Hablemos de plantas nativas. Quizás algunos lectores las conozcan, tal vez otros no hayan oído sobre ellas pero puedan deducir de qué se trata, otros, incluso, se especialicen en esta cuestión. Sea cual sea la realidad de cada uno, podemos ponernos de acuerdo en que, a la hora de hablar de plantas nativas, se suele hacer mención de ciertas caracteristicas biológicas que no está de mas repasar. Que son especies adaptadas al ambiente donde se han desarrollado y evolucionado, que por ese motivo su cuidado es mínimo (ahorramos en agua de riego y en mantenimiento en general), que cumplen una función ecológica importantísima por lo que le aportan al suelo y al interaccionar con la fauna local -aves, insectos, pequeños mamíferos- ofreciéndoles comida y refugio, que no representan una amenaza para el ecosistema -como sí lo representan muchas especies exóticas que se vuelven invasoras-, que, al vincularse con la fauna local, se alían con los controladores naturales y sufren menos de determinadas plagas (en general las plagas son consecuencia de un desequilibrio en el ecosistema, al sembrar nativas estaremos aportando un granito de arena a favor de ese equilibrio cada vez más necesario), entre otras tantas bondades que nos ofrecen y sobre las que se puede hablar por horas. Pero muchas veces esta perspectiva biológica no alcanza para que la gente tome consciencia y comience a revalorizarlas. Es por eso que quería proponerles, muy brevemente, otras perspectivas para que, sumadas a estas cualidades mencionadas –que no son pocas ni menos importantes–, comencemos a tomarlas más en cuenta en nuestros espacios verdes.

Comenzaré con el aspecto cultural, que pocas veces se contempla. Y es que a la sombra de nuestra flora nativa han surgido una multiplicidad de leyendas que se difundieron de boca en boca, se han elaborado una variedad de sabores y colores, se han preparado recetas medicinales muchas de las cuales hoy se desconocen. Esas plantas fueron el sustento de los pueblos originarios e, incluso, de la cultura criolla que se instaló luego tomando algunos conocimientos de aquellos pueblos. Actualmente se sigue creyendo esa idea impuesta por Sarmiento de que en las pampas no había nada (“desierto” es la palabra que utilizó nuestro prócer para defirnirla). Sin embargo considero necesario empezar a replantearnos ciertas ideas que reproducimos sin habernos tomado el trabajo de cuestionar. Creer que en estas tierras no había nada es comparable con creer que no había nadie, por consiguiente, creer que no había nada ni nadie nos llevó, por mero desconocimiento, a no valorar y buscar reemplazar las plantas que aquí crecían y desplazar a los pueblos que en estas tierras tenían su sustento y su hogar. La realidad es que así como la Argentina estaba poblada por decenas de pueblos ancestrales, también estaba enriquecida con una fauna y una flora que tal vez hoy, dentro de nuestras ciudades, nos cueste imaginar. Una riqueza natural que poquito a poco deberemos empezar a integrar en nuestras sociedades.

Pues bien, incluyamos ahora el lado estético, paisajístico. Si le preguntamos a cualquier persona (a vos, por ejemplo, que estás leyendo este artículo) que imagine el jardín de sus sueños, lo más probable es que sea de estilo europeo, con formas bien definidas, mucho color y un verde bien intenso. Lamentablemente hemos adoptado ese concepto de belleza para nuestros jardines, un concepto que muchas veces va en contra de las plantas que naturalmente y por siglos conformaron el ambiente que habitamos. Sin embargo es una mirada que se puede deconstruir, reeducar. Debemos aprender a ser nosotros quienes nos adaptamos a nuestro entorno y no, como promulgaba el ideal del paisajismo francés, el entorno adaptándose a nosotros. Si nuestra zona es semiárida, por ejemplo, vamos a tener mucha vegetación achaparrada y con espinas (no esperen encontrarse un hermoso rosal o exuberantes orquídeas), y no está mal que así sea, se pueden crear hermosos paisajes incluso con esas plantas. Sólo es cuestión de formatear nuestro chip interno y entender que, junto a todo lo que venimos diciendo, la flora indígena define el carácter y el estilo del paisaje donde se desarrolla.

Por último, para finalizar con una perspectiva social y ligado con lo expresado hasta el momento, la idea de jardín bello que heredamos de los europeos viene de la mano de la idea de un jardín elitista, un jardín para pocos. Desde el jardín renacentista italiano hasta el francés, se han caracterizado por ser, si se quiere, ostentosas obras de arte para el ojo exigente. Una marca del lujo que gozaban los estratos mas altos de la sociedad. Hoy en día la realidad no es muy diferente. Mantener un “jardín bello” europeo no es algo que cualquiera se pueda permitir, sin embargo considero que tener una porción de naturaleza con la que disfrutar sólo o en familia en la intimidad del hogar debería ser, por qué no, un derecho para cualquier persona. Y aquí es donde entra la flora autóctona con un rol clave; ofrecer -sin distinción de clases- la posibilidad de tener un jardín estéticamente bello, ecológicamente sustentable y económicamente accesible. Como dijimos, el rasgo económico radica en la facilidad de cultivo, el escaso mantenimiento y en que muchas plantas (aunque no todas) con potencial ornamental pasan desapercibidas en los campos o terrenos baldíos donde naturalmente crecen.

Hasta la actualidad es poco lo que se ha hablado sobre este tema y mucho lo que queda aun por decir, sin embargo es importante ir empezando a generar una mayor visibilización de las plantas nativas en la sociedad y que no sea un conocimiento reservado meramente al ámbito técnico o académico. Un mundo que busca hacerle frente cada vez con más urgencia a la crisis climática debe contar con este conocimiento como una de sus herramientas clave en pos de lograr espacios mas sustentables, que apuesten al equilibrio natural de los ecosistemas, que esté al alcance de todos y que, finalmente, nos ayude a ver las cosas desde otra perspectiva, mas integrada a la Naturaleza. Mucho se ha dicho que plantar un árbol podria ayudar contra el cambio climático, sin embargo, no cualquier árbol es la solución. Las especies exóticas invasoras son una de las cinco causas que mas ha impactado en la pérdida de la biodiversidad, asi que no, cualquier árbol no es la solución, pero un árbol nativo seguramente lo sea. Este, como tantos otros ejemplos, ilustran por qué tener en cuenta la flora -y por consiguiente la fauna– autóctona es de vital importancia. Empecemos a hablar de nativas.