Waldemar Cubilla vino a Santa Rosa y habló en la Universidad durante una hora y media. No anoté, no grabé, no pregunté. No pude. Su experiencia, contada a través de un discurso potente como un martillazo, me dejó inmóvil hasta el final. De lo que recuerdo organicé lo siguiente:
I
En el partido bonaerense de José León Suárez existe una villa llamada La Carcova.
La Carcova está enclavada en torno del CEAMSE.
El CEAMSE es el basurero de toda la ciudad de Buenos Aires y parte del conurbano. Toneladas y toneladas de Basura.
En ese contexto, a las autoridades de la provincia de Buenos Aires se les ocurrió la idea de construir una cárcel.
Es decir que en esa zona se encuentra el basural, la villa y la cárcel.
Como era de prever, semejante cantidad de basura contaminó las napas, por lo que el agua de la cárcel no es potable, debiendo abastecerse las instalaciones con agua envasada.
También, como era previsible, la estigmatización de las personas de la zona se multiplicó al infinito.
Para construir la cárcel se recurrió a una bolsa de trabajo organizada por el municipio. La mayor parte de la mano de obra estaba integrada por gente del barrio. Luego de terminarla, algunos de ellos se quedaron trabajando como agentes del servicio penitenciario. Como era previsible, la cárcel comenzó a recibir vecinos del barrio, que encontraban del otro lado de la reja a otros vecinos, por lo que la relación que se estableció entre presos y guardias tuvo, en ese lugar, ciertas particularidades.
II
Waldemar Cubilla nació y creció en La Carcova. Para un habitante del barrio, nos cuenta, el oficio de ciruja queda muy cerca de casa y el de ladrón también. San Isidro es un barrio de gente adinerada y queda muy cerca de la villa. Waldemar eligió la segunda opción y terminó preso.
Con la colocación de la cárcel en el mismo barrio cerraron el circuito en pocos kilómetros. Todo el barrio tiene un pariente preso. Todos conocen las lógicas de visitas, requisas, audiencias y demás cuestiones específicas de lo carcelario.
“Uno está preso antes de entrar a la cárcel y puede estar libre antes de salir”. En cualquier otro contexto, esta frase parece entrar en relación con toda una cuestión archiutilizada por el discurso new age. Dicho por Cubilla la frase adquiere es como un golpe. Crecer sabiendo que a unos metros, del otro lado del muro, hay un destino esperando a la gente de la Carcova funciona como una promesa o una profecía. Cortar con ese circuito corto que han diagramado para ellos y que muchas veces es introyectado, es muy complejo.
III
Cuando Waldemar terminó el secundario en la cárcel de José León Suárez. él y sus compañeros egresados escribieron a mano una carta colectiva pidiéndole a la Universidad Nacional de General San Martín que garantizara su acceso a la educación universitaria. Hasta ese momento la cárcel no tenía ningún convenio con institutos superiores. Contra sus expectativas, autoridades de la Universidad se presentaron y se entrevistaron con los egresados para interiorizarse acerca de sus inquietudes y ofrecerles sus carreras. La desilusión fue grande al enterarse de que la carrera de Abogacía, que todo el grupo pensaba estudiar, no se encontraba en la Universidad. Frente a esa desilusión, comenzaron a recorrer desanimados la lista de carreras. Un integrante del grupo, con tono seguro y terminante, anunció que iban a estudiar sociología. Los restantes integrantes, en actitud cuasi gremial, asintieron sin dudar. Luego de que los Universitarios se fueron, todos le preguntaron al compañero qué era la sociología, por qué la había(n) elegido.
“La sociología escribe sobre la sociedad. Mirá dónde estamos. Estamos en la basura, nosotros somos la basura de la sociedad. ¿Y si escribimos algo desde acá? ¿Y si sale algo interesante? ¿No puede surgir algo interesante para decir?”
IV
Cuando se empieza a organizar la carrera de sociología dentro del penal, surgió un pedido de los futuros alumnos: La carrera debía estar abierta para los presos y también para los guardias. Así, en el ámbito universitario, los presos dejaron de ser presos y los guardias dejaron de ser guardias y todos pasaron a ser compañeros de cursada. Por un ratito al día, la violencia entre ellos se desmantelaba. Waldemar se recibió de sociólogo, y cinco guardias también lo hicieron. La magnitud de este gesto no tiene límites.
El servicio penitenciario de la Provincia de Buenos Aires operó directamente para que esta experiencia no volviera a ocurrir. Ningún guardia se volvió a recibir. Pero en esa experiencia inicial está, creo, el germen de todo.
V
Waldemar habla y todos escuchamos. Nos cuenta su historia y la cruza con autores, mezcla su experiencia con la teoría. Nos cuenta que al salir de la cárcel volvió a la Carcova y fundó una biblioteca, la primera de la villa. Su intención primera era la de alfabetizar adultos desde ahí, algo que había aprendido dentro del penal a través de un proyecto de alfabetización entre pares. Se capacitaba a alumnos presos para que pudieran volver al pabellón y alfabetizar a sus compañeros.
Contra su proyecto inicial, la biblioteca se llenó de chicos.
Nos muestra un video con los chicos que van a la biblioteca. Entre las muchas respuestas que aparecen en el video acerca de las razones por las cuales se acercan a la biblioteca, un nene responde que va a hacer caca, porque tiene baño.
Lo que dice Waldemar está bien lejos de una charla de superación personal y de querer es poder y de “tú puedes” cambiar o cualquier otro etcétera relacionado, su experiencia muestra la compleja relación entre cárcel y sociedad, desnuda las profundas consecuencias de los prejuicios, estereotipos y profecías autocumplidas.
Nos explica el complejo entramado de poder del conurbano, los grises que borran el límite de la legalidad e ilegalidad.
Nos cuenta que el vicepresidente de la biblioteca cayó preso por asalto, lo que constituyó un duro golpe organizativo y emocional.
Cuenta que está cursando el doctorado.
Cuenta que desde hace un tiempo, al dormir, ya no sueña con la cárcel.
VI
El nivel de reincidencia en la Argentina varía según el delito, pero siempre es muy alto.
El nivel de reincidencia de aquellos que durante su condena terminaron estudios superiores es de solo un dígito.