Ayer tuve turno con mi dentista y hoy me llega por mail esto que tiene el título ENCUESTA DE CALIDAD. Se me pide que POR FAVOR CALIFIQUE (SIENDO 1 MÍNIMA SATISFACCIÓN Y 10 MÁXIMA SATISFACCIÓN), nunca participo en cosas así pero esta vez estoy medio dormido y me entrego a la tarea sin pensarlo. 1) INSTALACIONES a) UBICACIÓN: 8, me queda más cerca que antes b) ASPECTO Y CONFORT: 7, lindo lugar, espacios grandes, colores tristes, arrogante c) LIMPIEZA: 8, o 7 capaz, pisos pulcros pero algo en el aire, un olor como a niño medicado ATENCIÓN EN RECEPCIÓN: 7 de nuevo, larga espera para ser atendido, compensada en parte por el buen trato de la mujer a cargo CONSULTAS TELEFÓNICAS: esto sí me gustó, 9, gran experiencia, como hablar con un robot en vías de entender las emociones humanas 2) ATENCIÓN ODONTÓLOGOS: no voy a completar los incisos que sugiere la encuesta si no que voy a dar una calificación general, que es 4. Si me refiero a lo puramente técnico de la ATENCIÓN ODONTÓLOGOS puedo decir que fue entre mediocre y aceptable. Lo demás no lo puedo contar poniendo números de la a) a la e) y por eso lo voy a relatar, empezando desde el minuto 35 de estar haciendo una cola frente a un escritorio.
La mujer amable de recepción chequeó algo en su computadora y por fin me habilitó la entrada a lo que llamó el área de atención. La puerta que daba a ese lugar era demasiado grande y brillante y me dio vergüenza ajena desde el momento en que la vi. Creí que iba a ser pesada, pero no, se cerró lenta y silenciosa atrás mío, moviendo un poco de aire que apenas sentí en los brazos y el cuello. Ese vientito acompañó perfecto el cambio de entorno, ahora estaba en un pasillo plateado como de nave espacial pobremente imaginada, sin gente a la vista, con indicaciones sobrias de cómo ir a distintos cuartitos numerados. Yo iba al tres y antes de poder llegar me topé con la escena de mi dentista teniendo una discusión con un técnico encargado de reparar la aparatología, supuse. Mi dentista estaba decepcionada con el arreglo de un aparatito que a veces andaba y a veces no, y el técnico estaba perplejo, con la mirada baja hacia el aparatito que era prendido y apagado repetidas veces por mi dentista, maniáticamente. Los dos tienen que haber sentido mi presencia pero no lo manifestaron, entiendo que estaban en medio de esta otra situación tensa. Recién cuando se fue el técnico mi dentista me saludó, más fría que lo habitual. Noté además una vejez nueva en su cara, como un derretimiento, todo un poco más colgante. Sus ojos opacos de siempre y su boca de dientes perfectos pero cansada, agotada, difícilmente podrían configurar una sonrisa tal y como estaban las cosas. No mencionó la mudanza del consultorio a esa clínica espacial ni me dijo qué hacer. Yo ya lo sabía pero igual siempre me dice qué hacer y esta vez no. Ya acomodado en el sillón con el babero de papel puesto me miré los pies, me acuerdo, y los moví como controlando que fueran míos, pensé en si dejaba las manos arriba de la panza o no, me planteaba este tipo de cuestiones corporales a la vez que mi atención fina estaba en los movimientos de ella, en el ruido exagerado que hacía y su aura de ira que casi me quema cuando se me acercó y me encerró con la mesita de instrumental. Se me cruzó la idea de escapar, y enseguida la necesidad de quedarme y ver a dónde llevaba todo eso. De ahí en más tomé una actitud de sometido. Abrí la boca y ella empezó a trabajar sobre mi dentadura como si fuera un edificio a demoler. Me preguntó un par de veces si me dolía pero sé que no le importaba, es más, de esto no estoy tan seguro pero me pareció que al principio se permitió tantear mi umbral de dolor, como en un juego.
Aprovecho, estás con la boca abierta y con una serie de objetos metálicos y de plástico y algodón y hasta dedos de látex metidos, tu dentista te pregunta si te duele, cómo espera que sea emitida la respuesta? Me gustaría que alguien me ampliara este asunto.
Avanzaba el arreglo y se me hacía cada vez más problemático saber qué hacer con los ojos, mirar a mi dentista se había puesto difícil, ella cada tanto se tomaba un segundo de quietud y hacía un contacto visual asesino. Ese ángulo, el barbijo, la luz, terror. Hasta ahí venía disfrutando, estaba seguro de que era algo sexual, un poco perverso, pero que avanzaba a un buen lugar, hasta que ella se paró y se alejó. Dijo que había que esperar unos minutos y llamó a una auxiliar, de golpe se cortó por completo esa conexión extraña que habíamos logrado. De reojo vi entrar a una mujer mayor de ambo violeta y mucho perfume que no dijo hola. Eran amigas y se pusieron a conversar, mi dentista parecía ahora centrada y hasta preocupada por mantener las formas médico – paciente, había un marcado de territorio no agresivo, nos hacía saber que a pesar de este momento sin actividad odontológica ella estaba comprometida en la sesión conmigo, y a la vez me hacía saber a mí que su comportamiento loco había terminado. Eso fue sobre todo decepcionante. La normalidad que siguió hizo que me aburriera y empezara a sentir las molestias de tener la boca abierta tanto tiempo seguido. Ella hablaba con la mujer perfumada sobre vacaciones, dijo algo como que en el hotel había gimnasio pero quién va al gimnasio cuando está de vacaciones? Y se rio medio como una tonta y justo ahí un indicio, una mirada que me lanzó que era en parte invitarme a participar sabiendo que no podía, y en parte era castigo y también jactarse de algún tipo de victoria. El aparato succionador de saliva hacía sus ruidos espantosos y con este paisaje sonoro me fue más fácil darme cuenta de que estaba siendo torturado. Suena exagerado? Todavía no me decido. La mujer de violeta no sé si estaba al tanto, no sé si era cómplice, si las víctimas postradas son parte de lo cotidiano.
Alguna vez busqué a mi dentista en instagram. Su foto de perfil: ella con un sombrero y un lindo paisaje de cerros detrás. El resto de sus fotos, la extrapolación perfecta que uno haría a partir de ver su foto de perfil.
La mujer de violeta siguió conversando con mi dentista excluyéndome las dos de su mundo que se volvía publicitario cuando se acomodaban el pelo y cuando tripa advaisor les recomendaba cosas todos los días y yo desde el vacío con mi boca abierta y una claridad mental especial contemplaba su mundo incompleto, sospechosamente simple, editado al punto de parecer bidimensional.
Terminando el turno mi dentista se desempeñó con más corrección, creo que había descargado eso que tenía que descargar y se enfrentaba a una lucidez un poco incómoda. En el saludo final noté fragilidad, no sé si vergüenza o arrepentimiento.
Voy a cambiar mi calificación general de ATENCIÓN ODONTÓLOGOS a 5.