Aquel hombre se había presentado como un caballero.
Besó la mano de aquella mujer herida y le bajó el cielo a sus pies.
La acarició, admiró su belleza, era el héroe.
Aquel que con sus valientes piernas salvó a aquellos abuelos de un incendio.
Aquel que se emocionó con ella recordando buenos tiempos.
Aquel que la miró con picardía y la besó hasta la cansancio, pero ella desconfiada, lo alejó y el se fue por varios meses.
La plebeya quedó confundida, entre heridas de amores pasados y ataques de pánico, decidió abrir su corazón y darle una oportunidad a aquel apuesto príncipe.
Pasados los meses la mujer se empoderó. Aunque en el fondo de su alma y al costado de sus brazos llevaba heridas de amores pasados.
Lo invitó a su casa y fueron uno solo.
Se hundieron en pasión e inundó la habitación de ella con el perfume del príncipe.
El se despidió con besos que parecían sinceros.
Ella volvió a ser feliz.
Al día siguiente agradeció al universo haber puesto en su camino un hombre como aquel apuesto príncipe.
Ella era buena, pero ingenua.
El volvió a irse, volvió a demostrar que solo le interesaba lo mismo que otros falsos principes.
Y el hermoso, dulce e inteligente príncipe.
Se convirtió en sapo para siempre.
Ella lo llora aún, y a veces lo busca por las alcantarillas. Pero sabe que no se lo merece.
Así que abraza a su gata. Se refugia en sus amigas.
E intenta seguir adelante.
Porque una mujer. Jamás se rinde, y mucho menos por un falso príncipe.