En imágenes generadas se logró resumir, apenas, las líneas generales de un “estilo de dibujo”.
Pero aquello que la Inteligencia Artificial no pudo, además de contar con el respeto y el permiso de los creadores que imitaba, fue condensar el arte de un director cuya mente, mano y corazón no se limitaron a ensamblar trazos y características reconocibles, sino que, trascendiendo eso, crearon historias.
Las historias pueden transmitirse a través de imágenes, pero no es una condición inherente a ellas. Es decir, no toda imagen cuenta una historia.
Porque las historias tienen alma.
Y las de Hayao Miyazaki flotan en el imaginario colectivo como luciérnagas: libres, persistentes, luminosas.
Tanto que, algunos, los menos sensibles, nombran como “estilo” algo mucho más profundo: una forma de mirar, y de mostrar, la vida.