Hasta que Dios diga

Miré el último rayo de sol que asomaba en mi ventana, ya caía la tarde que parecía desperezarse hacia una noche sin fin.

La rutina ya no era la de siempre, no fueron  quince días, lo presentía, por eso traté de tomar con calma aquello que se convertiría, mas que en una cuarentena en una lección de vida, un aprendizaje.
Extrañaba mi café diario, en la mesa del bar de la calle, era habitué y parte del paisaje, mi aparente mirada perdida, hacía creer a muchos en el pueblo, que era un extraño personaje, y por allí escuchaba por voces de mis conocidos, que se decía que era un hombre de negocios, no los de escaparate los que se esconden en sobrecitos, otros creían que había abandonado una familia y que el paso diario por el café resultaba bastante snob junto con la leída del periódico, ese café chiquito, que no me esforzaba por terminar, ya que en cada trago parecía degustar el mayor de los manjares de un chef, porque era exquisito combinado con una mezcla  de aroma del mismo, y sumado a él, el olor a masa dulce horneada, inexplicable para cualquier catador.
Pero el bar estaba cerrado, el café tenía otro sabor, me lo hacía yo, trate de que se parezca lo mas posible a mi realidad, entonces ponía en el fondo  de mi ordenador fotos de diferentes bares, ordenados casi lujosamente uno para cada día.
Pasaron horas, días, semanas, mes, dos meses, intentando llevar lo mejor posible esta prisión, hice cosas que jamás hubiera imaginado. La computadora que solo usaba para ver una noticia o tema de interés, se había convertido en «mi amor, mi cómplice y todo».
Comencé a hacer cursos, porque no estaba mal cultivar el intelecto, descubrí la octava maravilla del mundo moderno, la aplicación de zoom, me anoté en cuanto taller se presentaba desde programación neurolinguística, pasando por el idioma hebreo, hasta la elaboración de macetas y comidas.
Había organizado un calendario de actividades, y llegué a tener tantos zooms por día  que se me superponían los horarios, así que en esos casos, prendía otro en el celular, para que creyeran que estaba presente y en el peor de los casos, llegué a prender la vieja tablet, para estar en tres partes a la vez, cada tanto pasaba de uno a otro y escribía: «muy bueno», «excelente» o ponía  un pulgar para arriba sin tener idea de lo que estaba hablando, solo miraba otros comentarios, así de activo me encontraba en plena pandemia, y lleno de conocimientos.
Aclaro para que  se entienda, que soy profesor jubilado, no de esos conocidos, sino  de esos de perfil bajo con cara de pocos amigos, sólo lo parecía, siendo joven aún, logré acceder a ese beneficio, así que mal que mal, el dinero si bien no sobraba, no era un problema, lo que sí era un verdadero problema era pagar las cuentas en un principio, yo sólo sabía   que se pagaba en bancos y locales habilitados, así que también me amigué con esas cosas, previo curso, y me siento como que tengo un doctorado, me sorprendo a mi mismo cuando digo  «dinero electrónico.
Después me cansé de los zooms, ya tenía los certificados suficientes así que pasé  a trabajar el espíritu y la mente, meditación y otras yerbas, migré por los estados de ánimo habidos y por haber, desde la euforia  hasta el deseo de morir, porque en la profundidad de la noche ideaba una vida maravillosa con una  energía  de abundancia, y al despertar y sentir que la realidad me cacheteaba, sentí muchas veces que esto nunca acabaría.
Tras varias horas, días, semanas de práctica, mi ánimo había cambiado, ya diferenciaba los días de la semana, de los sábados y domingos, y el sábado a la noche era una cena especial, alguna picadita rica con una copa de vino,, que señalaba que ese día era diferente a los demás.
Lo «casi» cotidiano, cada diez días era ir al mercado, y sentía que  comprar un dentífrico se asemejaba a comprar un elemento de colección, el supermercado se había convertido en una especie de shopping, donde caminar entre las góndolas y ver lo que hasta ese momento era común, como si fuera una visita turística, realmente un verdadero placer, también ese día era especial, ya que me ponía ropa mas acorde y hasta un rico perfume.
A pesar de esto, a pesar de todo, me fui reencontrando conmigo mismo y aprndí a verme, mis estados de ánimo me sumergían en las mas oscuras profundidades o en las mas altas de las olas.
Pasé de dormir hasta tarde, al insomnio, de creer en Dios a no creer en nada, de alimentarme con galletitas a llegar a preparar una sopa como efecto de normalización de mis comidas, pero fundamentalmente, entre audios y videos, testimonios de  practicantes de distintos credos y couchings,  aprendí a diferenciar bien dos palabras: «necesito» y «quiero, parece tan simple y no lo es, necesito habla de dependencia y me di cuenta de cuántas cosas yo » no necesitaba»   para vivir o disfrutar, y «quiero» es una elección, un deseo, y cada vez que lo pienso, reflexiono, acerca de esta enseñanza que este tiempo me dejó.
Hoy, en éstos días de aperturas, volví a mi café porque quería, volví a eternizar ese trago, en el mas puro acto de solemnidad, ya el paisaje no es el mismo, ya no hay tanta gente, ya muchos no se ven, ya no miran con curiosidad, o por lo menos, no se los ve tan concentrados en los otros, ahora van concentrados en ellos, en sus tapabocas, en su frasquito de alcohol, en la distancia, en sus miradas perdidas hasta quien sabe cuando.
Creo que muchos aprendimos que no existe solamente el otro, es uno y cada uno vive su cielo o su infierno como mas le plazca.

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