La primavera trae aromas a Violeta

Violeta, poeta y señora de los puentes posibles, si hay alguien que continúa trascendiendo

todas las fronteras

es Violeta Parra.

Recuerdo la tarde en que la conocí a ella y conocí Chile. Tenía unos 15 o 16 años. Nos encontramos con amigues en la biblioteca popular Hugo Dario Fernandez, mi segunda casa en el barrio San Martín de Comodoro Rivadavia, mi ciudad natal, tiempo antes que la incendiaran intencionalmente como pasó recientemente con nuestra querida ex estación noroeste, donde aún latía la biblioteca fija y ambulante. Allí en la biblioteca, esa tarde de sábado, nos reunimos por las fiestas patrias de nuestro país hermano Chile. Les vecines del barrio, en su mayoría inmigrantes chilenos, se acercaron. Si bien el barrio San Martín no era el barrio donde yo vivía, sí era mi barrio por elección. Tomar la línea 3, o si estaba poco ventoso, caminar hasta el Sanma, llegar atravesándolo como quien besa el barrio al irlo pisando(*) y llegar a la biblioteca era un cotidiano: el apoyo escolar, los juegos, los mates con tortas fritas, la ñaña Rosa y su carita de kultrün resonando en mi muy fuerte, aún hoy, desde esa juventud tan cercana..parece ayer. Formamos una ronda alrededor de un fuego que nos imaginamos, no se si llegan a sentir el frío de la primavera a los pies del Cerro Chenque, nos abriga un territorio árido donde el viento marino pasa sin chocarse más que con las casas de techos bajos y algún que otro poste de luz. El viento sur asciende y desciende por el cerro abrazando las casas de chapa y material económico que, inclinadas, resisten el clima hostil que curte la piel y taja las manos. Recuerdo siempre las manos de quienes viven a la intemperie, en el frío de quienes viven lejos del ruido y los edificios altos, al pie del Chenque, cerro sagrado. Y en esa ronda una mujer con su guitarrón y su Gracias a la vida, un compañero homenajeando a Víctor Jara, un hombre anciano con escritos propios recordando su Chile natal y un acento que me llevó muy cerquita del mapuzungun. Me arriesgaría a decir que esa fue la primera vez que sentí profundo el lenguaje del territorio en el que nací, porque las fronteras son de quienes necesitan acapararlo todo, nosotres, que somos de barro, sabemos que no hay límites posibles para encontrarnos y reconocernos. Y fue así que sentí profundamente, esa tarde y en más, el rugido profundo de Violeta, un rugido en ella que despertó los verbos de todo un territorio diezmado, ella es la manifestación de ese brote hecho canto, arpillera, cuerpo en escena, vino y pan casero de mano en mano. Ella es el territorio que recorre con su guitarra, lápiz, papel y un grabador gastado, ella es el territorio continuamente recuperado tras largas épocas de conquista colonial, ella aún resuena en ese rugido que nos convoca a seguir hermanándonos más allá de las fronteras impuestas. Y es tanto así, que conocí por primera vez su voz a través de la voz de su pueblo. Viva Chile en la fuerza de Salvador Allende, de Victor Jara, en la voz inmensa de mi gran maestra en esta vida, Violeta Parra.

Recuerdo de una tarde fría de sábado, celebrando las fiestas patrias chilenas en la biblioteca popular Hugo Dario Fernández en el barrio San Martin, Comodoro Rivadavia

Septiembre de 2005 o 2006.

(*)Amar la trama, Jorge Drexler, cantautor uruguayo

La foto la descargué del siguiente portal: https://elpais.com/cultura/2017/10/04/actualidad/1507130847_797931.html

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio