El día que el juez Ramos Padilla expuso en el Congreso la red de espionaje y armado de causas que involucra al gobierno de Macri, Baylac fue a sentarse a los estudios de Crónica TV para defender lo indefendible. Su mérito quedó ahí a la vista de todos: la cara de piedra, su desvergonzada desnudez, que trajo a la memoria aquella promesa que le hizo a una señora frente a las cámaras, parado en las ruinas del 2001. Efectivamente cuando le tocó hablar bailó la refalosa sobre sus propios charcos de sangre. En cuanto a la producción del programa en algún punto era entendible: lo habían llamado a Baylac porque ese día ningún radical en su sano juicio iba a ir a ningún lado a poner la cara. El problema: este hombre inhabilitó cualquier tipo de diálogo. El estudio, las cámaras, los reflectores quedaron salpicados con su resaca intestinal.
Hace unos días, cuando se cumplieron 10 años del fallecimiento de Alfonsín, en un acto en la avenida Cabrera de Bahía Blanca, Baylac dijo unas palabras huecas frente al acotado auditorio. Incluso hasta no hace tanto había un programa en canal 4 de BVC con algunos muñecos del medio local sentados alrededor de una mesa, como un Polémica en el Bar pero incluso con más tilinguería provinciana, donde Baylac se hacía el poronga porque era «el que había estado», no importaba dónde ni haciendo qué cosa.
¿Qué dicen estas presencias de Baylac en el escenario público sobre nosotros mismos? ¿Qué tipo de sociedad es posible si este hombre puede hacer la cola impunemente en un Pago Fácil de calle Chiclana?