Figúrese a Riquelme en ropa de entrenamiento. Un poco más morocho, más expresivo, pero Riquelme. Riquelme sin tanta habilidad con la pelota. Por eso lo tengo enfrente. Mi único alumno del día.

Me explicó que los alumnos pertenecen a pabellones diferentes y que algunos pabellones estaban castigados («engomados» es el término) por el problema de ayer. Pregunto si se puede saber cuál fue el problema. «Los muchachos de un pabellón tenían problemas con otro pabellón y había que pelear». El razonamiento sonó tan lógico como si me hubiera dicho «llegó la cuenta del teléfono y había que pagarla».

– ¿Y cuándo se ven los de pabellones distintos?

– Nunca. Los muchachos se treparon por las ventanas, se subieron al techo y les cayeron desde arriba.

La cárcel es una estructura inmensa del año 1935, la altura de los techos es en sí mismo un problemón. Saltar desde ahí al suelo te asegura una lesión. Encima hay que caer, pelearse con otros y por último recibir a los guardias.

 Mientras esperábamos a ver si soltaban a algún otro para venir a clases, charlamos.

«Esto es una cagada. Cada vez nos sacan más cosas porque estos quilombos tienen castigos. Yo vengo del penal de Ezeiza, que es de máxima seguridad. Ahí veíamos el cielo sin barrotes una vez por semana, dos horas. Nos largaban en una cancha de once los martes a la tarde para ver el cielo. Acá, en comparación, estamos mucho mejor, por eso todos piden el traslado para acá. Pero siempre pasa algo y entonces nos dejan cada vez más adentro. A ellos les gustaría que fuera como allá»

«Lo bueno de Ezeiza es que los conocés a todos. Conocía a Fariña. Siempre lo iba a visitar una chica que no era Karina, lo jodíamos con eso. Después llegó Lanatta, pero a ese casi ni lo vimos porque estaba en celda de aislamiento y cada vez que se trasladaba de un lado a otro armaban un circo de guardias y qué se yo. Acá no hay ninguno de esos. Estuvo Puccio, creo, pero se lo llevaron mucho antes de que yo llegara».

«Me gustan mucho los videojuegos, sabe. Acá tengo un dvd portatil que me trajo mi mamá. Tiene un disco chiquito con los juegos de family y un joystick para jugar. Ayer terminé el Mario Bros. Si me dan la transitoria en julio pido el traslado a Ezeiza para estar cerca de mi familia. Pero no aceptan ningún artefacto tecnológico así que lo voy a perder. Pero estoy con mi familia. y puedo salir. Hace tres años y medio que estoy acá. No sabe las ganas de irme que tengo. De salir y estar con la familia y decirle chau a las malas juntas.»

«Tiene un libro de poemas de amor? Le tengo que escribir a una chica y no me sale nada. Acá en la biblioteca hay muchos libro de autoayuda o religión. Estoy leyendo uno sobre la felicidad. Hasta donde entendí, dice que uno tiene que buscar la felicidad en uno mismo, no en nada de afuera. Es difícil, pero imagínese que acá nosotros tenemos todo afuera, si no encontramos cómo ser felices acá adentro, no llegamos a la transitoria.»

Después, llegó M., porrrrteño del barrio de Congreso. Y nos pusimos a trabajar.

Afuera había un hermoso sol. Pensé en cómo sería la mirada al cielo del preso que deja la cárcel luego de obtener la libertad. Esa primera mirada hacia arriba, con el portón cerrándose detrás.

Esa imagen como el motor en la búsqueda de la felicidad. Un sol de frente y un portón atrás. Seguro que no aparece en el libro de autoayuda.