Pocos autores latinos lograron en las letras lo que Publio Ovidio Nasón: hacerse un lugar entre los “clásicos” y a la vez  ser eternamente “nuevo”. Y es que el poeta de Sulmona, Italia, tenía una habilidad para componer en los metros de la época, siguiendo a los “grandes poetas”, pero también lo movía una necesidad y un placer por trangredir.

“Yo soy poeta para los pobres, porque he amado siendo pobre; como no podía dar regalos, daba palabras.”  escribía Ovidio en su Ars Amandi. Y es que desde el comienzo huía a la idea de poner su talento al servicio de la construcción de la “historia oficial” -por poner un nombre- que pretendía Augusto. En cambio prefería hablar de los “suburbios”, con realidades más habituales de lo que se quería hacer creer, que hablar de moral, lo cual le valió meterse en problemas y su conocido destierro del cual se tejen varias teorías.

Incursionó en la poesía elegíaca, la poesía épica, el género didáctico, entre otros (siempre de una manera híbrida) pero en todas sus obras (salvo las obras  del destierro, aunque algunos pongan en duda hasta este supuesto) el patrón común fue el humor, o la “levedad” como explican los que saben.

Siguiendo las convenciones de los poetas de la época decidió transgredir. Se ¿¡inventó!? una amada al estilo de la Lesbia de Catulo o  bien la Cintia de Propercio. Quería estar a la altura a la hora de recitar sus versos. La llamó Corina. Y es otro de sus grandes misterios. ¿Existió realmente? ¿Quién era?

A través de Corina Publio Ovidio Nasón  daba rienda suelta a su potencial. Uno de sus poemas, para mí, más representativo -sin olvidar, por supuesto, obras maestras como : El arte de amar y Las metamorfosis-  se encuentra en el libro II elegía VI de sus Amores. Poema dedicado justamente a Corina ¿o a Catulo? ¿o a Agusto? Yo prefiero pensar este poema como una conversación o una contienda entre discursos. O quizá solo sea ¿una parodia más? No sé… Eso es Ovidio.

Emulando el poema de Catulo, dedicado a la muerte del gorrión de Lesbia, Ovidio compone una bestialidad que va más allá de los límites. Desacraliza, transgrede, parodia, critica pero sobre todo hace lo que hizo desde el comienzo: retoma un texto clásico. De allí la validez de esa frase que dice que la originalidad es la vuelta al origen.

La versión de Ovidio no habla de un gorrión sino de un Papagayo y, en ese juego de connotaciones e imágenes, comienza una catarata de hipérboles que eclipsa la versión tierna de Catulo. ¿Maldad? No, arte. Pero mejor juzguen con sus ojos:

“Ha muerto el papagayo, ese pájaro de las Indias Orientales que imita nuestras voces. Pájaros, acudid en tropel a sus exequias, acudid en demostración de piedad, golpeando con las alas vuestros pechos, y clavaos en las cabezas las uñas afiladas. En vez de plañideras que retuerzan sus cabellos, arrancaos las hirsutas plumas y que vuestros cantos resuenen substituyendo a la fúnebre trompeta. ¿Por qué, Filomela, pregonas el crimen del tirano de Ismara? Los años han debido poner término a tus lamentos. No llores más que el fin lastimoso de esta rara ave: grande es la causa del dolor de Itis, pero ya muy antigua. Condoleos todos cuantos atravesáis las aéreas regiones, y antes que todos, tú, fiel tortolilla.  Vivió la vida entera con vosotros en armonía, y ni en el postrer instante desmintió su acendrada fidelidad: Lo que fue el joven de Focea para Orestes el de Argos, lo fué para ti la tórtola mientras viviste, ¡oh papagayo! ¿De que te sirvió tanta fidelidad y la hermosura de tu raro plumaje? ¿De qué tu voz ingeniosa que imitaba los sonidos humanos, y por último haber hecho las delicias de mi amada desde el día que entraste en su casa? ¡Infeliz!; tú, la gloria de las aves, ya no existes. Tus plumas podían eclipsar las verdes esmeraldas, y tu pico encarnado competir con el rojo de la escarlata. No hubo en la tierra pájaro que hablase con tanta facilidad repitiendo los sonidos que oyese, y a pesar de tus prendas la envidia te mató. No te lanzabas a sanguinarios combates, eras comunicativo y amante de las dulzuras dé la paz. Vemos a las codornices que viven peleándose con saña, y acaso por esta razón llegan a la vejez. Estabas mantenido con poco, y fuera de la necesidad de hablar, podías pasar largo tiempo sin alimento: la noche te servía de pasto, la adormidera te incitaba al sueño y unas gotas de agua templaban tu sed. Goza luenga vida el ávido buitre, el milano que describe amplios círculos en el aire y el grajo que anuncia la proximidad de la lluvia. Prolonga sus días la corneja aborrecida de Minerva, que apenas se prepara a la muerte después de nueve siglos, y ha muerto el pájaro locuaz que tan bien imitaba las voces humanas, el papagayo, presente que nos envían los últimos con fines del orbe.     Las manos avaras de la Parca casi siempre nos arrebatan de pronto las más óptimas cosas, y las más ínfimas tocan los últimos límites de la existencia. Tersites vió los funerales del hijo de Filaces, y Héctor quedó reducido a cenizas cuando aun vivían sus hermanos. ¿A qué referir los píos votos que hizo en. pro de tu salvación mi tierna amada, votos que empujó hacia el mar el Noto preñado de tempestades? Llegaste al séptimo día que te negaba ver la mañana siguiente, pues la Parca había hilado el estambre, de su rueca; mas no por ello se helaron las palabras en tu yerto paladar, y tu lengua moribunda exclamó: «Corina, pásalo bien.» A la falda del Elíseo álzase una selva de espesas encinas; la tierra húmeda se ve tapizada siempre de verde musgo, y si merecen crédito los cuentos de la fábula, dicen que en aquel lugar de las aves inocentes no son admitidas las carnívoras y rapaces. Allí los cisnes inofensivos pacen a su sabor con el fénix, la única inmortal de las aves; el pavón de Juno despliega altivo su brillante plumaje, y la paloma besa el pico de su ardiente esposo. Recibido por ellos como un nuevo habitante de la selva, el papagayo con su charla se atrae la benevolencia de tan buenos amigos. Guarda sus huesos un túmulo de grandeza proporcionada a tal cuerpo, y sobre una pequeña losa se lee este breve epitafio: «Comprendo por este sepulcro que supe agradar a mi dueña, y tuve para hablarla más talento del que suelen las aves.”  

Los últimos días de Ovidio son injustos, en ese destierro eterno. Pero su influencia puede mucho más cuando sus obras se codean con las de Virgilio y Catulo y se nos escapa una sonrisa.