Empecemos con la única buena noticia de esta publicación. En relación a la semana pasada, la curva de contagio del nuevo coronavirus en Bahía Blanca sigue siendo relativamente baja. Pasaron ya 27 días desde el primer caso local. Hubo un repunte claramente vinculado al HAMgate, una explosión miasmática del covid-19 en el Hospital de la Asociación Médica que hasta ahora nos dejó 15 casos, entre directos e indirectos, sobre un total de 26 casos municipales.
Y como está va a ser la parte optimista, veamos cuatro razones por las que el HAMgate no es un incidente tan grave:
1- No es un hecho único. De cada rincón del país se están reportando casos de hospitales o centros de salud con muchos contagiados. Es más, algunos de los mejores hospitales del mundo han registrados incidentes similares o incluso peores. Estamos ante un hecho inédito y se aprende sobre la marcha.
2 – Este es el momento de equivocarse, con la curva amesetándose. Si en algún momento la pandemia se descontrola, el personal tendrá más experiencia ante la adversidad y, muchos de ellos, ya estarán inmunizados ante el coronavirus.
3- Desde el 31 de marzo, casi todos los casos bahienses pertenecen a empleadas del HAM o vinculados estrechamente a ellas. Los únicos contagiados que no pertenecen al Hospital de la Asociación Médica, son los últimos dos. La primera menor de edad (su padre volvió de México) y un hombre del que no hay mayores datos. Esto demostraría que el virus no contagia en Bahía de forma comunitaria y masiva. O para decirlo con más precisión, dado que los testeos muestran una imagen atrasada, indica que hace 10 ó 14 días el covid-19 no circulaba exponencialmente por la ciudad.
4- Si comparamos los 27 días bahienses con el mismo período de la curva de contagio nacional la pronunciación de la subida sigue siendo menor. Mientras que en Argentina la duplicación de casos se da unas 8 veces(1,2,8,17,34,79,158,387,820), en Bahía Blanca se multiplica apenas por 4 (1,3,6,12,24). En los números del país hasta ese momento, es justo decirlo, todavía no se perciben los efectos de la cuarentena obligatoria.
Ahora sí, las malas noticias.
Es difícil no ser pesimista después de hacerse la siguiente pregunta: ¿Cuántos contagiados y muertos va a haber en el mundo en diciembre del 2020, cuando la pandemia del coronavirus cumpla un año? Para estimar el cálculo sólo aportaré los datos de hace sólo un mes: 194.909 contagiados y 7.876 de fallecidos. Al día de hoy, viernes 17 de abril, los números son 2.172.031 y 146.201 respectivamente. Los enfermos se multiplicaron por 11, mientras que los muertos aumentaron 18 veces y media, en apenas 30 días.
Y es aquí donde aparece la gran esperanza blanca: la creación y distribución de una vacuna que haga desaparecer al covid-19 para siempre. Esa es la apuesta de todos los gobiernos, en especial los que priorizan la economía por sobre el mercado. Cuarentenearse uno, dos, tres meses hasta que la ciencia salve a la humanidad y los mercados puedan volver a ser “normales”.
Espero se me permita no ser tan optimista al respecto. El desarrollo de una vacuna es algo que lleva mucho tiempo de investigación, de pruebas, de trámites. Hay vendehumo en varios rincones del planeta diciendo que van a tener un tratamiento efectivo en apenas unos meses pero, para comparar, veamos el caso de otras enfermedades que nunca obtuvieron su vacuna.
Empecemos por un clásico: el sida, descubierto en 1981, con 39.000.000 de muertes desde su aparición, ha sido una obsesión de la comunidad médico-científica. Se han descubierto tratamientos que mejoran la calidad de vida de los pacientes con hiv e incluso algunos curados, pero el mundo sigue esperando una vacuna para este virus que afecta a todas las clases sociales, desde millones de africanos pobres hasta miles de estrellas del cine y de la música alrededor del planeta.
También está el virus del ébola, aparecido en 1976, pero con un brote importante en 2014 que terminó con 11.300 muertos. Esta enfermedad de alta letalidad pero menor nivel de contagio que el sida o el coronavirus se ha esparcido casi exclusivamente por África, lo que justificaría que ningún laboratorio invierta lo necesario para desarrollar un tratamiento. Sin embargo, el temor a una guerra o atentado bacteriológico ha generado suficiente paranoia global como para que ya hubiera aparecido una vacuna en alguna parte del mundo.
El tercer antecedente son los virus Mers-cov (2012) y Sars (2002), parientes cercanos del actual coronavirus que casi no salieron de su Asia natal. Ninguna de las dos enfermedades logró tener una mortalidad comparable a la pandemia actual pero ni siquiera la poderosa China pudo desarrollar una vacuna o tratamiento efectivo. Si algún país o empresa privada hubiera encontrado una cura o prevención, hoy estaríamos mejor preparados para enfrentar al covid-19.
El cuarto y último caso nos abarca como latinoamericanos: el dengue, el zica y la chikunguña, todas trasmitidas por mismo mosquito: el Aedes Aegypti. Las dos últimas enfermedades datan de mediados del siglo veinte y afectan a países tropicalmente pobres como nosotros, lo que no representa una inversión muy rentable para los grandes laboratorios. Sin embargo, el dengue tiene más historia, con registros escritos ya desde la china dinastía Jin (265 a 420 D.C.) y con epidemias reiteradas en África, Asia o América. Actualmente se calcula que cada año se registran 100.000.000 de infectados en el mundo, con una mortalidad el 2,5%. Suficiente como para que ya hubiera aparecido una vacuna.
Parte de la complejidad con la que se encontraron los desarrollos sanitarios de estas enfermedades, y muchas otras, es inherente a la actividad de descubrir algo. Si uno decide construir una casa, sabe que el proceso insume equis meses, y a lo sumo se atrasará un poco. Para los avances científicos se necesita de una chispa, de una epifanía, de un acto de genialidad que perciba algo que siempre estuvo allí pero que nadie pudo ver antes. Y es imposible saber cuánto tiempo va a pasar hasta que eso ocurra.
Después, claro, está lo costoso que va a hacer universalizar la tan esperada cura en un contexto capitalista, con una tendencia creciente a la desigualdad.
¿Y qué hacemos mientras llega la vacuna?
Esperar y observar. Tenemos los antecedentes asiáticos y europeos que nos van mostrando una visión del futuro. Tenemos en América, las realidades de los países que eligen otras estrategias o prueban con múltiples recetas, que nos pueden parecer más o menos correctas. Esto da para largo y hay que ir aprendiendo con paciencia.
Hay un mito que circula mucho: el pico de contagios. Un lugar mágico al que una vez que se llega los casos empiezan a descender hasta cero. Eso no va a pasar nunca. La curva de contagios va a seguir subiendo y, si se estanca, va a ser en números altísimos. No hay motivo alguno para pensar que un virus que se ha demostrado tan voraz vaya a detenerse al llegar a niveles tan bajos de la población.
Entonces, llega la otra esperanza de los que anhelan una rápida normalidad: la inmunidad colectiva o de rebaño.
Esta teoría sostiene que al llegar a un porcentaje todavía sin definir de personas recuperadas o muertas (algunos estiman entre el 50% y el 80% de la población), el covid-19 dejaría de circular porque se le interrumpirían las cadenas de contagio. Por supuesto que para que esta teoría tenga asidero, se tendría que confirmar que una persona recuperada genera inmunidad y no vuelve a contagiarse, algo que está en debate.
Pero incluso aunque los enfermos generen inmunidad, llega el momento de hacer cuentas. Tomando como medida un aumento de 150 casos diarios y estimando un mínimo del 50% por ciento de la población argentina para desarrollar la cobertura, nos llevaría cerca de 150.000 días llegar a la inmunidad de rebaño.
Uno podría pensar que 150 casos es muy poco y que Brasil tiene 3.000 por jornada, un número que quizás entusiasme más a los defensores del mercado. En ese caso, y limitándonos a los habitantes de Argentina (Brasil tiene casi 5 veces más población), nos llevaría casi 7500 días.
Para inmunizar al 50 por ciento de los argentinos en los 3 meses que muchos desean, tendríamos que tener aproximadamente 250.000 casos diarios, con la tragedia sanitaria que eso conllevaría.
El panorama es desolador si el objetivo es recuperar nuestra vida anterior. Quizás sea momento para replantear nuestros objetivos, así como el sistema económico en el que vivimos, y reemplacemos con la salud y la igualdad, el motor actual del mundo que es el dinero. De lo único que podemos estar seguros es de que va a haber tiempo para pensarlo.
Final con un consejo bienintencionado para los archimillonarios de Argentina (y el mundo)
Cooperen ahora mientras dure la fase de prevención que si la pandemia explota quizás los modales no sean tan buenos.