En los actos de designaciones de Santa Rosa descubrí que a los colegios secundarios de la ciudad se los denominaba Unidades Educativas. Por eso, las horas que salen a concurso figuran como U7, U8, U9, etc. En realidad los profesores no utilizan esas denominaciones, las llaman por el nombre o por el barrio.
Por lo demás, ninguna nomenclatura me hubiera servido de nada porque no conocía ni las escuelas, ni los barrios, ni la ciudad. Nuevo en la provincia, mi estrategia aquella vez fue agarrar cualquier curso cuyos horarios me combinaran con otros y después preocuparme en cómo hacer para llegar.
Entre las horas a designar aparecía la UP4 y las elegí sin pensarlo porque los horarios me resultaban muy convenientes. Las autoridades de mesa informan en voz alta las horas que toma cada docente para darle transparencia a las designaciones.
“Fernando tomó las horas en contexto de encierro” dijo el presidente y ahí me desayuné lo que había pasado. Le pregunté cómo era trabajar ahí y todos me levantaron los pulgares, Una hora cátedra los lunes, dos horas los martes.
En el trayecto que separaba la mesa del tribunal de mi banco, crucé miradas con una maestra que me mostró un gesto aprobatorio, lleno de dignidad, con el que se mira a alguien que ha decidido hacer una estupidez persiguiendo fines nobles.
El lunes me presenté en el penal. No pude entrar. No pasé del portón de entrada.
“No flaco, son las siete de la tarde. Acá a más tardar a las seis termina todo lo de educación.” Dijo el guardia de la puerta con la mayor amabilidad. Alguien puso mal el horario. No importa, mañana tengo clases acá. Ahí aclaro todo.
El martes volví. No pude entrar.
Esta vez crucé el primer puesto de seguridad. Un enorme predio arbolado separa la primera puerta de la segunda. Dejé la moto y seguí a pie hacia el grupo de guardias que custodiaba la segunda puerta. Antes de llegar veo salir dos tipos vestidos con guardapolvos blancos. Se acercan a mí: “¿Vos sos el profe nuevo? ¿No te avisaron del guardapolvo? Tomá el mío, mañana llevámelo a la sede”. El profe en cuestión era muy alto y al ponerme su guardapolvo, obligatorio para poder ingresar, parecía un chico disfrazado. No sabía de qué me hablaba cuando se refería a “la sede”.
Dejo documento, llaves de la moto, celular de este lado de la segunda puerta. El guardia mira mi apellido. “No está en la lista”. Sentencia. Pero yo tomé las horas, acá tengo el papelito. “Quién es su referente”. No sé, realmente.
El sector de educación no tiene teléfono, entonces un guardia tuvo que ir caminando hasta allá. El camino es largo. Todavía quedan cuatro puertas con sus guardias.
Pregunto algo como para romper el hielo. No lo logro. Me mantengo en silencio hasta que llega la orden. “No puede pasar, Don”. Me dice el guardia, menos amable que el primero.
Me volví a mi casa con la paradójica sensación de tener que pelear por entrar a un lugar del que todos quieren salir.