dos crónicas
.
Una situación coral límite
.
Fijo la vista en una de las columnas revestidas de mosaico, todos los cuadraditos rondan el turquesa excepto uno, un único cuadradito violeta que contrasta lo suficiente con el resto. Es un regalo, inconscientemente descanso ahí la mirada cuando el desfile de paquetes y caras y ropas y gestos se vuelve mucho.
Hay tres monitores que avisan sobre los turnos, están alineados y la distancia entre uno y el siguiente es de unos cinco metros. Dan la misma información, y están desfasados. Suena el primero y aparece al tope de su lista el ítem nuevo, casi sin espera suena el que le sigue, con su respectivo agregado del mismo ítem, el tercero suena y suma ítem con una diferencia de cinco segundos. Algunos de los presentes necesitamos chequear los tres aparatos a medida que van haciendo su llamado, incluso habiendo entendido esa lógica de repetición.
Una nena chiquita que apenas camina se las arregla para recorrer el lugar exhaustivamente, por momentos gatea, se toma descansos tirada en el piso, riendo para quien la mire, algunos de los presentes tenemos cierto recelo con el nivel de libertad que le da su mamá, que es una chica con expresión de ida y cuya sonrisa se desdibuja cada vez que revisita la realidad para cerciorarse de que la nena está bien y más o menos al alcance. Cuando la nena se encamina decidida hacia un enchufe hay un señor que se preocupa particularmente, su cuello está tenso y sobreerguido mientras busca al adulto responsable de esta criatura, pero no encuentra tal cosa así que se acerca a la nena justo a tiempo para impedir que su manito haga contacto con eso tan peligroso, al instante aparece la mamá haciendo una corridita cómica, le agradece al señor y se lleva a la nena a upa, entiendo que el señor considera que la mamá no le dio al suceso la importancia que se merecía, vuelve a su asiento un poco indignado.
Irrumpe un ser que se anuncia con un “hola” fuerte y enérgico, yo no volteo a mirar, sé que avanza desde la entrada porque a su paso va repitiendo el “hola”, siempre contento, siempre caudaloso. Cuando me pasa por al lado veo que es un chico que está con un hombre que debe ser su papá, un chico que además de no poder parar de decir “hola” no puede parar de hacer unos movimientos impredecibles con sus brazos, con su tronco, con sus piernas, y su papá los va atajando en un trabajo paciente y agobiante, a veces lo único que le funciona es rodearlo con los brazos. Llegan a la caja con prioridad y los atienden rápido, pero aun así los holas se van acumulando y haciendo más denso el ambiente.
Escucho que un nene que está sentado adelante mío cuenta los holas como en un juego. Yo tengo mi propio entretenimiento, voy llevando registro de un fenómeno que nos involucra a los que no necesitamos decir hola todo el tiempo. Según mis cálculos uno de cada cinco nos equivocamos de sucursal o no interpretamos la información que nos llegó por mail o cometemos otro tipo de error y entonces vamos a buscar un paquete que no puede ser entregado. Ante esto la reacción preponderante es la vergüenza, que se puede resolver de dos maneras. Una, exagerando la sonrisa y la amabilidad y la dignidad al caminar para la salida, otra enojándose con el sistema, con alguna de sus instancias corruptas o negligentes o mal diseñadas.
El chico hola le dice un hola rebosante de alegría al más reciente enojado con el sistema, que lo mira indiferente antes de escapar a toda velocidad con las manos vacías, sus insultos cobardes a media voz (banda de ñoquis forros vayan a laburar impresentables toda la mañana acá como un pelotudo forros) son opacados por un primer llanto tímido de la nena curiosa que quedó atrapada entre una de las paredes y la columna revestida de mosaico que tiene un único cuadradito violeta. Está trabada en ese espacio tan chico, es inverosímil, forcejea cada vez más violentamente y el llanto también escala, creo que se lastimó. Suenan los monitores, suena más y más el llanto, mamá sale del embeleso acostumbrado, corre sin gracia hacia su cría y trata de ayudarla pero la nena grita y no admite ser agarrada, la mamá entra en pánico y también grita, “¡no la toquen! ¡está herida!”. Mientras tanto el chico que dice hola está en su punto de máxima intensidad, se da una competencia de voces a alto volumen, una situación coral límite, hay gran revuelo, hay gente que quiere ayudar y se acerca pero no del todo como si la nena o la mamá emanaran un campo repelente, va el de seguridad y no sabe bien qué hacer, el señor indignado está a punto de intervenir una vez más pero la nena se destraba sola y enseguida está tranquila y sonriente, y no está herida. La mamá la abraza y dice “no sé qué me pasó” tres veces.
Cuando el chico hola y su papá van saliendo se encuentran a una mujer que conocen, ella los saluda cordial con un tono muy dulce, el chico hola no hace su parte, no responde, por primera vez desde que llegó se queda callado y quieto.
.
.
.
Un olor plástico a refrigeración
.
Sobre el tope de una de las luces de la calle hay un pájaro grande en una actividad que no puedo entender. Mi mirada vuelve y vuelve al pájaro a la vez que conversamos, le presto una atención secundaria al animal mientras me contás que te aumentaron el alquiler a un valor que no tiene sentido, me explicás acerca de índices, porcentajes de inflación de cada mes, te sigo en los cálculos y en el margen derecho de mi campo visual está ese ser que empieza a imantarme, miro de nuevo y por fin descubro que lo que el ave hace es comerse a un ave más chica. Le cuesta mantener el equilibrio sobre la lámpara, para lograrlo hace unas movimientos que me resultan impropios de un pájaro, me desconecto por completo de lo que me estás diciendo sobre la falta de mantenimiento del departamento que alquilás cuando me doy cuenta de que es posible que el otro ave esté todavía viva. Es que el pájaro depredador está parado sobre el pájaro presa y no sé si cuando lo pisa se levanta una parte del cuerpito sometido o si en realidad este se mueve por propia voluntad. Llega otro ave grande, es impensado que sean tres ahí arriba en esa superficie mínima, puedo ver cómo el nuevo le manda su pico ganchudo al ave chica y se desprenden unas plumas que caen como nieve. Es verano, el aire acondicionado está fuerte, tomamos nuestros cafés calientes, acá adentro casi que hace frío, tenemos intenciones de comentárselo al mozo pero nunca lo hacemos, te abrigás, afuera hace calor y nievan plumas. Hay un olor plástico a refrigeración y hay mucho ruido humano cálido de materiales como melamina, cerámica, vidrio, metal. Hay tazas que emanan vapor y vasos con hielo que coexisten en la misma bandeja, prácticamente tocándose, sin que se note el intercambio de energías que se está dando, una cosa que se me hace pasiva pero que es comparable al enfrentamiento explícito entre los dos depredadores que ahora se disputan no sé si una presa o un lugar en el alumbrado público. El pájaro chico quedó inerte y olvidado allá en la cima mientras los otros se metieron de lleno en esta lucha que podría ser territorial, se desplazan, se atacan con el pico y las garras, necesitan más y más espacio y por momentos los pierdo.
–¿Viste que a los horneros les gusta hacer sus nidos sobre las luces de la calle?
Mi pregunta no te descoloca. Tus pupilas se van para arriba y a la izquierda, buscás brevemente en tus recuerdos hasta que hablás, en la parte de tu camino cotidiano en que vas entrando desde la ruta ves una seguidilla de cuatro o cinco -no sabés exactamente pero mínimo cuatro- nidos de hornero sobre lámparas led, en una zona con árboles, casas con techos que sobresalen y ofrecen refugio, te parece una locura la elección de los horneros, nos parece una locura, nos parece un comportamiento humano.
El café se nos enfría rápido en este día tórrido de verano, admiramos las paredes recién pintadas, son de un color amarillo claro y están abarrotadas de frases de vinilo autoadhesivo, las letras son redonditas infantiles y las rodean dibujos de flores que podrían ser también letras, las letras podrían ser flores, hay flores más o menos legibles en las paredes adentro, sé que afuera hay olor a podrido, puede que sea imperceptible desde acá pero este local implica una acumulación de basura, algo que ya esté incorporado al paisaje y se nos pase de largo medio fácil.
Revolvemos los cafés tibios, una de las frases nos resulta particularmente graciosa, nos divierte y nos indigna, reímos esa risa espantada de estos casos y eso se diluye en una cascada de expresiones de asombro de la gente a nuestro alrededor. Antes de que terminemos de entender qué es lo que está pasando nos sobrevuela uno de los pájaros depredadores. Es impactante, yo veo un pterodáctilo, una bestia poderosa que igual no encuentra canal para su ferocidad, está perdida.
La reacción mayoritaria de las personas frente al intruso es proteger las tazas, los vasos, las medialunas, cubrirlas con sus manos en posición horizontal.
