“Un montón de males pesa sobre esta ciudad… La destruye, la humilla. Es la tremenda Peste”. Así comienza la obra de teatro más conocida de la antigüedad, la tragedia más recordada de la Grecia clásica: Edipo Rey, de Sófocles. Allí sus personajes se debaten en: “qué determinación tomar para alcanzar que la ciudad se salve”.
“¡Debes hallar para nosotros un remedio!” le dice el sacerdote al rey Edipo, mientras: “Se atormenta el pueblo con la peste” y “¡Con innumerables muertos la ciudad se aniquila!”
Pero Edipo no busca entre los médicos un remedio, sino saber el por qué de todo: entre los dioses, los oráculos, los videntes. De hecho, son los dioses (desde Febo Apolo, el dios Sol, a Atenea, diosa de la Sabiduría y la Agricultura, y Artemisa, diosa de los Bosques) los salvadores “de nuestros males”, y los que tienen el “poder que hace huir la peste” (Sófocles).
A más de 2000 años de escrita y representada: Edipo Rey es hoy conocida, más allá de sus virtudes poéticas, por los múltiples análisis modernos que se han hecho de ella: primero desde la psicología (con Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, a la cabeza); y después desde la filosofía (a partir de El Anti-Edipo, de 1972, de Gilles Deleuze y Félix Guattari); aunque también por las distintas representaciones artísticas visuales y audiovisuales (desde las de Ingres, a Stravinsky, y Pasolini).
Desde la filosofía Deleuze y Guattari dicen que: “Edipo es el déspota”, y que “la historia de Edipo, en el mundo griego, es imperial despótica, paranoica, interpretativa, adivinatoria”; mientras Michel Foucault (en La verdad y las formas jurídicas, de 1973), recuerda que si en el Edipo Rey: “la ciudad está asolada por la peste”, eso es porque sobre ella: “pesa una maldición”.
En la tragedia se habla de un crimen, y otras transgresiones que tienen que ver tanto con la madre como con el padre. Pero más allá del “rollo familiar” o microsocial sobre el “complejo de Edipo”, Foucault recuerda que: “hay realmente un complejo de Edipo en nuestra civilización. Pero este complejo nada tiene que ver con nuestro inconsciente y nuestro deseo… éste no se da al nivel individual sino al nivel colectivo” y “a propósito de poder y saber”. Es decir que es un rollo macrosocial y biopolítico.
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La tragedia de Edipo Rey es “la historia de una investigación de la verdad”; y se consigue descubrir “una verdad” que atañe a “la propia soberanía del pueblo”, dice Foucault. De alguna manera, Sófocles evidencia lo ciego (Edipo se arranca los ojos finalmente) que puede llegar a ser un gobernante. Pero la verdad que en un principio era una visión y una profecía (elementos del mundo sobrenatural), a lo largo de la tragedia se va revelando en el mundo real. Es decir que “la verdad” dice Foucault, está primero revelada por los dioses y los profetas, y después por el pueblo (“los pastores”, testigos del crimen de Edipo). En cierta forma vemos que esta obra maestra, nos muestra una alianza entre los dioses, los sabios, y el pueblo: para desenmascarar y derrocar al “Edipo-déspota”: culpable de la Peste. Lo que se cuestiona es el poder del rey, dice Foucault, ya que: “la cuestión de fondo desde el comienzo hasta el final de la obra es el poder (del rey) y cómo hacer para conservarlo”.
La Peste es así, de alguna manera: la excusa para cuestionar al rey y su poder. Ya que al rey no le importa haber cometido uno o varios crímenes: “teme solamente perder su propio poder”, dice Foucault. Por eso “lo que está en cuestión desde el comienzo de la obra, es el poder… la caída del poder de Edipo”. La Peste o los dioses: castigan ese autoritarismo ciego, esa falta de ética y esa subversión de las leyes naturales. Edipo Rey, se nos muestra entonces, como “la tragedia del poder y del control del poder político” (Foucault) y también económico, y ecológico: ya que, en la tragedia, los animales y los árboles y sus frutos también mueren por la Peste, que viene así a derribar al mal gobierno, acusado por el pueblo: “de haber despreciado la justicia”.
El rey déspota que condena Sófocles: es el que no escucha ni a los dioses ni al pueblo, dice Foucault. Como si fuera un Destino inevitable: desoír a las divinidades (las fuerzas de la Naturaleza) y al pueblo, es lo que lleva al castigo de la Peste. Esto es algo para tener en cuenta hoy en este siglo XXI, sobre todo si recordamos que: “el origen de la sociedad griega del siglo V es, a la vez, el origen de nuestra civilización” (Foucault).
Así concluye Foucault: “Edipo Rey es una especie de resumen de la historia del derecho griego”, y nos muestra cómo “el pueblo se apoderó del derecho de juzgar, de decir la verdad, de oponer la verdad a sus propios señores, de juzgar a quienes lo gobernaban”, que es “una de las grandes conquistas de la democracia ateniense”.
Entonces, si partimos de esta idea: ¿la Peste del siglo XXI, puede ser una oportunidad para que el pueblo, o los pueblos, consigan nuevos derechos democráticos, que puedan incidir sobre el control del origen de nuevas Pestes en el futuro? Si tenemos en cuenta la opinión científica que dice que: “tanto la pandemia como el cambio climático son causados por nuestra absoluta falta de respeto al medio ambiente” (Jane Goodball, Medalla de Oro de la Unesco), entonces quizás: el pueblo pueda ganar entonces incidencia en evitar que haya más daño ambiental, como por cierto están reclamando no sólo ya los pueblos originarios de Suramérica desde los Derechos de la Pachamama, sino también hasta lxs niñxs y adolescentes desde Europa: como la famosa Greta Thunberg.
Entonces si la Peste en Edipo Rey, es, según Foucault: un hecho que termina incidiendo favorablemente en la historia del derecho democrático, así mismo la Peste hoy: podría terminar incidiendo favorablemente en la historia actual y futura de la democracia.
De hecho, si pensamos que el MAS (Movimiento Al Socialismo) acaba de regresar al gobierno en Bolivia en este 2020, y donde hace unos pocos años, siendo presidente Evo Morales: planteó el reclamo de los Derechos de la Madre Tierra, entonces podríamos ver a la Peste hoy: como la oportunidad de que estos derechos “ecológicos” sean parte de la evolución de nuestros sistemas democráticos.
Por otra parte, dice Deleuze: “Atacamos a Edipo debido a la sociedad que lo implica de un modo eminente, la nuestra, la capitalista”. Edipo es entonces visto modernamente no sólo como un gobernante déspota, sino, además: como instrumento del capitalismo que vemos hoy, donde: “El capitalismo está contra la vida y contra la Naturaleza”, dice la socióloga Maristella Svampa en su libro El colapso ecológico ya llegó (2020).
Y justamente decía Evo ante la ONU, cuando promovió la Declaración Universal de los Derechos de la Madre Tierra: “Tenemos que terminar con la esclavitud de la Madre Tierra. No es posible que esté esclava de los países capitalistas”.
Pero también en 1972, el tres veces presidente de la Argentina: Juan Domingo Perón, daba su Mensaje Ambiental a los Pueblos y Gobiernos del Mundo, donde decía que: “La lucha contra la contaminación del ambiente y de la biosfera, contra el despilfarro de los recursos naturales, el ruido y el hacinamiento de las ciudades, debe iniciarse ya a nivel municipal, nacional e internacional. Estos problemas, en el orden internacional, deben pasar a la agenda de las negociaciones con carácter de primera prioridad. Este, en su conjunto, no es un problema más de la humanidad; es el problema.”
Vivimos (agregaba Perón) cegados “por el espejismo de la tecnología”, ya que: “La tecnología es un arma de doble filo”, y “el llamado progreso debe tener un límite y incluso habrá que renunciar a algunas de las comodidades que nos ha brindado la civilización”. No podemos olvidar que “las tecnologías modernas están convirtiendo en desiertos las tierras fértiles en los Andes y en todas partes”, agregaba años después, por otra parte, el escritor Eduardo Galeano, autor de Las venas abiertas de América Latina.
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Lo más grave es que como humanidad vivimos, como decía Galeano, una “pesadilla realizada”, instalada como “un modelo de desarrollo que desprecia la vida” y que “envenena la tierra, el agua y el aire”. Mientras el sistema capitalista dominante está sacrificando “a la naturaleza y a la gente en los altares del mercado internacional. En ese absurdo vivimos, y lo aceptamos como si fuera nuestro único destino posible” (Galeano).
Por eso en nuestra evolución es necesaria una «vuelta a la Naturaleza» y a lo espiritual, sabiendo que: “nosotros también somos naturaleza”, como recordaba el filósofo alemán Friedrich Nietzsche, autor de Así habló Zaratustra, a fines del siglo XIX; ya que debemos: “aprender de la historia natural”, y consagrarnos con “amor” y “alegría” a “la tierra”, que es “un lugar de curación… y trae salud, – y una nueva esperanza!”; y ver que evolutivamente: “la historia pensada en su totalidad, sería la conciencia cósmica”; y concluía Nietzsche que: “es preciso que la humanidad sea un día un árbol que cubra toda la tierra, con muchos miles de flores que se convertirán en frutos; por eso es preciso, desde ahora, preparar la tierra para nutrir a este árbol”.
“Sólo la tierra, ‘grave y doliente’, es verdadera. Sólo ella es la divinidad” escribió siguiendo a Nietzsche, el escritor francés Albert Camus (Premio Nobel de Literatura, autor de La Peste) en El hombre rebelde. Y agregaba Perón que si el ser humano continúa “destruyendo los recursos vitales que le brinda la Tierra, sólo puede esperar verdaderas catástrofes sociales para las próximas décadas”.
Entones la Peste actual nos podría estar diciendo algo parecido a la Peste en la Grecia antigua: que hay malos gobiernos que no están oyendo a los dioses (empezando por la Diosa de la Tierra), ni al pueblo, ni a los sabios, mientras a la vez transgreden a las leyes naturales. Por eso la Declaración Universal de los Derechos de la Madre Tierra, decía que ésta: “es fuente de vida, alimento, enseñanza, y provee todo lo que necesitamos para vivir bien”; y proclamaron: “el derecho a existir de los ecosistemas, de las especies vegetales y animales, de los ríos y los lagos”, y “a una vida limpia, a vivir sin contaminación” y en “paz”, y “el derecho a la armonía y al equilibrio con todos, entre todos y de todo”.
El poeta y músico folklórico Atahualpa Yupanqui, concluía que es necesario (y a esta altura imprescindible): “volver a atar ese cordón umbilical tajeado” que nos une a la Pachamama.