Si bien en la Alegoría de la Caverna el culpable del encierro no está definido, en los espacios reticulados de nuestras viviendas, lo sabemos. De Platón al filósofo camerunés Mbembe , la filosofía ha sido entendida como antídoto. En la Atenas culta, post Pericles, la Polis se desarrollaba en un medioambiente no depredado. Platón, en su mito, dejaba opaca esa culpa, esa aflicción, esa enfermedad, proclive a estar encogida dentro de nosotros mismos para que, siendo causa nuestra, deseáramos detenerla, curarla, salvarla.
Aquí, en la aldea global, el culpable del confinamiento es un virus y se apellida Corona. Un giro inaceptable y contra intuitivo para el filósofo griego. En Wuhan un chino degusta un mamífero alado y pone en cuarentena a más de un tercio de la humanidad. Un thriller clase B que ningún guionista hubiese contemplado aún si le decían que el protagonista en vez de hacerse un traje de murciélago, se lo comía, desatando el caos económico, financiero y social más grande de la historia. Como daño colateral, 1500 millones de niños en el mundo perderían un año completo de escolaridad pero la volverían a encontrarían en el gran Aleph de Internet.
Sin poética mediante, en noviembre de 2008, la Casa Blanca fue informada por el National Intelligence Council (NIC), la oficina de anticipación geopolítica de la CIA, del informe «Global Trends 2025 : A Transformed World» “la aparición de una enfermedad respiratoria humana nueva, altamente transmisible y virulenta para la cual no existen contramedidas adecuadas, y que se podría convertir en una pandemia global”. El informe notificaba “la aparición de una enfermedad pandémica depende de la mutación o del reordenamiento genético de cepas de enfermedades que circulan actualmente, o de la aparición de un nuevo patógeno en el ser humano. Con asombrosa antelación, precisaba que «si surgiera una enfermedad pandémica, probablemente ocurriría en un área marcada por una alta densidad de población y una estrecha asociación entre humanos y animales, como muchas áreas del sur de China y del sudeste de Asia, donde no están reguladas las prácticas de cría de animales silvestres lo cual podría permitir que un virus mute y provoque una enfermedad zoonótica potencialmente pandémica…».
En nuestra variante contemporánea del mito, no hay desvelo de ignorancia , sino saturación de información. Los argentinos somos contemplativos, por vocación y apremiados por la necesidad. Como los presos de Platón, confinados en espacios reducidos y en enorme cantidad de casos, oscuros. Las casas se convirtieron en nuestro apretado mundo categorial, desde el 21 de marzo hasta la fecha. Sabemos que al salir podemos contraer el virus, o transmitirlo a otros. Un nuevo poder individual, de daño o de muerte.
Desde entonces, plenamente conscientes, permanecemos exhaustos y asustados en nuestras cavernas domiciliarias. Para Platón, un giro inaceptable. No hay desvelo de ignorancia, sino saturación de información. La pandemia cooptó nuestro ecolecto. Nuestro universo se redujo a tan pocos entes que en su unicidad de género, pueden decirse sin artículo: tele, pantalla, plataforma, living, heladera, baño, cama. Nos sometimos a la hermana bastarda del cine: la televisión. Ese eficaz modo de reproducción social que nos aporta imágenes ilimitadas. Un recorte parcial de la realidad que tomamos como consistencia y que voluntariamente transformamos en nuestras experiencias ordinarias. Al igual que en Matrix, descubrir el engaño debe ser forzosamente intuitivo.
La distribución desigual de la oportunidad de vivir o morir del capitalismo, de respirar o no en la pandemia, ha sido la prioridad política del gobierno argentino ante la emergencia sanitaria. A diferencia de otros regímenes que abrazaron el discurso de la libertad como bandera pero consideran las muertes de sus ciudadanos mayores como sacrificiales y en favor de la productividad. Tal la necropolítica de Jair Bolsonaro, de Donald Trump y del propio Mauricio Macri. Incluso la del intendente de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, quien en las conferencias de prensa junto al presidente Alberto Fernández, pierde su soltura. Como si chocara con un punto incómodo que lo descentra.
Para Larreta unas gotas de estoicismo son necesarias en el cocktail de la vida. Supone estoicos a sus votantes, los más irreductibles entre los epicúreos: aman tanto el placer de vivir que lo desdeñan, lo reciclan y se convierten en una nueva categoría social: los runners. La tilinguería en calzas que corre en nombre de la libertad. Como Forrest pero por Palermo. Es inevitable sonar dionisíaco en el combate de eros y thanatos.
Mientras tanto evaluamos, cada quien en su caverna, los efectos de la convivencia 24 por 7. En combinación con una suerte de no rutina desconcertante, que dañó seriamente los mismos vínculos con aquellos que, de haber sido consultados, hubiéramos y nos hubiesen elegido para pasar este encierro. Pero el hubiera, es un tiempo verbal inútil. Nos quedamos en casa y nos resguardamos del virus pero no estuvimos a salvo de nosotros mismos.
Todo el afuera se transformó en un fuera de campo cinematográfico. El silencio diurno se interrumpe al caer la noche por la intempestiva sirena de los bomberos o de la policía. Por la afección emocional psíquica, razonar el sonido es más difícil que la imagen. La peste acalló también el desborde que hasta marzo, trastocaba el orden establecido en las principales ciudades del mundo. Despojaba las calles de protestas sociales, de ciudadanos marchando con o sin chalecos amarillos. No hay revolución sin poner el cuerpo en la plaza, ni hay vida exponiéndolo.
Hubo pandemias en el pasado y volverá a haberlas en el futuro. La pandemia y lo que ocurre en ella permanecerá vigente. Hasta que del cielo paradisíaco y platónico de las ideas, la transposición de la tragedia a una política equitativa, horizontal, dialoguista y cooperativa deje de ser un mero romanticismo político. De los efectos de la pandemia, a actuar sobre realidades igualmente concretas pero enteramente nuevas del mundo que vendrá. Porque el peor confinamiento es el del otro virus, el de la ideología de una voz unívoca