Abundantes lágrimas caían cubriéndome las mejillas, deslizándose por mi cuello. Bajando sigilosa y cuidadosamente hacia mi pecho desnudo me recorrían tan rápido como la violenta corriente de un arroyo en un oscuro bosque que sin descanso se dirige hacia un lugar desconocido. El dolor me agitaba y mi respiración, contradictoriamente, ahora me quitaba la vida. De repente, como consecuencia del gran tornado revolviéndose dentro mío, a través de mi boca tensamente abierta, se escapó un grito silencioso que retumbó en toda la casa. Esa callada exclamación frustrada me consumía a una velocidad tan lenta y espantosa que provocaba la destrucción de cada esperanza y verdad falsa que mi mente alguna vez había atesorado. Todo el peso que antes me mantenía de pie se desvaneció y caí brutalmente sobre mis rodillas contra el piso de parquét.