Una tarea recurrente en el oficio de la docencia es tratar de manipular la conciencia del niño tratando de explicarle la función que tiene un pupitre, a la vista del niño inquieto, primerizo en la exogamia , con incesante hambre de saber, el «banco» de la escuela no es mas que el objeto de tortura psicológica más aceptado por toda la sociedad, el niño en busca de sus pares en un salón que muchas veces toma el lugar de hogar, una trinchera en la que resguardarse del abrumador y temido mundo, mundo que al principio de una vida se toma como un morbo, tan exótico, tan místico y a la vez tan prohibido, inseguro para un pequeño alma que busca su forma, esta zona cálida y la misión de generar una interacción con un neo-habitante de, por ahora, su pequeño mundo, se ve interrumpida por una orden que en ese momento se siente como una condena, «CADA UNO SIENTESE EN SU LUGAR» , en ese momento se le ve arrebatado al niño una experiencia que inconscientemente busca desde que conoció que había más que una cama, muñecos de tela, un sillón y su respectivo televisor bien situado, sin olvidar lo gratificante que resulta tener lazos formados hasta antes de nacer gracias a la amable necesidad biológica de cada padre de cuidar (como les sale) a sus hijos, este grito arbitrario de un sádico torturador disfrazado de docente que para disimular su maldad se cuelga flores muy sonrientes en su guardapolvo es lo que genera en primer momento el cuestionamiento del pequeño y luego la explicación u justificación de la respectiva autoridad.
La cuestión es, ¿Cómo le explicas a un niño que no puede conocer a sus semejantes durante una hora porque para aprender geografía hay que quedarse inmóvil? un verdadero estoico, a la escuela se va a aprender! pero hasta ahí, algunas cosas y de una forma específica, porque no existe otra forma, sería una locura pensar que hay más de una posibilidad.
por fortuna del niño, el halo de esperanza aparece en aquellos que no tienen que explicarles lo que es un pupitre, esos maestros que se escapan del marco y empujan al niño, independiente al menos en su curiosidad, a danzar entre preguntas y respuestas, enigmas y resoluciones, incertidumbre y bello caos , enseñar que el banco es un astro y el conocimiento lo que lo órbita y que un trazo desprolijo sigue siendo parte de la pintura.