En política, hay dos clases de traidores. Los que siguen siendo fementidos toda la vida y los que obtienen el permiso para volver al redil. Alberto Fernández, porteño, seis años menos que Cristina, ya pertenecía a esta última clase antes de ser ungido. Tras esto, Alberto F. se convirtió en el perdonado perfecto, la representación más acabada del que logra volver del peor lugar.
La unción de Alberto F. no fue sólo una demostración de la apertura de Cristina F., eligiendo a un tipo que supo decirle que no, durante años fundamentales. Es un llamado cristianoide al Perdón. A abandonar el purismo político como medida de valor o la fidelidad ciega como norma para elegir candidatos. Es un llamado a olvidar las diferencias del pasado, distante. A dejar de apuntar, con la piedra en la mano.
El perdonado seguramente se imaginó a él mismo siendo presidente, pero demostró sobradas veces que no va por los cargos, siendo jefe de campaña en repetidas ocasiones, lugar importante pero que te deja en el llano. Incluso ser jefe de gabinete es menos que ser electo a cualquier puesto, en términos de autonomía. Siempre se está a tiro de que te pidan amablemente la renuncia.
Es probable que esas imaginaciones inofensivas, en las que Alberto F. se entusiasmaba con la banda presidencial, ya fueran cosa de su pasado. Que incluso estuviera cómodo, y hasta feliz, buscando interpretar papeles sencillos, en la minúscula sala de operaciones de la política argentina, sin necesidad de ser el gran líder. Y por eso El Perdonado gana puntos, que pueden convertirse milagrosamente en votos. Porque no asomó, como varios, la cabecita a las marquesinas de las precandidaturas, ni antes de la unción de Cristina F., ni con Massa, ni con Randazzo, el desaparecido que nadie está buscando.
El Perdonado cierra el arco de su personaje perfecto, de mendigo a precandidato, luego de haber superado el estigma del que abandona y el error fatal, en 2017, de haber sido un poco artífice del oprobio histórico de que un goofy conservador como Esteban Bullrich le ganara a Cristina F., en la provincia de Buenos Aires. Manchas que ya no importan porque las bases de la unidad se construyen con el perdón. Si la estrategia de la oposición para vencer en Octubre es armar el frente más amplio posible, Alberto F. es el perdonado perfecto.