Pensamientos sobre la vastedad de las cosas

I:

Hay algo extrañamente reconfortante en la vastedad de las cosas. En lo que se consigue al tratar de obtener una magnitud abstracta sobre nuestro inexistente tamaño en el todo. Como si reemplazáramos la sábana de las preocupaciones cotidianas con una pesada frazada de cosmos. Esto no significa caer en el nihilismo de determinar que nada importa, sino reconocer lo soporífero de darse cuenta todo lo que hay encima. El peso de la nada. Que nuestro ser colectivo sea una gota de agua en una ola, en el momento exacto en la que ésta golpea la arena y nada más. Qué suerte.

II:

Vastedad, tamaño, espacio. Cosas que probablemente no podemos sentir de forma directa. El eterno grito de una estrella de 27 millones de grados centígrados a la que llamamos Sol. El peso de un agujero negro. Vivir sin ser consciente de uno mismo. Nociones tan grandes o ajenas que escapan lo tangible de la razón y habitan el lugar de la verdad incrédula, cuasi-imaginaria. ¿Hasta qué punto podes visualizar el tamaño de la galaxia? ¿Cuánto podes sentir en tu cuerpo?

III:

En un mundo donde el sentir corpóreo está cada vez más entreverado por lo digital y la información moldea el sentir; en un mundo donde el señorío tecnócrata aspira a lograr lo que Ícaro no consiguió y la plebe se alimenta de lo aspiracional; en un mundo donde todo está en la palma de nuestra mano pero muy poco nos es accesible, hay cierta rebeldía en el detenerse.

Respirar. Centrarse en el sentir de la piel con la madera. El calor del vociferante e inaudible sol sobre la piel. El olor del pasto en verano. El ronroneo de un gato. Alzar la mirada y encontrar la de un otro. El existir de un otro. Maravillarse con la significancia de las cosas. Que nuestro ser colectivo sea una gota de agua en una ola, en el momento exacto en la que ésta golpea la arena y nada más. Qué suerte.

Detenerse. Replegarse. Sentir la frazada cósmica.

Donde todo apunta a lo magno pero a veces se encuentra más en lo pequeño.