La Fábula de Polifemo y Galatea de Luis de Góngora
Edición de la Fábula de Polifemo y Galatea según el Códice Chacón [BNE, RES/45, Vol. I, pp. 121–137]. Para la fijación se modernizaron las grafías, a excepción de ph y ch en vocablos provenientes del griego, la q latinizante y culta, la ç ante a y o, la sibilante x, y ll y otros dobles en nombres o cultismos; además, se sustituyeron los leísmos. Si es de interés, la edición filológica con las variantes de la redacción primitiva, la de 1613, y algunos apuntes acerca de Pedro de Valencia y la redacción de la obra, puede consultarse en el repositorio de GitHub [<Fábula>], donde hallarán el archivo PDF, el código y la bibliografía compilables. La edición funcionará bajo una «licencia Copyleft» con una excepción: se podrá copiar, distribuir o modificar partes, siempre y cuando no se modifique el contenido textual.
ESTAS QUE ME DICTÓ, rimas sonoras,
culta si, aunque bucólica, Thalía
–¡oh excelso conde!–, en las purpúreas horas
que es rosas la Alba, y rosicler el día,
ahora que de luz tu Niebla doras,
escucha, al son de la çampoña mía,
si ya los muros no te ven, de Huelva,
peinar el viento, fatigar la selva.
Templado, pula en la maestra mano
el generoso páxaro su pluma,
o tan mudo en la alcándara, que en vano
aun desmentir al cascabel presuma;
tascando haga el freno de oro, cano,
del caballo Andaluz la ociosa espuma;
gima el lebrel en el cordón de seda.
Y al cuerno, al fin, la cítara suceda.
Treguas al exercicio sean robusto,
ocio atento, silencio dulce, en quanto
debaxo escuchas de dosel augusto,
del músico jayán, el fiero canto.
Alterna con las Musas hoy el gusto;
que si la mía puede ofrecer tanto,
clarín (y de la Fama no segundo),
tu nombre oirán los términos del mundo.
Donde espumoso el mar sicilïano
el pie argenta de plata al Lilybeo
(bóveda o de las fraguas de Vulcano,
o tumba de los huesos de Tipheo),
pállidas señas ceniçoso un llano
–quando no del sacrílego deseo–,
del duro oficio da. Allí una alta roca
mordaça es a una gruta de su boca.
Guarnición tosca de este escollo duro
troncos robustos son, a cuya greña
menos luz debe, menos aire puro
la caverna profunda, que a la peña;
caliginoso lecho, el seno obscuro
ser de la negra noche nos lo enseña
infame turba de nocturnas aves,
gimiendo tristes y volando graves.
De este, pues, formidable de la tierra
bosteço, el melancólico vacío
a Poliphemo, horror de aquella sierra,
bárbara choça es, albergue umbrío
y redil espacioso, donde encierra
quanto las cumbres ásperas cabrío,
de los montes, esconde: copia bella,
que un silbo junta y un peñasco sella.
Un monte era de miembros eminente
este (que, de Neptuno hijo fiero,
de un ojo illustra el orbe de su frente,
émulo casi del mayor lucero)
cíclope, a quien el pino más valiente,
bastón, lo obedecía, tan ligero,
y al grave peso junco tan delgado,
que un día era bastón y otro cayado.
Negro el cabello, imitador undoso
de las obscuras aguas del Leteo,
al viento que lo peina proceloso
vuela sin orden, pende sin aseo;
un torrente es su barba impetüoso,
que (adusto hijo de este Pirineo)
su pecho inunda, o tarde, o mal, o en vano
surcada aun de los dedos de su mano.
No a la Trinacria en sus montañas, fiera
armó de crüeldad, calzó de viento,
que redima feroz, salve ligera,
su piel manchada de colores ciento:
pellico es ya la que en los bosques era
mortal horror al que con paso lento
los bueyes a su albergue reducía,
pisando la dudosa luz del día.
Cercado es (quanto más capaz, mas lleno)
de la fruta el zurrón, casi abortada,
que el tardo otoño dexa al blando seno
de la piadosa hierba, encomendada:
la serva, a quien leda rugas el heno;
la pera, de quien fue cuna dorada
la rubia paja; y –pálida tutora–
la niega avara, y prodiga la dora.
Erizo es el zurrón, de la castaña,
y (entre el membrillo o verde o datilado)
de la manzana hipócrita, que engaña
a lo pálido no, a lo arrebolado,
y, de la encina (honor de la montaña,
que pabellón al siglo fue dorado)
el tributo, alimento, aunque grosero,
del mejor mundo, del candor primero.
Cera y cáñamo unió (que no debiera)
cient cañas, cuyo bárbaro rüido,
de más echos que unió cáñamo y cera
albogues, duramente es repetido.
La selva se confunde, el mar se altera,
rompe Tritón su caracol torcido,
sordo huye el baxel a vela y remo:
¡tal la música es de Poliphemo!
Nimpha, de Doris hija, la más bella
adora, que vio el reino de la espuma.
Galathea es su nombre, y dulce en ella
el terno Venus de sus gracias summa.
Son una y otra luminosa estrella
lucientes ojos de su blanca pluma:
si roca de cristal no es de Neptuno,
pavón de Venus es, cisne de Juno.
Purpureas rosas sobre Galathea
la Alba entre lilios cándidos deshoja:
duda el Amor quál más su color sea,
o púrpura nevada, o nieve roja.
De su frente la perla es, erithrea,
émula vana. El ciego dios se enoja,
y, condenado su esplendor, la deja
pender en oro al nácar de su oreja.
Invidia de las nimphas y cuidado
de quantas honra el mar deidades era;
pompa del marinero niño alado
que sin fanal conduce su venera.
Verde el cabello, el pecho no escamado,
ronco sí, escucha a Glauco la ribera
inducir a pisar la bella ingrata,
en carro de cristal, campos de plata.
Marino joven, las cerúleas sienes,
del más tierno coral ciñe Palemo,
rico de quantos la agua engendra bienes
del Pharo odioso al promontorio extremo;
mas en la gracia igual, si en los desdenes
perdonado algo más que Poliphemo,
de la que, aún no le oyó, y, calzaba plumas,
tantas flores pisó como él espumas.
Huye la nimpha bella; y el marino
amante nadador, ser bien quisiera,
ya que no áspid a su pie divino,
dorado pomo a su veloz carrera;
mas, ¿quál diente mortal, quál metal fino
la fuga suspender podrá ligera,
que el desdén solicita? ¡Oh quánto yerra
delfín, que sigue en agua corza en tierra!
Sicilia, en quanto oculta, en quanto ofrece,
copa es de Baccho, huerto de Pomona:
tanto de frutas ésta la enriquece,
quanto aquel de racimos la corona.
En carro que estival trillo parece,
a sus compañas Ceres no perdona,
de cuyas siempre fértiles espigas
las provincias de Europa son hormigas.
A Pales su viciosa cumbre debe
lo que a Ceres, y aún más, su vega llana;
pues si en la una granos de oro llueve,
copos nieva en la otra mill de lana.
De quantos siegan oro, esquilan nieve,
o en pipas guardan la exprimida grana,
bien sea religión, bien amor sea,
deidad, aunque sin templo, es Galathea.
Sin aras, no: que el margen donde para
del espumoso mar su pie ligero,
al labrador de sus primicias ara,
de sus esquilmos es al ganadero;
de la Copia –a la tierra poco avara–
el cuerno vierte el hortelano, entero,
sobre la mimbre que texió, prolixa,
si artificiosa no, su honesta hija.
Arde la juventud, y los arados
peinan las tierras que surcaron antes,
mal conducidos, quando no arrastrados
de tardos bueyes, qual su dueño errantes;
sin pastor que los silbe, los ganados
los cruxidos ignoran resonantes,
de las hondas, si, en vez del pastor pobre,
el zéfiro no silva, o cruxe el robre.
Mudo la noche el can, el día, dormido,
de cerro en cerro y sombra en sombra yace.
Bala el ganado; al mísero valido,
nocturno el lobo de las sombras nace.
Cébase; y fiero, dexa humedecido
en sangre de una lo que la otra pace.
¡Revoca, Amor, los silbos, o a su dueño
el silencio del can siga, y el sueño!
La fugitiva nimpha, en tanto, donde
hurta un laurel su tronco al sol ardiente,
tantos jazmines quanta hierba esconde
la nieve de sus miembros, da a una fuente.
Dulce se quexa, dulce le responde
un ruiseñor a otro, y dulcemente
al sueño da sus ojos la armonía,
por no abrasar con tres soles al día.
Salamandria del sol, vestido estrellas,
latiendo el Can del cielo estaba, quando
(polvo el cabello, húmidas centellas,
si no ardientes aljófares, sudando)
llegó Acis; y de ambas luces bellas
dulce Occidente viendo al sueño blando,
su boca dio, y sus ojos quanto pudo,
al sonoro cristal, al cristal mudo.
Era Acis un venablo de Cupido,
de un fauno, medio hombre, medio fiera,
en Simetis, hermosa nimpha, habido;
gloria del mar, honor de su ribera.
El bello imán, el ídolo dormido,
que acero sigue, idólatra venera,
rico de quanto el huerto ofrece pobre,
rinden las bacas y fomenta el robre.
El celestial humor recién quaxado,
que la almendra guardó entre verde y seca,
en blanca mimbre se lo puso al lado,
y un copo en verdes juncos, de manteca;
en breve corcho, pero bien labrado,
un rubio hijo de una encina hueca,
dulcísimo panal, a cuya cera
su néctar vinculó la primavera.
Caluroso, al ar[r]oyo da las manos,
y con ellas las ondas a su frente,
entre dos mirtos que, de espuma canos,
dos verdes garças son de la corriente.
Vagas cortinas de volantes vanos
corrió Fabonio lisongeramente
a la (de viento quando no sea) cama
de frescas sombras, de menuda grama.
La nimpha, pues, la sonorosa plata
bullir sintió del arroyuelo apenas,
quando, a los verdes márgenes ingrata,
segur se hizo de sus azucenas.
Huyera; mas tan frío se desata
un temor perezoso por sus venas,
que a la precisa fuga, al presto vuelo,
grillos de nieve fue, plumas de hielo.
Fruta en mimbres halló, leche exprimida
en juncos, miel en corcho, mas sin dueño;
si bien al dueño debe, agradecida,
su deidad culta, venerado el sueño.
A la ausencia mil veces ofrecida,
este de cortesía no pequeño
indicio la dexó –aunque estatua helada–
más discursiva y menos alterada.
No al cíclope atribuye, no, la ofrenda:
no a sátiro lascivo, ni a otro feo
morador de las selvas; cuya rienda
el sueño aflija, que afloxó el deseo.
El niño dios, entonces, de la venda,
ostentación gloriosa, alto trofeo
quiere que al árbol de su madre sea
el desdén hasta allí de Galathea.
Entre las ramas del que más se lava
en el arroyo, mirto levantado,
carcax de cristal hizo, sino aljava
su blanco pecho, de un harpón dorado.
El monstro de rigor, la fiera brava
mira la ofrenda ya con más cuidado,
y aun siente que a su dueño sea, devoto,
confuso alcaide más, el verde soto.
Llamáralo, aunque muda, mas no sabe
el nombre articular, que más querría;
ni lo ha visto, si bien pincel süave
le ha bosquexado ya en su fantasía.
Al pie -no tanto ya, del temor, grave-
fía su intento; y, tímida en la umbría
cama de campo y campo de batalla,
fingiendo sueño al canto garzón halla.
El bulto vio, y, haciéndolo dormido,
librada en un pie toda sobre él pende
(urbana al sueño, bárbara al mentido
rhetórico silencio que no entiende):
no el ave reina, así, el fragoso nido
corona immóvil, mientras no desciende
–rayo con plumas– al milano pollo
que la eminencia abriga de un escollo,
como la nimpha bella, compitiendo
con el garçón dormido en cortesía,
no sólo para más el dulce estruendo
del lento arroyo emmudecer querría.
A pesar luego de las ramas, viendo
colorido el bosquexo que ya avía
en su imaginación Cupido hecho
con el pincel que le clavó su pecho,
de sitio mejorada, atenta mira
en la disposición robusta, aquello
que, si por la süave no la admira,
es fuerça que la admire por lo bello.
Del casi tramontado sol aspira
a los confusos rayos, su cabello;
flores su bozo es, cuyas colores,
como duerme la luz, niegan las flores.
En la rústica greña yace oculto
el áspid, del intonso prado ameno,
antes que del peinado jardín culto
en el lascivo, regalado seno:
en lo viril desata de su bulto
lo más dulce el Amor, de su veneno;
bébelo Galathea, y da otro paso
por apurarle la ponzoña al vaso.
Acis –aún más de aquello que piensa
la brúxula del sueño vigilante–,
alterada la nimpha esté o suspensa,
Argos es siempre atento a su semblante,
lince penetrador de lo que piensa,
cíñalo bronce, o múrelo diamante:
que en sus palladïones Amor ciego,
sin romper muros, introduce fuego.
El sueño de sus miembros sacudido,
gallardo el joven la persona ostenta,
y al marfil luego de sus pies rendido,
el cothurno besar dorado intenta.
Menos ofende el rayo prevenido,
al marinero, menos la tormenta
prevista le turbó o prognosticada:
Galathea lo diga, salteada.
Más agradable y menos zahareña,
al mancebo levanta venturoso,
dulce ya concediéndole y risueña,
paces no al sueño, treguas sí al reposo.
Lo cóncavo hacía de una peña
a un fresco sitïal dosel umbroso,
y verdes celosías unas hiedras,
trepando troncos y abrazando piedras.
Sobre una alfombra, que imitara en vano
el tirio sus matices (si bien era
de quantas sedas la hiló, gusano,
y, artífice, texió la Primavera)
reclinados, al mirto mas lozano,
una y otra lasciva, si ligera,
paloma se caló, cuyos gemidos
–trompas de Amor– alteran sus oídos.
El ronco arrullo al joven solicita;
mas, con desvíos Galathea suaves,
a su audacia los términos limita,
y el aplauso al concento de las aves.
Entre las ondas y la fruta, imita
Acis al siempre ayuno en penas graves:
que, en tanta gloria, infierno son no breve,
fugitivo cristal, pomos de nieve.
No a las palomas concedió Cupido
juntar de sus dos picos los rubíes,
quando al clavel el joven atrevido
las dos hojas le chupa carmesíes.
Quantas produce Papho, engendra Gnido,
negras vïolas, blancas alhelíes,
llueven sobre el que Amor quiere que sea
tálamo de Acis ya y de Galathea.
Su aliento humo, sus relinchos fuego,
si bien su freno espumas, illustraba
las columnas Ethón que erigió el griego,
do el carro de la luz sus ruedas lava,
quando, de amor el fiero jayán ciego,
la cerviz le oprimió a una roca brava,
que a la playa, de escollos no desnuda,
linterna es ciega y atalaya muda.
Arbitro de montañas y ribera,
aliento dio, en la cumbre de la roca,
a los albogues que agregó la cera,
el prodigioso fuelle de su boca;
la nimpha los oyó, y ser más quisiera
breve flor, hierba humilde, y tierra poca,
que de su nuevo tronco vid lasciva,
muerta de amor, y de temor no viva.
Mas –cristalinos pámpanos sus braços–
amor la implica, si el temor la anuda,
al infelice olmo que pedazos
la segur de los celos hará aguda.
Las cavernas en tanto, los ribazos
que ha prevenido la zampoña ruda,
el trueno de la voz fulminó luego:
¡referidlo, Pïérides, os ruego!
«¡Oh bella Galathea, mas süave
que los claveles que tronchó la aurora;
blanca más que las plumas de aquel ave
que dulce muere y en las aguas mora;
igual en pompa al páxaro que, grave,
su manto azul de tantos ojos dora
quantas el celestial zaphiro estrellas!
¡Oh tú, que en dos incluyes las más bellas!
»Dexa las ondas, dexa el rubio choro
de las hijas de Tetis, y el mar vea,
quando niega la luz un carro de oro,
que en dos la restituye Galathea.
Pisa la arena, que en la arena adoro
quantas el blanco pie conchas platea,
cuyo bello contacto puede hacerlas
sin concebir roció, parir perlas.
»Sorda hija del mar, cuyas orejas
a mis gemidos son rocas al viento:
o dormida te hurten a mis quexas
purpúreos troncos de corales ciento,
o al disonante número de almejas
–marino, si agradable no, instrumento–
choros texiendo estés, escucha un día
mi voz, por dulce, quando no por mía.
»Pastor soy, mas tan rico de ganados,
que los valles impido más vacíos,
los cerros desparezco levantados,
y los caudales seco de los ríos;
no los que, de sus ubres desatados,
o deribados de los ojos míos,
leche corren y lágrimas; que iguales
en número a mis bienes son mis males.
»Sudando néctar, lambicando olores,
senos que ignora aun la golosa cabra,
corchos me guardan, más que aveja flores
liba inquïeta, ingenïosa labra;
troncos me ofrecen árboles mayores,
cuyos enxambres, o el abril los abra,
o los desate el mayo, ámbar distilan
y en ruecas de oros rayos de sol hilan.
»Del Júpiter soy hijo, de las ondas,
aunque pastor; si tu desdén no espera
a que el monarcha de esas grutas hondas,
en trono de cristal te abrace nuera,
Poliphemo te llama, no te escondas;
que tanto esposo admira la ribera,
qual otro no vio Phebo, más robusto,
del perezoso Volga al Indo adusto.
»Sentado, a la alta palma no perdona
su dulce fruto mi robusta mano;
en pie, sombra capaz es mi persona
de innumerables cabras el verano.
¿Qué mucho, si de nubes se corona
por igualarme la montaña en vano,
y en los cielos, desde esta roca, puedo
escribir mis desdichas con el dedo?
»Marítimo alcïón, roca eminente
sobre sus huevos coronaba, el día
que espejo de zaphiro fue luciente
la playa azul, de la persona mía.
Miréme, y lucir vi un sol en mi frente,
quando en el cielo un ojo se veía:
neutra el agua dudaba a quál fe preste,
o al cielo humano, o al cíclope celeste.
»Registra en otras puertas al venado
sus años, su cabeza colmilluda
la fiera, cuyo cerro levantado,
de helvecias picas es muralla aguda;
la humana suya el caminante errado
dio ya a mi cueva, de piedad desnuda,
albergue hoy, por tu causa, al peregrino,
do halló reparo, si perdió camino.
»En tablas dividida, rica nave
besó la playa miserablemente,
de quantas vomitó riqueças grave
por las bocas del Nilo de Orïente.
Yugo aquel día, y yugo bien süave,
del fiero mar a la sañuda frente
imponiéndole estaba (si no al viento
dulcísimas coyundas) mi instrumento,
»quando entre globos de agua, entregar veo
a las arenas ligurina haya,
en caxas los aromas del Sabeo,
en cofres las riquezas de Cambaya:
delicias de aquel mundo, ya tropheo
de Scila, que, ostentado en nuestra playa,
lastimoso despojo fue dos días
a las que esta montaña engendra harpías.
»Segunda tabla a un ginovés mi gruta
de su persona fue, de su hacienda;
la una reparada, la otra enjuta,
relación del naufragio hiço horrenda.
Luciente paga de la mejor fruta
que en yerbas se recline, o en hilos penda,
colmillo fue del animal que el Ganges
sufrir muros le vio, romper phalanges:
»arco digno, gentil, bruñida aljaba,
obras ambas de artífice prolixo,
y de Malaco rey a deidad Java
alto don, según ya mi huésped dixo.
De aquel la mano, de ésta el hombro agrava;
convencida la madre, imita al hijo:
serás a un tiempo en estos horizontes
Venus del mar, Cupido de los montes.»
Su horrenda voz, no su dolor interno,
cabras aquí le interrumpieron, quantas
–vagas el pie, sacrílegas el cuerno–
a Baccho se atrevieron en sus plantas.
Mas, conculcado el pámpano más tierno
viendo el fiero pastor, voces él tantas,
y tantas despidió la honda piedras,
que el muro penetraron de las yedras.
De los nudos, con esto, más süaves.
los dulces dos amantes desatados,
por duras guijas, por espinas graves
solicitan el mar con pies alados:
tal, redimiendo de importunas aves
incauto meseguero sus sembrados,
de liebres dirimió copia, así, amiga,
que vario sexo unió y un surco abriga.
Viendo el fiero jayán, con paso mudo
correr al mar la fugitiva nieve
(que a tanta vista el líbico desnudo
registra el campo de su adarga breve)
y al garçón viendo, quantas mover pudo
zeloso trueno, antiguas hayas mueve:
tal, antes que la opaca nube rompa,
previene rayo fulminante trompa.
Con vïolencia desgajó infinita,
mayor punta de la excelsa roca,
que al joven, sobre quien la precipita,
urna es mucha, pirámide no poca.
Con lágrimas la nimpha solicita
las deidades del mar, que Acis invoca:
concurren todas, y el peñasco duro
la sangre que exprimió, cristal fue puro.
Sus miembros lastimosamente opresos
del escollo fatal fueron apenas,
que los pies de los árboles más gruesos
calçó el líquido aljófar de sus venas.
Corriente plata al fin sus blancos huesos,
lamiendo flores y argentando arenas,
a Doris llega, que, con llanto pío,
yerno lo saludó, lo aclamó río.

Estudiante de Letras. Intereses humanísticos → crítica textual, lenguas clásicas, literatura e historia antiguas.
