Un día el negocio del tiempo dejo de ser rentable y el mundo se quedó sin relojes, no hay siquiera un reloj adornando las paredes de las casas, no existen ni como antigüedad, no hay ningún coleccionista vivo y las colecciones de los fallecidos paradójicamente se perdieron en el tiempo, todo artefacto que indicaba la hora fue desechado, algunos se descompusieron por falta de uso, de otros conservaron partes y las utilizaron como repuesto de otros aparatos aparentemente más útiles. Con los relojes desaparecieron también los relojeros, el oficio murió con los hombres y los hombres murieron con el oficio, la sociedad les comunicó que su hora había llegado, realmente trágico que justamente ellos no se lo esperaran.
Hoy no hay muchos indicios de en qué año estamos, la hora exacta la podrías descifrar si miraras un segundo al cielo, pero nadie tiene tiempo para eso. Las fechas se desestructuraron bastante a causa de los cambios generacionales, el calendario, como los relojes, también quedó obsoleto, no hay feriados, ni fechas patrias, ni lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y mucho menos domingo. No hay tampoco interés en los jóvenes y mucho menos en los no tan jóvenes de recuperar esta estructura tradicional, no hay mucho tiempo para pensar, tampoco voluntad ni ganas de hacerlo, pensar…, pensar consume tiempo, pensar no es una forma de producir y mucho menos de consumir, prácticas ineludibles y seductoras para cualquiera que habite esta época, pensar es la inacción en toda su definición, el que cuenta los segundos está fatídicamente destinado a perderlos mientras los anuncia, 1, 2, 3, 4, 5…
Sin embargo, y a pesar de la perdida de costumbre, sé exactamente qué día es hoy, ni yo ni nadie puede intentar escapar del tiempo, por este miedo a lo incontrolable es que el humano decidió tratar de ocultarse a sí mismo que va a contrarreloj, pero la biología no miente, la aguja que marcan mi hora son las arrugas de mi frente y hoy ellas marcan las 00:00 de un nuevo agosto, y eso lo sé, hoy soy un año más viejo, no puedo serle indiferente a ese peso extra que se le suma a mi espíritu, lo siento como si fuese materia. Pasa el silencioso tiempo, pesa un año más y desde que lo percibo empiezo a enumerar los días, 1ro, 2do, 3ro, 4to, 5to, hasta que me pierdo en algo aparentemente más importante y vuelvo a vivir en automático, este será entonces el castigo que nos impuso el tiempo por temerle.