la colilla de un cigarrillo todavía prendida en la vereda, una imagen cálida en un día donde el frío no solo congela el cuerpo, si no que también hiela mi razón, me hace caer en ese vacío gélido, al que todos asocian con el espacio y que para mí no es más que el cajoncito de mis emociones.
el clima de una noche de invierno funciona como una chispa que enciende la llama de mi nostalgia, de mi melancolía.
y no hay lugar que yo imaginé más frío que el no-ser.
el no-fui.
el no-seré.
lugares que recorre el tren que transita mi conciencia.
recuerdos que despiertan en el invierno y se apagan con el fuego de una nueva pasión.
esas luces que se prenden y se apagan, una cama en la cual descansa la ausencia.
una vela casi consumida a la cual se aferra un niño con temor a la oscuridad, el último bastión de defensa de un alma cansada, y un dolor que genera suspiros. el corazón callado y observando como su uso simbólico ayudó a más de un hombre al cual se le perdían las palabras.
tortuosa la tarea de arrebatarte lo que no te pertenece, y más aún por el hecho de que nunca lo tuviste, dejar en la profundidad del mar lo que del mar es y no llorar por lo nunca conseguido,
pesa caminar con la carga de no tener nada y no hay nada que pese tanto como la falta.
el casi es el remedio de los enfermos de soledad,
y lo recetado es la nostalgia del recuerdo.
¿entenderías a un ladrón por devolverte lo que nunca tuviste?
¿aceptarías que vuelva a vos el mundo que soñaste?
dejar guardado en el cajón esos lamentos y que los use tu egō de motor.
en una noche de invierno, dónde respirar cueste el doble y al balbucear sueltes humo, pensar en las caricias que nunca te regalaron se vuelve inevitable.