Gastón Rodríguez estaba viviendo una semana para el olvido. Su relación de ocho años con Antonella había terminado después de descubrirla siéndole infiel con su mejor amigo, justo cuando ya había comprado el anillo para pedirle matrimonio.
Como si eso no fuera suficiente, pocos días después perdió su trabajo debido a una reducción de personal. Gastón trabajaba en un supermercado especializado en la venta de materiales de construcción y, debido a su pésima relación con el nuevo jefe de Recursos Humanos, fue el primero en ser despedido.
Para colmo, su gata Eleonora murió en la puerta del departamento. Como todas las tardes, estaba en la vereda cuando un repartidor, distraído mientras entregaba un pedido, no la vio y la atropelló.Era sábado por la tarde, luego de haber enterrado a Ele, así le decían con cariño, volvió a su casa. Era el peor año de la vida del joven Rodríguez: sin pareja, sin trabajo y sin su leal compañera.
Ésta última pérdida fue lo que más lo afectó emocionalmente. A Ele la había rescatado casi moribunda mientras paseaba en bicicleta con Antonella cuando todavía ni eran novios y desde ese día, eran inseparables.
Ese sábado, al regresar a su casa, Gastón se encontró con su vecina, Florencia Martínez. Era una joven estudiante de Arte, un par de años menor que él, y estaba a pocos finales de recibirse. Ella era quien cuidaba a Ele cuando Gastón no estaba en la ciudad.
Florencia estaba sentada en la puerta de su casa tomando unos mates. Cuando vio a Gastón entrar al complejo de departamentos, lo único que pudo hacer fue abrazarlo.
—Gas, me enteré de Ele. ¡Pobrecita! ¡Un imbécil el chabón de la moto! Es una pregunta boluda, pero… ¿vos cómo estás? Sabés que podés contar conmigo para hablar —le dijo la joven.
—Gracias, Flor. ¿Cómo estoy? Y… estoy.
El joven Rodríguez vivía en un complejo de departamentos internos. En el primero residía una anciana de unos 80 años; el segundo se había desocupado en diciembre y aún no estaba alquilado. En el tercero vivía él, y en el cuarto, Florencia.
La casa, aunque pequeña, tenía todas las comodidades para una persona o una joven pareja. Contaba con un living-comedor con una barra que separaba la cocina, un patio semicubierto que funcionaba como lavadero, un baño de tamaño mediano y una habitación amplia de 4 m². Cuando Gastón lo alquiló, lo hizo pensando en mudarse con Antonella, pero nunca llegó a oficializarlo, aunque ella pasaba cuatro de los siete días de la semana con él.
Por eso, cuando abrió la puerta de su departamento, sintió su nueva realidad como una cachetada. Fue entonces cuando Florencia le dijo:
—La vi a Anto. Me contó… ¡Lo siento!
—¿Te contó todo? —preguntó Gastón.
Florencia hizo una mueca y respondió:
—Sí, pero sin detalles. Perdóname, pero menos código que ropa de feria.
Gastón, al escuchar a su vecina, se rió y se sentó a su lado. Agarró el mate lavado que ella le ofrecía y dijo:
—Me hizo mierda. Te juro que hoy no sé si la sigo amando o la odio. —Le devolvió el mate y agregó—: Encima, no sabés, me quedé sin trabajo. Con mi suerte, voy a una orgía y me embarazan.
Florencia soltó una carcajada.
—Ay, perdón —dijo mientras se secaba las lágrimas de risa—, pero me imaginé la situación. ¡Vos estás muy salado, amigo! Todo en una semana.
Gastón la miró, sonrió, encogió los hombros y suspiró.
—El peor año de mi vida… y recién van tres meses.
Florencia se puso de pie, entró a su departamento para renovar los mates y le dijo:
—Tengo una idea. Esperame, que ya vengo.
La joven regresó con la yerba renovada, un mazo de cartas en la mano, y le preguntó:
—¿Creés en el Tarot? ¿Aceptás que te haga una tirada para ver cómo sigue el año?
Gastón, con más dudas que certezas, pero con una mezcla de resignación, pensó que ya nada más podía pasarle y aceptó la propuesta de su vecina.
Mientras él preparaba una nueva ronda de mates, Florencia mezclaba las cartas con concentración y las fue colocando en el suelo de una forma específica: siete en la fila superior, siete en la del medio y siete en la inferior. Eran veintiuna en total y revelarían el pasado, el presente y un posible futuro.
La joven tarotista se puso de pie, sacó su teléfono, le tomó una foto a las cartas, frunció el ceño y dijo en voz baja:
—Algo no me gusta.
Se volvió a sentar, tomó el mate de su vecino y continuó:
—Veo mucho dolor, oscuridad y… —hizo una pausa, llevó la mano a la boca y se quedó en silencio.
—¿Qué más ves? —preguntó Gastón con preocupación.
—Muerte —respondió Florencia mientras lo miraba a los ojos.
El joven tomó un sorbo del mate recién preparado, exhaló y dijo:
—¿Con el fallecimiento de Ele no alcanzó? ¡Dios! No pido viento a favor, solo no tener viento en contra.
Florencia levantó la cabeza, volvió a mirar a su vecino con extrema preocupación y lo interrumpió mientras él se quejaba:
—Esto es diferente. ¡Según las cartas, sos vos el que lo hace!
Gastón sonrió, le agarró las manos mientras le devolvía el mate y le dijo:
—Flor, quedate tranquila. Con todo lo que me viene pasando, no voy a hacer nada. Además, no tengo ni ganas. Pero tengo una idea.
Se puso de pie, se sacudió el pantalón, miró la hora y dijo:
—Ya está. ¡Festejemos la vida! Dejemos esto acá y vayamos a comprar algo para un asado antes de que cierre el súper. Necesito dejar de pensar en todo lo malo por un rato y fingir un poco de demencia.
—Dale, me gusta. Acepto —dijo Florencia.
Fueron al supermercado a hacer las compras para la cena: variedad de carne y varias botellas de vino. Aunque él quiso pagar todo, ella insistió en ir a medias o nada, sobre todo porque Gastón se había quedado sin trabajo. Entre risas y mucho alcohol, la noche terminó de una forma no planificada: juntos, en la cama de Florencia.
A la mañana siguiente, despertaron casi al mismo tiempo, se miraron y sonrieron con complicidad. Sin decir más que un “Buenos días”, Florencia fue al baño. Gastón intentó ver la hora en su teléfono, pero estaba sin batería.
—Flor, ¿tenés un cargador? ¿Sabés qué hora es? —preguntó.
Desde el baño, mientras se lavaba los dientes, ella respondió:
—Son como las 11. Fijate, está de mi lado de la cama.
Conectó el teléfono y se quedó mirando el techo de la habitación, sin terminar de comprender lo que había pasado esa noche. Entonces vio a Florencia regresar y le dijo:
—¿Todavía seguís en la cama? Levantate, así pongo a lavar la ropa mientras desayunamos. Tengo que seguir estudiando, rindo en unos días.
—Dale. Pero antes de desayunar, voy a lavarme la cara y los dientes… en mi casa.
Sacaron las sábanas usadas durante la noche y Gastón se fue a su departamento. Una vez listo, regresó con unos bizcochitos Don Satur que tenía guardados, pero Flor ya tenía todo preparado. En la mesa del comedor había una pila de tostadas, manteca, mermelada y el mate listo para empezar el desayuno.
El joven estaba encantado con la buena onda de su vecina, especialmente en un momento tan difícil para él. Se sentó, tomó el primer sorbo y recordó que tenía el teléfono cargando en la habitación de Florencia. Lo buscó; estaba al 30 % de batería y lo encendió. Lamentablemente, su buena noche estaba a punto de arruinarse.
Gastón se encontró con cerca de quince llamadas perdidas, la mayoría de ellas de Antonella. La última vez que hablaron, habían tenido una discusión muy fuerte y ella lo había bloqueado. Por eso, sorprendido por lo inusual de la situación, le mostró el teléfono a Flor.
—Esto es raro, algo grave. ¿La llamo? —dijo el joven.
Florencia asintió. La propia Antonella le había dicho, cuando la cruzó saliendo del departamento, que lo iba a bloquear para no tener más contacto con él.
Al llamar, no obtuvo respuesta, lo que lo preocupó aún más. Tras el tercer intento, una mujer contestó; su voz sonaba nerviosa y entrecortada. Entre palabras incoherentes, logró decir una sola frase entendible:
—Está mal. Estamos en el Municipal.
Gastón, ahora realmente inquieto, insistió con tono desesperado:
—¿Qué pasó? ¿Quién habla?
—Soy Mabel. Antonella está internada. ¡Vení, por favor! Estamos en el Municipal.
—Ok. Ahí salgo —respondió Gastón.
Florencia, al escucharlo, se preocupó aún más y preguntó sin rodeos:
—¿Qué pasó?
Gastón cortó la llamada y le explicó que era su exsuegra. Antonella había tenido un problema, estaba en el hospital y le había pedido que fuera.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Florencia.
Gastón había sufrido mucho por el final de su relación. Pero tantos años de amor no se desvanecían de la noche a la mañana, y él creía que, si estuviera en la misma situación, Antonella iría a verlo. Aun así, dudaba sobre cómo reaccionaría si aparecía su ex amigo.
Florencia, notando su indecisión, le dijo con determinación:
—Comé algo mientras me cambio y te llevo en la moto.
—Gracias, Flor —respondió Gastón.
En el hospital, el joven se enteró de lo sucedido: durante la madrugada, mientras Antonella volvía en taxi a su casa, chocó con un delivery. El impacto fue tan grave que ella quedó internada e inconsciente, y el motociclista perdió la vida.
El accidente había sido brutal, pero con un detalle extraño. Según la crónica policial, el motociclista quedó atrapado con el cuerpo boca abajo, enredado entre las ramas de un árbol, lo que provocó su muerte por ahorcamiento. La imagen fue tan impactante que un medio sensacionalista de la ciudad recibió una ola de críticas por publicar la foto del accidente junto con los datos personales de la víctima.
Su nombre era Emilio Pérez, tenía 21 años, estudiaba Educación Física y era padre de una bebé de apenas unas semanas. Había comenzado a trabajar hacía unos meses, poco antes de enterarse de que iba a ser padre.
Cuando Gastón vio el nombre del joven, lo reconoció al instante. Era el mismo que había atropellado a Eleonora. Una sensación extraña lo invadió, y no le gustó. No solo desde lo emocional, al pensar que el responsable de la muerte de su gata había recibido su merecido, sino también porque una niña crecería sin su padre.
Esta dicotomía generó un quiebre en él. Comenzó a experimentar sensaciones intensas recorriendo su cuerpo y, sin darse cuenta, empezó a sangrar por la nariz de manera descontrolada, hasta el punto de sufrir una hemorragia.
Al verlo en ese estado, Mabel lo abrazó y lo ayudó a estabilizarse. Le agradeció por estar presente y, con lágrimas en los ojos, le pidió perdón por la forma en que su hija se había comportado con él. Fue entonces cuando Gastón se enteró de que Antonella había tenido el accidente mientras volvía de la casa de su ex amigo.
Esa noche, decidió quedarse en el hospital, acompañando a la familia y esperando que su «gran amigo» no apareciera.
A la madrugada, se despertó de golpe al escuchar a médicos y enfermeras correr. Un joven de unos 30 años había sufrido un accidente grave en su domicilio y había entrado en paro en la ambulancia. Según lo que pudo escuchar luego, en la guardia hicieron lo imposible para resucitarlo, pero no lograron salvarlo. Según escuchó fue que las rejas de su domicilio se habían desoldado, cayendo sobre él. En particular, tres varas de hierro atravesaron el pecho, haciendo casi imposible que sobreviviera.
Esta vez, el medio amarillista no pudo publicar la fotografía, pero informó que el joven se llamaba Nicolás Rossi y tenía 28 años. Al ver ese nombre, Gastón quedó impactado: su ex mejor amigo había muerto. Entró en crisis, tuvo que correr al baño de la habitación de Antonella, donde se descompuso de manera violenta que llegó a vomitar sangre y desmatandose. Luego de ser atendido ahí mismo, tuvo el alta y Mabel le pidió que vaya a descansar.
Mientras regresaba a su casa, Gastón no podía dejar de pensar en una inquietante coincidencia: todas las personas que lo habían lastimado en los últimos días habían muerto en circunstancias extrañas. La única excepción era Antonella, su ex novia.
Además, recordó con escalofríos dos de las cartas del Tarot que Florencia había revelado aquella noche: el Tres de Espadas y El Colgado. Cada una representaba, con una precisión inquietante, la forma en que habían muerto su ex amigo y el repartidor. Era demasiada casualidad. Necesitaba hablar con Florencia.
Las quince cuadras que separaban el Hospital Municipal de su casa las recorrió en tiempo récord. No eran ni las nueve de la mañana, y supuso que su vecina aún dormía. Decidió esperar un rato y aprovechar ese tiempo para ordenar sus pensamientos. No quería sonar irracional ni hacer que Florencia creyera que había perdido la cabeza. Tenía que analizarlo bien antes de hablar con ella.
Después de un rato perdido en sus pensamientos, Gastón escuchó desde el departamento vecino Tiburones de Ricky Martin. Fue suficiente para saber que Florencia ya estaba despierta. Sin pensarlo demasiado, le envió un mensaje preguntándole si podía pasar.
— Venite —respondió ella.
Apenas cruzó la puerta, Florencia lo miró y le preguntó:
— ¿Qué pasó?
Gastón la puso al tanto de todo. Le contó que Antonella tenía muchos golpes debido al accidente y seguía inconsciente, pero el joven que chocó contra el taxi había fallecido.
—¿Sabés quién es este chico? —le preguntó Gastón a Florencia.
—Eh… No. ¿Quién?
—Fue el mismo chabón que atropelló a Ele —dijo él, llevándose las manos a la cabeza.
—¡Me jodés! —respondió Florencia.
Al ver su reacción, la joven notó lo mal que estaba su vecino. Fue por eso que le preguntó:
—¿Qué pasa, Gas? Estás raro, y no solo es por Anto. ¡Contame!
Entre lágrimas, Gastón le confesó que el joven fallecido había dejado huérfana a una niña y que, tras el accidente de Ele, en un arranque de ira, le había deseado la muerte… aunque nunca lo dijo en serio.
Luego, con la voz temblorosa, le contó que su ex amigo, el que había estado con Antonella, también había muerto en un extraño accidente en su casa.
El miedo comenzó a apoderarse de él. Sentía, casi con certeza, que había una conexión entre aquellas muertes y la tirada de cartas del Tarot. Y lo peor de todo: aún quedaban más cartas por revelarse. La angustia lo estaba consumiendo.
Florencia, sin saber qué decir, simplemente lo abrazó. En ese instante, Gastón se quebró por completo. Un llanto desconsolado se apoderó de él, incapaz de contener la avalancha de emociones. No solo estaba viviendo la peor semana de su vida, sino que, de alguna manera, se sentía responsable de aquellas muertes… y no sabía cómo explicarlo.
Florencia quedó sorprendida tras recibir tanta información de su vecino. Aunque creyó que Gastón estaba desvariando debido al estrés de los últimos días, igualmente buscó la foto que había tomado para verificarlo.
Al verla, sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Las cartas reveladas coincidían inquietantemente con la forma en que habían muerto los fallecidos. Pero lo peor aún estaba por venir: quedaban cartas aún más siniestras por interpretar.
Preocupada por el estado de su vecino y temiendo que hiciera una locura, le pidió que se quedara con ella. Le sugirió que se acostara en el sillón a descansar un rato, mientras ella investigaba las coincidencias.
La joven recordó un viejo libro que había comprado en un mercado de pulgas en Buenos Aires, durante un viaje relámpago que hizo años atrás, cuando recién iniciaba sus estudios en espiritualidad. Luego de buscarlo un rato, lo encontró en una de las cajas dentro del placard de su habitación.
—¡Lo encontré! —le dijo Florencia a Gastón, despertándolo.
El joven, al escucharla, se levantó. La vio feliz por el hallazgo y, mientras se desperezaba de su mini siesta, le preguntó:
—¿Ese libro me va a ayudar?
Florencia, sin decir una palabra, lo miró a los ojos y sonrió, moviendo la cabeza de arriba hacia abajo en señal de aprobación. Sin embargo, antes de continuar, le pidió dos condiciones: que lo tomara con seriedad y que hiciera unos mates.
Ella conocía ese libro de memoria. Durante años lo había leído, intentando interpretar sus propios sueños y el significado de las cartas del Tarot; incluso tenía explicaciones alternativas a las tradicionales. Por eso, sabía que sería muy fácil encontrar una interpretación para los eventos extraños que estaba viviendo su vecino.
—Dale, Gas… ¡Apurate con el mate! Creo que encontré algo.
La joven puso el libro sobre la mesa. Era bastante grande, con las páginas percudidas por el paso del tiempo y manchas que delataban algún derrame de líquido en su superficie. Al abrirlo, Gastón ya estaba sentado con el mate listo, esperando encontrar una respuesta a lo que estaba viviendo.
La tensión se sentía en el aire del departamento. Solo se escuchaba el sonido de las páginas cuando Florencia las pasaba, el agua al caer llenando el mate y cuando Gastón tragaba. Hasta que la joven, con una expresión de sorpresa y preocupación, dijo:
—Acá está.
—Decime, por favor.- con todo desesperado dijo Gastón.
Florencia le explicó que, según el libro, cuando dormimos y entramos en un sueño profundo, nuestra alma sale del cuerpo y queda cerca de nosotros, protegiéndonos de los espíritus y demonios que nos rodean.
Cuando una persona sufre un evento que le causa un gran dolor en el plano terrenal, su alma puede perder el control y comenzar a deambular, tratando de corregir el daño que le fue infligido. La situación se agrava en situaciones extremas, el alma pierde su propia luz y es absorbida por la oscuridad, convirtiéndose en un alma vengadora y busca aquello que daño a la persona en su estado consciente. Cada vez que cumple su objetivo, regresa al cuerpo antes de despertar pero tiene consecuencias, la persona empieza a autodestruirse.
Florencia dejó de leer y vió a su vecino, que estaba impactado. Gastón aunque no era muy creyente, estaba viviendo la peor semana de su vida y todo ese dolor que sentía, era cómo si su alma se desvanecía ante tanto sufrimiento. Había planificado una vida con Antonella, y ahora todo se había roto por su infidelidad con su mejor amigo. Había perdido su trabajo, su única fuente de estabilidad económica. Y, como si todo esto no fuera suficiente, su pequeña y hermosa gata había fallecido por la negligencia de un tercero.
—¿Y ahora qué hago? —le preguntó a Florencia.
La joven cerró el libro, tomó el mate que estaba sobre la mesa desde hacía unos minutos y le respondió:
—Sufriste, y mucho. Vas a tener que sanar porque, si creemos en lo que dice el libro, no solo lastimás a los demás, sino que te estás dañando a vos mismo. Tu alma se está contaminando después de cada evento de venganza.
Gastón, al escucharla, quedó en silencio. Miró al techo, pensativo, tomó el mate que Florencia le devolvía y le dijo:
—No. Ellos merecen algo de lo que yo sufrí… ¿Y sabés qué? Esto es ridículo —dijo, mientras se levantaba de manera impetuosa, dispuesto a irse a su departamento.
Florencia intentó detenerlo, pero Gastón no quiso saber nada. Tanto dolor no podía manejarlo, así que se encerró en su departamento. Cerró la puerta con firmeza para evitar que Florencia lo siguiera y, apenas quedó solo, se largó a llorar desconsoladamente.
Ese día le costó dormir, aunque el agotamiento lo venció y cayó en un profundo sueño. Pasó algo extraño esa noche: el joven soñó que estaba de pie y todo a su alrededor era oscuridad. No había nada más que un espejo flotando en el aire, que lo seguía a donde fuera. Pero cuando intentaba verse, no se reflejaba; en su lugar, veía a Antonella, Mabel e incluso la propia Florencia. A esta última llorando y bañada en sangre. Fue entonces cuando, en pleno sueño, comenzó a escuchar:
— ¡Dale, Gastón! ¡Abrime! ¡Gastón!
El joven, todavía medio dormido, sintió como la voz lo arrastraba a la realidad, pero la escuchaba más lúcido que antes:
— ¿Me podés abrir, Gastón? Tengo noticias.
Se levantó y fue a ver quién golpeaba su puerta. Al abrir, vió que era Florencia. Este intentó pedir disculpas por su reacción pero ella lo interrumpió, diciendo:
— Perdón por lo de ayer. Estabas mal y me equivoqué. Quise ayudar y salió mal. Olvídate de ese libro, es una pavada lo que dice.
Florencia lo abrazó en señal de empatía y amistad. Gastón, aún medio dormido y con la ropa puesta del día anterior, le preguntó qué estaba pasando y qué noticias tenía.
— Antonella despertó y está bien. Su mamá me llamó desde el teléfono de ella porque seguís con el teléfono apagado. Mabel también me contó que el accidente ocurrió por una sumatoria de malas decisiones individuales de ambos conductores. El taxista estaba ebrio, cruzó el semáforo en rojo y el delivery venía en contramano. Eso generó que ninguno de los dos se viera, y fue ahí que ocurrió la tragedia.
Gastón se sintió aliviado porque su ex estaba bien, y porque la muerte del delivery había sido un error humano, no un fenómeno sobrenatural. Pero entonces recordó algo y le dijo a Florencia:
— ¿Y Nico?
— Según lo que leí en las noticias sobre el peritaje, las rejas estaban rotas después de un choque, y tu amigo nunca las reparó. Cuando cerró la puerta con fuerza, las rejas se cortaron y cayeron sobre él. ¡No pasó antes de milagro! —le explicó Florencia, mientras le tomaba ambas manos.
Gastón exhaló profundamente, dejando salir toda la tensión acumulada después de tantos días de estrés. Cerró los ojos, sonrió por un instante y, al abrirlos, vio a Florencia como lo observaba. Esa imagen le transmitió calma y le dijo:
— Gracias, Flor. No sabés cómo me ayudaste. Por siempre te lo voy a agradecer.
Se acercó y le dio un beso en la frente.
— No tenés nada que agradecer. Vos hubieras hecho lo mismo —le respondió la joven.
Y continuó diciendo:
— Ya que estamos más tranquilos… ¿Cenamos algo tranqui hoy?
— Dale, hagamos unas pizzas —le respondió Gastón.
La joven se levantó de la silla, le dio un beso en la mejilla y se fue a su casa. Él la siguió con la mirada, cerró la puerta y miró a un costado, donde había un gran espejo. Al verse reflejado, sonrió y dijo:
— ¿Viste? Te dije que nadie se iba a dar cuenta.
Diseñador, docente y cultura-pop.