Hay un fragmento de los diarios de Seymour Glass, ese personaje complejo que imaginó Salinger, donde dice lo siguiente:

“Un niño es en la casa un huésped que ha de ser amado y respetado, nunca poseído, porque pertenece a Dios. Qué maravilloso, qué sano, qué bellamente difícil y por lo tanto verdadero.”

La palabra Dios nos puede hacer ruido a algunos de nosotros pero la tenemos que pensar sobre el fondo de la complejidad de Seymour.

A quien también le hizo ruido esa palabra fue a su hermanita Boo Boo, que le pidió, cuando eran chicos, que le escribiera una plegaria reemplazándola. Seymour, atento, cuando estaba lejos de casa en un viaje de verano, le escribió en una carta:

“¡Boo Boo, niña maravillosa! ¡Te pido que deseches por completo la plegaria temporal que me pediste que te diera para antes de acostarte! Si te parece bien, sustitúyela por esta otra, que elimina el problema de tus objeciones en torno a la palabra ‘Dios’:

<Soy una niña a punto de irme a dormir, como todas las noches. La palabra ‘Dios’ es un problema, debido a que la misma es usada y respetada, tal vez con fe suprema, por dos niñas amigas mías, las jóvenes Lotta Davilla y Marjorie Herberg, a quienes considero formidablemente crueles, así como mentirosas desde el vamos. Le hablo al concepto sin nombre, preferentemente sin forma o atributos ridículos, que siempre ha sido lo suficientemente amable y encantador como para guiar mi destino tanto entre como durante el espléndido y conmovedor uso de cuerpos humanos. Querido concepto, dame instrucciones buenas y razonables para mañana, mientras estoy durmiendo. No es necesario que yo sepa cuáles son esas instrucciones, ni el desarrollo o la comprensión de las mismas, pero estaré agradecida de llevarlas conmigo de alguna manera. Asumiré, temporalmente, que esas instrucciones se revelarán potentes, efectivas, alentadoras e intensas, dado que dejo mi mente tranquila y bastante vacía, tal como sugirió mi presuntuoso hermano mayor.>”

O sea (y para resumir el asunto): “un niño es en la casa un huésped que ha de ser amado y respetado, nunca poseído», porque pertenece «al concepto sin nombre, preferentemente sin forma o atributos ridículos».