Una antorcha roja sobre el cielo petroquímico es un espectáculo que contiene, sin lugar a dudas, cierta belleza. Cuando viene Eva a visitarme vamos hasta el puerto a ver esa configuración de cañerías, boyas inmensas, edificaciones precisas y chimeneas humeantes y nos quedamos hasta la noche cuando prenden las luces, toda esa inmensa maquinaria resplandeciente que dibuja un nuevo paisaje, como una ciudad adentro de otra, y entonces vemos mejor el humo blanco que contrasta con el azul nocturno, como si estuviéramos frente a una pantalla viendo una guerra en Medio Oriente. Yo le digo: en materia de parques, el industrial es uno de los más interesantes que tenemos. También es la obra de arte contemporáneo más grande y a cielo abierto que le puedo ofrecer. Entonces vamos en auto en dirección al puerto y ella me cuenta un pasaje de una novela de Margaret Atwood, donde la protagonista, una nena hija de un científico, es invitada por la familia de una amiga a ir a una iglesia. Cuando salen el padre de la amiga pregunta: “¿Quién quiere ir a ver los trenes?”, y la amiga junto con su hermana responden “¡Nosotras!”. La nena protagonista ve esa escena y piensa que fue una especie de farsa bien montada, que en realidad el que quería ir a ver los trenes era el propio padre y que las nenas no hacían otra cosa que seguirle el juego. Entonces van a unas vías donde hay unos trenes estacionados y se sientan a verlos como lo que efectivamente son: un verdadero espectáculo. Yo le digo a Eva que si quiere también podemos ir a ver trenes, los que hay estacionados abajo del puente que va al castillo de la vieja usina termoeléctrica, y de hecho nos quedamos un rato mirándolos, pero después vamos hasta la vera de la ruta donde podemos contemplar el polo. No puedo responderle cuestiones técnicas, porque a decir verdad no se sabe mucho realmente: qué, cuándo, de qué manera, para quién, desde dónde y hacia dónde ese polo está produciendo lo que produce. Para la mayoría de nosotros se reduce a una configuración visual.
– Se trata de venir a ver los fuegos artificiales –le digo a Eva– que al fin de cuenta eso es lo que son.
Después hago un paneo general buscando la empresa DOW, por el recuerdo fresco de una explosión que hizo temblar a toda la ciudad. Los fuegos artificiales a veces hacen mucho ruido.
Aquel viernes era pasada la medianoche. Se produjo una sobrepresión en un recipiente de una planta de etileno, específicamente en el cracker 2 de la empresa DOW, y la cosa explotó invocando los fantasmas del pasado: el “tanque negro” de YPF sobre finales de los sesenta, los 22 muertos del Silo 5 a mediados de los ochenta, el escape de cloro del año 2000. Ahora básicamente lo que explotó fue un tanque de acero de tres metros de altura que desapareció y dejó un hueco en el entramado de las tuberías haciendo que la tapa vuele a cuarenta metros del lugar de la explosión. Al poco rato en los barrios más cercanos empezó a sentirse olor a plástico quemado que salía de las chimeneas de emergencia. Al principio nadie dijo nada pero después tuvieron que salir a decir:
Fue un error
al seguir un procedimiento
de alineación de este equipo.
Lara pensó que le habían tirado un piedrazo en la ventana. El negro pensó que había sido un trueno y fue a mirar el pronóstico. Palo pensó que había caído un rayo. Giuli que era un terremoto y dice que agarró a su gata para acariciarla. Katia flasheó que eran ovnis. Mi abuela pensó que era el tanque de agua que se había caído sobre el techo. La gente de los barrios se preguntó por qué no sonó la sirena comunitaria que alerta a la población y ellos tuvieron que salir a responder, pero lo hicieron con un nuevo interrogante:
La pregunta
que nos tenemos que plantear
es por qué el recipiente que explota
se sobrecargó a mayor presión
que la indicada.
Afuera las luces de los patrulleros girando producían un ritmo armonioso que se completaba con las luces estáticas de la planta. Mientras tanto, adentro unos obreros eran atendidos en una ambulancia porque estaban en shock:
Había tres o cuatro
trabajadores que estaban cerca
del lugar. La onda
expansiva puede
causar algún daño
en la audición. Para definirlo
hay que calcular a cuánto
equivale en explosivos,
la explosión
que se generó. Eso
se va a determinar
con los parámetros
que nos va a pasar la empresa.
Si uno se para de frente al lugar de la explosión ve las estructuras de hormigón perfectamente alineadas produciendo un efecto de galería con este inmenso glitch: unos caños torcidos como las raíces de una planta que hubiera sido sacada de raíz. Un poco más adelante hay un chapón abierto que deja ver el pedestal vacío donde estaba el tanque que desapareció. Sabemos cómo es el sonido de la palmada de dos manos, ¿pero sabemos cómo suena la palmada de una sola? Ahora parece que sabemos cómo suena la explosión en una planta de etileno, ¿pero sabemos algo más con respecto a eso?
El etileno es el compuesto químico más usado en la industria química. Se obtiene por ruptura a través de lo que se llama “craqueo”, deshidrogenando el etano. En este proceso los hidrocarburos gaseosos son calentados en hornos que funcionan a una temperatura altísima, lo que produce la ruptura de enlaces, pero también la generación de productos secundarios no deseados, que se separan en una segunda instancia por destilación o absorción. ¿Acaso la química no es una de las formas de la magia? De la polimeración de etileno, por otro lado, se obtiene el polietileno, que es uno de los plásticos más comunes y baratos, lo que lleva a que se produzcan ochenta millones de toneladas anuales en todo el mundo. Con ese plástico se producen diversas cosas: botellas, bolsas, envases de alimentos y productos industriales, cables, hilos, papel film, bases de pañales descartables, tubos y pomos para cosméticos y medicamentos, tuberías, bolsas para suero, elementos de bazar, folios, mangos de martillos y destornilladores, cajones para cervezas y gaseosas, tapas de cuadernos, tachos de pintura y de helado, bidones para detergentes, guías para piezas mecánicas, mamaderas para bebés recién nacidos, juguetes, cubos, tambores.
En “El fuego inextinguible”, que es un corto experimental de Farocki del 69 (donde se constata que la empresa DOW en esa época se dedicó a producir napalm), hay un hombre de guardapolvo blanco, sentado en un laboratorio, que dice: “Una gran empresa química es como una serie de bloques de construcción. Con ellos uno puede armar el mundo entero”.