Los domingos se olían

los huesos quemados de la carnicería

y a las hijas del carnicero las avergonzaba.

.

Yo iba a jugar a la taba:

un hueso del tardo de un corderito

daba vueltas sobre el queso,

carne, hoyo, culo y tripa,

y yo a una distancia de seis metros,

esperando que la suerte diera cara al sol

apostaba tanto que Dios o el canchero se apiadó

y la plata fue suficiente para una casita.