Estoy tratando de rescatar una imagen mental que me ayude a pasar los días, Estoy hurgando en mis recuerdos buscando un momento feliz entre mi padre y yo. Me cuesta, y es un pensamiento que me persigue hace varios días. Siento como que al fin mi cerebro completó una órbita y sabe de su ausencia. O entendí cómo expresar su ausencia.
Mi padre murió hace diez años, no sé si estuve en algún momento de estos diez años buscando un recuerdo . Hace diez días falleció mi madre. Tal vez eso disparó esa flecha que busca una montaña donde clavarse, o esa idea de que hay una sombra proyectada pero ya no está el árbol que la proyecta. Como la luz que llega a nuuestros ojos de estrellas que ya colapsaron.
En fin, todo apareció en momentos difusos y se plantó luego como una postal. Recordaba fotos de mi padre, pero solo. Sin compañía, o joven. Cuando aún no eran familia con mi madre. Algún día fue feliz, alguna vida fue feliz. Luego también fueron felices. Lo sé. Pero mis recuerdos no hallaban ese momento. Quería recordarlo feliz, o haciendo algún chiste, o charlando con los parientes. Y las imágenes comenzaron a aparecer como fotogramas de una película. En cenas de cumpleaños, en los autos siempre al volante, en alguna moto a toda velocidad, a la mañana temprano, casi de madrugada saliendo a tomar el colectivo que lo llevaba a su trabajo en el ferrocarril. Y ahí planté bandera. Me acuerdo que un sábado me llevó a los Talleres Maldonado, de Ferrocarriles Argentinos. Un lugar enorme, burocrático, elefántico, pero activo a la vez. Con bestias de metal durmiendo una siesta eterna sobre vías llenas de yuyos y otra zonas o galpones con actividad a medias. Ya la década del noventa masticaba cada puesto y cada riel. Ahí encontré su ser. Allí debían estar sus momentos, sus amigos, su gente, su oficio.
En un lugar llamado Ferrowhite hay una gigantografía de un asado de fin de año en los Talleres Maldonado del Ferrocarril. Siempre me detengo a verla con atención buscando el rostro de papá. En vano, pues no lo encuentro. Aparecen cientos de caras, cada uno con su historia, con sus deseos. Casi todos mirando a esa lente lejana y desde una altura extraña. Pero no lo veo a él. Me pongo a pensar que tal vez sea el que sacó la foto, que sería muy probable. Y vuelvo desandando los caminos de recuerdos pintando una rayuela en el piso de tierra de la vereda. Un tren pasa sobre el borde de la ciudad. No va a detenerse. Pero volverá como un recuerdo cada día.
“…acordarse es irse del olvido
y también despertar,
ponerse cuerdo…”
Perros del invierno. Florencia Lobo