cambia por completo.

“Pero ay, la niña no podía verlo, solo podía sentir la mirada roja del demonio penetrando su alma. El aliento fuerte quemándola como el calor de un horno, y sabes que esos queman sin tocar nada Ches. Eso veía la niña cuando llegó a la plaza y, para descansar, se sentó en el columpio y lo empezó a impulsar con los pies.

—P-pero cómo… de noche y…

—La noche era mejor que cualquier otra cosa, y la plaza era su sitio favorito, por más que no haya ido muchas veces en su vida. Pero ay, como ya te dije, la noche revela cosas que el sol oculta, y ella estaba ciega a lo que la estaba acechando en la oscuridad. Los pasos furtivos, las miradas enfebrecidas, el aliento sulfuroso. La niña no veía nada de eso en la oscuridad Ches. La niña no veía que algo más siniestro que el demonio que había visto en su casa la estaba vigilando. Y cuando recién pudo sentir algo, un presentimiento, un aliento entrecortado, fugaz, lleno de promesas para nada agradables… cuando la niña que se impulsaba en el columpio, ese que se corre el rumor de que a veces se mueve solo, se dio la vuelta, y vio…

Un pájaro cantor hizo saltar a Chester y su primo retrocedió por puro reflejo. La risa del ave resonaba con un eco que se desvanecía con cada aleteo que lo alejaba de los dos niños sentados en el patio de una casa.

Chester miró a su primo y vio que este miraba al cielo, lanzando insultos que nunca habían sido escuchados por un niño de 11 años.

—Pájaro de mierda y la…

—¿Qué pasó?

Su primo lo miró.

—Qué… ah, sí. Bueno, la historia termina ahí.

La decepción se hizo patente en el rostro de Chester, pero muy en el fondo, sentía un cierto alivio, del que supone haber creído que algo iba a terminar mal, pero que no ocurría de esa forma.

—Mentiroso. Seguro que te lo inventaste.

—Pff, es una historia vieja de tu barrio Ches, ¿o acaso no te la contó nadie?

—Nunca escuché tal cosa.

—Y creo que fue mejor así.

Chester tragó saliva. quería preguntar a qué se refería. Y quería saber, por sobre todo, qué pasó con la niña. A dónde fue, que sucedió esa noche en aquel columpio, ese que decían que se movía solo sin que nadie lo impulsara. Ese columpio que parecía esconder algo, un secreto ominoso que espantaría a cualquiera. Ese columpio…

…Que se movía ante sus ojos. Lo veía claramente, a pocos pasos de distancia, y… ¿no sentía que alguien lo estaba mirando?

Adelante, atrás. Arriba y abajo. Se movía como si unas pequeñas piernas apenas le dieran impulso, pero uno perceptible para el ojo avispado. Estaba ahí, Chester podía notar ese movimiento de péndulo, hipnotizante, que invitaba a dejarse llevar por su vaivén, un viaje de ida y vuelta, ida y vuelta. Si pudiera, pensó Chester, arrimando la mano, si pudiera tan solo sentir ese movimiento…

Chester tocó la cadena.

—¡No!

Un grito lo aturdió hasta dejarle el cuerpo temblando y el pecho agitado. Sombras se agitaban, una grande, otra más pequeña. La pequeña se fusionaba con la grande, y ambas retrocedían en la oscuridad hasta desaparecer. Chester podía escuchar un susurro, una voz que no podía emitir sonido alguno, porque la habían enmudecido a la fuerza.

—¡No!

Algo tocó su mano. Chester miró hacia el columpio.

Y vio unos ojos oscuros.

—Yo solo quería jugar. Pero apareció y me llevó. En la oscuridad, en la oscuridad, solo sentí dolor. Yo solo quería jugar en la oscuridad…

La voz resonaba de todas partes, Chester sintió que su pecho daba un salto, su corazón deseoso de romper sus costillas y salir huyendo. Algo húmedo fluyó por su cara al momento de escuchar esas palabras, tan cargadas de tristeza y resignación que lo abrumaron, y provocaron que su alma se quebrara en un llanto desconsolado.

—En la oscuridad…

En la oscuridad, allí, ella, la niña y… eso.

—¿Pero que te pasa?

Sintió que alguien lo sacudía, y su mano soltó la cadena del columpio, estático a falta de unos pies que le diesen impulso. Chester estaba parado frente al juego, una mano extendida apenas rozando la cadena. A su lado estaba uno de sus amigos, que lo miraba extrañado.

—¿Por qué estás llorando, Ches? ¿Te dolió?

—¿Eh?

La pelota rodaba de un lado a otro en la cancha de asfalto. El juego seguía como si él nunca hubiese participado.

—Qué..

—Te dolió, ¿no? Bueno, es normal—dijo su amigo—, un pelotazo en la tripa tumba a cualquiera. O casi a cualquiera.

—¿Qué estás diciendo?

—Dale Ches, te fuiste así sin más del partido, sin quejarte del golpe. Te llamamos pero no nos prestaste atención. ¿Querías subirte a ese columpio?

Y Chester se volvió de nuevo hacia el columpio. Este permanecía quieto. Miró su mano, la notó temblar de… ¿Miedo? ¿Terror?

Sacudió la cabeza. Se volvió de nuevo a su amigo.

—Perdón, es solo que creí ver algo.

—¿Que, un fantasma? No seas tonto. Vamos a jugar.

Su amigo se dirigió a la cancha. Chester se quedó quieto en su sitio por un instante, para ver una vez más el columpio.

Que estaba quieto del todo.

Pero sentía que algo… lo estaba ocupando.

Chester se encaminó hacia sus amigos. Definitivamente su primo era un mentiroso.

NOTA FINAL

¡Hola, y gracias por leer este cuento!
La idea se me vino por una charla que tuve hace un año más o menos con alguien en discord. Estaba charlando sobre literatura y escritura con este alguien y luego me dijo que una vez en la escuela les dieron un ejercicio, que consistía en que les daban una palabra y tenían que escribir un cuento relacionado con esa palabra. La palabra que le dieron a esta persona era «columpio», o hamaca, el clásico juego en las plazas. Luego de decirme medio en queja que «cómo le habían dado esa palabra, que no se le ocurría nada», le dije que yo podía escribir algo.

Este cuento lo escribí en un poco más de una hora, de madrugada, a modo de desafío autoimpuesto y me gustó cómo quedó. Para inspirarme, me puse a escuchar en bucle una canción del género drone, que para que me entiendan, les digo el nombre: In the dark, del artista Repulsive. Los animo a escucharla de noche, solos, a ver qué sensación les transmite. A mí me sirvió de inspiración.
¡Que tengas un buen día!