Quizás porque piensa que ahí podrá congelar un ratito sus pensamientos. Y se cubrirá bien lindo todo el cuerpo con un manso buzo para no sentir lo que aprieta desde adentro, y que aquella inmensidad le dará más espacio para respirar, para suspirar.
Quizás, al frente de un río que no la llama a tirarse, logre conquistar los miedos que no la dejan nadar. Porque el frío muerde, pero aun así mete el dedo para asegurarse de que sí, de que muerde de helado porque esta congelado. Y seguramente llega a pensar que si se tira, no dura; y si va escapando de norte a sur, seguramente piensa que si se tira, se quema.
Pero por eso va, ¿o no? Para aprender a vivir sin el peso adentro; incluso daría la ilusión de subir un par de kilos. Yo diría que sí, aunque estas sean libras que ya no dejan correr al aire para adentro y para afuera, sino que obstruyen y llaman a un soporte que solo soporta, soporta el malestar. Y por eso se quiere ocultar en el sur, porque piensa que el frío corre más lento y solo tal vez eso también pueda pasarle adentro, ir más a su paso sin miedo a derretirse. Seguro por eso le nacen las ganas de marchar a donde nunca pensó querer ir.
Pensaba mucho en la playa, ¿pero en la Patagonia? Quería ver cipreses, quería ver los lagos fríos, quería la ropita que abraza con calor, quería algo caliente que le apaciguara el propio dolor. Pero lo que más quería era poder sobrevivir sin miedo a desaparecer en pleno sol.
Y es raro porque, si de viajes vamos a hablar, la distancia física nunca fue de su andar. Estoy segura de que la sufría más que nada, pero ahí estaba, buscando cómo se iba a ir para el próximo mes que ya se acercaba.