Bajo la sombra de luto y desencanto,

Eva, como «abanderada de los humildes», se desvanece,

su voz en el eco de la historia enmudece,

susurra el viento, «no me llores tanto».                                                                                          

En el alma de Argentina, un llanto,

se extiende como sombra que estremece,

y en la Plaza, el duelo se estremece,

una nación lleva su cruz de llanto.

«La lealtad del pueblo es mi única bandera»,

dice el recuerdo que persiste,

mujer de fuego, corazón ardiente.

Se apaga la llama, pero no su brillo,

Eva, en la eternidad, presente,

su legado, «mi deber es ser la abanderada de los descamisados».