Capítulo 21 (parte 2): desenlace, acabamiento, remate, coda, epílogo, peroración, colofón, cierre y final
Verónica Ocantos
Volvés a ver tu celular por segunda vez desde que tus amigos te fueron a buscar a San Marcos Sierras, tenés no menos de trescientas llamadas perdidas de uno de tus exjefes y no menos de cincuenta de tu exjefa. No te interesa saber las razones de sus llamados, solo hacés dos para responderles, solo dejás los recados a los obsecuentes que te atienden y que usan los nombres de pila de sus verdugos cotidianos y te dicen que les van a informar de tus apariciones. Sabés que el mensaje va a surtir el efecto deseado de manera inmediata porque sabés que te están tratando de ubicar desde hace tiempo. Pensás en el efecto cuántico denominado “túnel”, no estás seguro por qué pero creés haber atravesado una barrera intraspasable, creés haber atravesado una línea inexistente en términos físicos, creés poder vivir en planos paralelos, sabés que ese “decile que volví, que sé algunas cosas” funcionará como un electrón relativista disparado a la velocidad de la luz. En efecto, a los pocos minutos ya tenés concertada la entrevista con ambos, en la gobernación para esa misma tarde, con tus dos exjefes, con esos que pagaban mitad cada uno tu salario de superhéroe explotado del conurbano. Tomás el Roca hasta La Plata que es donde te esperan. La gobernadora te ofrece su helicóptero (así lo nombra “mi helicóptero”), decís que no. El intendente te ofrece su auto (“te paso a buscar con mi chofer, Diego”), también decís que no, gracias. Te gusta viajar en tren, te gusta matar o coger en el tren. Te llevás un libro para el viaje pero no podés concentrarte en la lectura (podría ser algún libro de filosofía, tal vez Nietzche o Marx. Pero no, te llevás un feo libro de Salvador Benesdra. No entendés nada de lo que dice, de igual modo lo llevás, pero no podés concentrarte). Entonces hacés lo que más hacés a diario, más que hablar, más que comer, más que coger, más que caminar, más que beber agua: pensás. Pensás en tu mamá a la que seguís odiando casi tanto como la extrañás, pensás en tus amigos a quienes no vas a extrañar tanto, pensás en Tony a quien seguís queriendo tanto que se te para un poco el pito, pensás en el rubio sin nombre al que dejaste sin aviso en San Marcos Sierras, pensás en Martha, claro, mucho en Martha. Bajás del tren sin mirar a tu alrededor, sin mirar la estación que suena a algo (tal vez suene a cumbia) y te ponés a caminar hacia la gobernación a paso lento porque es temprano. Te detenés en un kiosco y te comprás cinco cosas: una lata de coca, un paquete de cigarrillos, la gotita, unas papas fritas y chicles. Vas escuchando música, la misma que debería sonar hacia el final de esta historia y que vamos a anotar en la última línea. Vas por la 6 y comenzás a ver el palacio neorenacentista con influencia flamenca (eso dice la descripción del sitio web del gobierno). Pensás cómo puede ser que semejante obra sea depositaria de tanta mierda. Pensás que es probable que nadie haya muerto ahí dentro desde 1892, año en que se terminó de construir el palacio (también dice eso la web). Entrás sin anunciarte y vas directo hacia el Salón Dorado, precioso derroche barroco, porque tus excapos así te lo indicaron:
—En el Dorado, Diego, como si fueras tu homónimo.
Recordás la mala broma de la gobernadora haciéndose la intelectual. Odiás a los intelectuales pero más odiás a quienes creen estar diciendo cosas inteligentes. Llegás sin que te vean pero no hablan de nada serio porque saben que podés estar ahí. Hablan estupideces de gente rica, que Vivienne pasó a primer grado, que va al Balmoral, que es mi colegio, que ¿vos también estudiaste ahí?, que no que es mío, de mi propiedad, que ah, qué tonta, que no entendí, que ¿los tuyos?, que desde que te separaste y vivís en un barrio militar no debe ser fácil, que estamos bien, que al pelotudo de mi ex no lo aguantaba más, que por eso lo dejamos como intendente allá en el oeste, que para que no hable de más, que el despecho es así ¿viste?, que las cosas están bravas en el conurbano, que yo creía que ser gobernadora era otra cosa, que más como lo muestran en la tele, ¿viste?, que pensé que iba a viajar más, que pensé que me iban a citar en los diarios del extranjero, como a Máxima, ¿viste?, que no, que si me hubieses preguntado a mí antes yo te hubiese avivado, que vos sabés que yo estuve a punto de ocupar tu lugar, que cuando los jefes arreglaron en la lista chica estábamos vos, yo y el pelotudo de Sergio que se quiso cortar solo, que al final la hizo bien porque parece que va como jefe de gabinete del próximo gobierno, que ¿la viste el otro día a la Bustich cómo sale a tirar mierda en la tele?, que qué bien hace lo que le dicen la mina, que por eso está ahí hace tanto tiempo, que ¿a vos te invitaron M y C a la cena donde decidirán los cargos?, que sí, mujer, que ahí nos veremos…
Te hacés presente, sabés que solo por un rato porque no los querés escuchar, sabés por dónde vendrán los sermones, sabés que tuvieron que inventar varias cosas para tapar lo del presidente de Boca, sabés que quieren que vuelvas, sabés que saben que no tienen a otro como vos. Sabés que creen que tenerte con ellos es mucho más barato y menos peligroso que dejarte ir. Sabés que saben que jamás los extorsionarías, no por honesto, por simple torpeza emocional. Sabés que saben eso porque no lo hiciste nunca y te sobran datos y pruebas para hacerlos mierda. Por eso no los querés escuchar, porque no tienen nada que te interese y como jamás los vas a sobornar también sabés qué tenés que hacer. Decís hola masticando chicle, el pelotudo de Iturralde se te abalanza para abrazarte, la pelotuda de Vital espera su turno haciendo así con la cabeza, de abajo a arriba, tierna y comprensiva. Los dejás hablar no más de tres minutos y desaparecés. Ellos empiezan a saber. Te parece todo muy teatral en ese contexto dorado y bordó. Subís la música de los auriculares y le pegás un chicle en el pelo a Vital, te causa gracia ese chiste. Dicen al unísono Diego, dale, Diego, él empieza a transpirar, ella sonríe como si tuviese una cámara de tv adelante, dale Diegui, ya está la broma, dice ella tratando de arreglarse el pelo lacio, impecable. Odiás que te digan Diegui aunque sabés que es una costumbre política que saben que irrita pero no pueden abandonar. Dale, Diegui, que qué pasa, vinimos a hablar. Ya las puertas están cerradas porque esa había sido la orden de los jerarcas: “que nadie nos moleste, tenemos una reunión importante”. Agarrás a Iturralde por la espalda, lo tirás al piso y le llenás la boca con la gotita, apretás los labios durante un minuto hasta que seca. Pensás que el muy cagón ni se anima a defenderse. Se queda quieto, obediente, como esperando un premio por prestarse a que lo tortures Sacás una trincheta de tu morral beige y la apoyás en una de las butacas. Vital se toca el pelo lacio y se ríe al palpar el chicle pegado. Como en el colegio, Diegui, qué ocurrente sos, dice y se ríe comprensiva. Le sacás el iphone rosa (hay que ser pelotuda, pensás. Y tenés razón.) de su mano derecha, le tapás la boca con una mano, le das un cachetazo, le sellás los labios como a Iturralde. Sentate, boba, le decís. Sacás al otro de abajo de una butaca, tiene olor a mierda, no sabés si lo sabías pero lo intuías, una lástima por el Brioni. No les vas a hablar, ya lo sabés, te lo habías prometido. Sin embargo pecás:
—Aunque no lo puedan creer, me van a celebrar.
Abrís las papas fritas, tenés un poco de hambre. No los tenés atados, sabías que eso no sería necesario, les pedís, sin palabras, que se saquen la ropa, son feos desnudos, tienen pelos en lugares que no imaginás y el pito flácido y las tetas caídas. Pero sabés que no son feos por eso. Sabés que todos tenemos pelos en lugares que no imaginamos y todos tenemos el pito flácido y todos tenemos las tetas caídas. Ellos son feos de verdad. No los vas a torturar, no tenés tiempo. Les pedís que intenten coger, les decís que los vas a matar mientras cogen, que lo tomen como una especie de premio de víspera. Lloran como lo hacen a aquellos que van a matar en las películas. Simulan coger un rato, sabés que muchas veces lo hicieron de verdad, te aburre la ficción y los abandonás. Abrís la lata de coca y prendés un pucho aunque estés intentando dejarlo. Pensás en Martha y ya tenés las banderas entre tus manos. La gobernadora parece estar dormida, sabe que el cargo conlleva esa posibilidad, remota es cierto, pero lo sabe y se resigna. Lo que no sabe es que le va a tocar la bandera nacional. El intendente llora más, de pronto empieza a tirar puñetazos hacia el aire, parece un trappero borracho. No puede hablar pero gesticula, hace así con las manos, ofrece dinero. Él tampoco sabe que le va a tocar la bandera provincial. Pensás que si para algo te ha servido el poder de poder hacerte invisible ha sido para poder matar tranquilo. Lo ahorcás primero a él, con la bandera de la provincia lo hacés. Luego a ella, con la bonaerense. Agarrás la trincheta, se la apoyás en los labios sellados de Vital y cortás, recupera la posibilidad de abrir la boca aunque no le sirve de nada porque está muerta. Hacés lo mismo con Iturralde. Tomás el asta de una bandera, tomás el asta de la otra. Metés el pito de él en la boca abierta de ella. Clavás las moharras en cada orificio anal de cada uno de ellos. Sabés que ellos saben que esa es una posibilidad que viene con el cargo. Sabés (y ellos también lo sabían antes de estar muertos) que no ocurre casi nunca, aunque también sabés que antes que vos nunca hubo alguien con el poder de poder hacerse invisible. Te terminás el paquete de papas fritas, la coca y te vas. Por un momento dudás en quedarte para poder ver las reacciones de quienes va a encontrar a los insignes gobernantes. Por un momento dudás si dejarlos en esa posición tan obvia, tan infantil, tan de película de Tarantino pero como sabés que así hemos sido educados los dejás así. Te empezás a aburrir entonces te vas.
Caminás un rato, hay lindo sol en La Plata, le tocás la cabeza a un perro que te presiente pero no te ve ni te ladra, lo dejás en franela con un liquidambar en flor. Dudás un rato acerca de qué hacer, te sentás a terminar la coca, te van a celebrar, pensás. Me prendo un cigarrillo, pensás. Pero no lo hacés. La gente te va a celebrar, en silencio te va a celebrar. Pensás que es una cagada pensar así, aunque así hayamos sido educados. Mientras pensás en eso enfilás para el tren. Pensás que tal vez enfiles para la casa Rosada o para Olivos o para Congreso. Tenés ganas, unas ganas infantiles bárbaras. Sos un inmaduro, la salida tiene que ser colectiva, revolucionaria, pensás. Pensás que tal vez enfiles para esos lados antes de ir a buscar a la gata que vas a adoptar. Sabés que dentro de un rato te vas a sentir como el orto, como te sentís a diario. Subís el volumen de los auriculares (podrías estar escuchando a Joshua Bell y Jeremy Denk en el Tiny Desk Concert https://www.youtube.com/watch?v=vArST0dVOl4&ab_channel=NPRMusic porque te encanta pero no, vas escuchando un concierto de Piazzolla en vivo en Montreal porque es más apropiado para la ocasión, vas escuchando este tema https://www.youtube.com/watch?v=9tHSjRQRWhg&list=PLl-xgwGOkAxlLdf0eIsQqrkmJKmHMFXZB&index=3&ab_channel=Mr.Flux).
Sabés que dentro de un rato la náusea va a regresar. Sabés que mientras tanto, aunque más no sea por un ratito, te sentís bien. Y qué bien se siente este ratito.
Vero Ocantos
Profesor de Literatura.