La efimeridad de mis palabras es como la velocidad de las hojas que caen del árbol en otoño, esos otoños de pleno mayo donde los vientos se hacen más presentes.
Efimeridad en mis palabras y en mis pensamientos, esos que vienen a mi cabeza cuando escucho la canción que cantábamos juntas a la madrugada pero que hoy te recuerdan a alguien más. Pensamientos efímeros, breves que logro despegar rápido de mí, porque si no lo hago, me arrastran a un insomnio del que no me puedo despegar en largas noches.
Las personas suelen pensar que algo efímero es algo negativo, ya que no tiene «validez» por su corta duración, yo elijo refugiarme en aquellos populares creyentes que sostienen que los momentos efímeros, son los sinceros, los que están más cargados de felicidad.
Todos somos efímeros, somos efímeros en la vida de aquella persona que cruzamos en el colectivo yendo al trabajo, somos efímeros en la vida de esa persona a la que le servimos un café mientras trabajábamos en una cafetería.
Lo más lindo de ser efímero, de apreciar lo efímero, es poder dejar una marca en cada persona que te encontrás y crearle un recuerdo del que no se vaya a olvidar, un gesto, una mirada o una palabra.
El tiempo es el mayor enemigo de la espontaneidad. Yo elijo correr en contra de él.