Dentro del universo de Terramar, sobre todo, las palabras y los nombres tienen una importancia que, diría, es incalculable. Nombrar una cosa es tener poder sobre ella. Pienso en los múltiples no-nombres de Dios, o El Innombrable, donde nosotros, los simples humanos, no somos capaces de ver ni interpretar su verdadera esencia. Sin embargo, en palabras del señor Bajocolina, el nombre es una cosa y el verdadero nombre es la verdadera cosa. Conocer el nombre significa controlar la cosa.

En esta pequeña isla, nadie sabe el verdadero nombre del señor Bajocolina, autonombrado mago de la aldea -un mago, por cierto, bastante ineficaz-. A medida que leía el cuento me preguntaba si estos hechizos malhechos o inútiles eran lanzados así a propósito o, en efecto, Bajocolina no tenía la capacidad de encantar correctamente a los aldeanos. ¿Esta incapacidad se debía a su verdadera naturaleza malvada de dragón? De ser así, ¿por qué seguía intentándolo?

Y nadie puede saber su verdadero nombre porque no se puede preguntar y él no lo puede decir, sobre todo por ser mago, por lo que fue apodado en base a su vivienda. Y durante cuatro años las cosas transcurrieron de ese modo, con el señor Bajocolina lanzando ineficaces hechizos y los aldeanos soportando su deambular. Las mujeres le tenían recelo.

Sin embargo, esta falsa paz se ve interrumpida por la llegada de Barbanegra, otro mago. Un verdadero mago, según los aldeanos, quien viene a buscar a Bajocolina. Este no sale de su casa, detesta los visitantes, por lo que Barbanegra debe salir a su encuentro. El nuevo hechicero tiene un arma mortal: sabe el verdadero nombre de Bajocolina.

Al momento del enfrentamiento, el mago de la aldea revela su verdadera forma. Un enorme dragón surca los cielos de Sattin destruyendo las praderas y colinas con su aliento de fuego. Ahora que su verdadero nombre ha sido revelado, no tiene necesidad de seguir escondiéndose.

La pronunciación de esta palabra desata el caos sobre la pequeña y tranquila isla, altera, incluso, la historia. Quizás las cosas podrían haber seguido su curso indeterminadamente, sin más contratiempos que la pobre hechicería de Bajocolina o los problemas propios de la aldea pesquera. Barbanegra llega para alterarlo todo por una razón, en suma, egoísta. Él quiere recuperar el tesoro de su familia, del reino de Pendor. Una especie de caballero buscando la gloria y el honor, o buscando cobrarse aquella venganza de siglos. Un enfrentamiento final contra la bestia, y una victoria, según Barbanegra, casi asegurada. En su orgulloso y ciego egoísmo no contempló la posibilidad de los daños colaterales, ni siquiera pensó en que Bajocolina podría ser el dragón y no el hechicero que buscaba. Aunque, si así lo fuera, ¿una batalla entre magos no podría destruir la aldea? ¿qué pasaría con ellos después de aquel enfrentamiento? ¿Barbanegra se quedaría para reemplazar al mago? Nada parece indicar que así lo tuviese planeado.

Y con esto vuelvo al principio de la historia, un detalle que avecina todo lo que sucederá. Y no, no me refiero a los resoplidos de Bajocolina o la extraña fascinación que tiene por Palani, la maestra, la doncella, el alimento preferido de los dragones, sino al diálogo que abre la historia. “Día, señor Bajocolina” saludaban los aldeanos, y él respondía “Día, día”. El relato explica que en una isla tan presa de las Influencias un simple adjetivo podía cambiar el curso climático de una semana entera. Entonces, la pronunciación del nombre verdadero de un dragón centenario no podía ser menos. Esa palabra, que evitaré nombrar para no arrastrar este relato a la desgracia, acabó por terminar con la existencia de la aldea y quizás de la isla completa. Probablemente el dragón saldría a buscar más presas en cuanto se hubiese quedado sin alimento, destruyendo otras islas del archipiélago y reconstruyendo la historia original que contaba Barbanegra a Birt. O quizás solo quedarían dos testigos de aquella devastación, recordando lo que fue la isla y sabiendo que jamás podrían volver a verla, intentando contar su historia a los magos de Pendor, los de magia blanca, para que intenten acabar de nuevo con ese dragón. O quizás la enorme criatura no dejaría que escaparan, más aún siendo que el sobrino del pescador sabía su verdadero nombre.

Y así, en una pequeña isla donde un adjetivo pronunciado inoportunamente puede alterar el clima, un mago inconsciente decidió traer el nombre de, supuestamente, otro hechicero trayendo la desgracia sobre todos sus habitantes. Los nombres son palabras muy poderosas. ¿Has pensado el tuyo?