Existira siempre un dilema en mí, soltar o acompañar a la salida a aquello divino que aparece y desaparece. Tan mal me ha hecho y tanto me pertenece que, si me alejo demasiado, me lastima tanto o más de lo que me hiere por sí mismo. ¿Hay cárceles para esto que es mío? ¿Encerrar al amor, privar a la pasión, ocultar al odio? ¿Quedar falto de emoción será acaso posible? Encerrarlo sin que se escape, sin que nos cueste, será esto sentir por un minuto tan poco y vagar en neutro por lo que quede de sueño. Si lo acompaño a la salida, tal vez me premie con una danza que nos beneficie a ambos. Si lo suelto sin pensar, tal vez me desgarre y todo vuelva a comenzar, un ciclo de remordimiento conmigo mismo. Si trato con docilidad eso que soy yo, y me harta, eso que soy yo, y me hiere, eso que soy yo, y simplemente es, puedo sentirme un carrusel de emociones.