En primer lugar, quiero aclarar que haré este análisis desde mis escasos conocimientos, y desde aquello que me produjo la poesía, aquello que sentí que transmite. Puede que mis palabras estén, en realidad, en error, pero quiero escribir esta reflexión, para que mis pensamientos no queden en el olvido.

Es difícil olvidar estos versos de la poeta, y más cuando los siento cargados de una nostalgia irresoluble, una nostalgia por aquello que apenas puede vislumbrar como un reflejo lejano, pero que nunca deja de buscar: la poesía. No, la poesía solamente no, la poesía hecha movimiento, hecha acción. El verbo sagrado. Ese verbo sagrado que la autora no es capaz de encontrar y admite, con cierta desesperanza, que jamás será capaz de pronunciar, no importa el sacrificio que haga por ello, y no importa cuánto busque. Pero, en cierto punto, la autora ha sido capaz de hallarlo y tomarlo, por unos breves instantes, para plasmar en el papel sus palabras, que ella considera insuficientes, carentes de la expresividad necesaria.

Con esto en mente, quiero traer a colación una reflexión sobre el proceso de creación poética pero no a modo de análisis, sino como el viaje al Reino Peligroso que propone Lord Dunsany en La hija del Rey del País de los Elfos. Debo admitir que, leyendo la obra de Orozco, me descubrí a mí mismo realizando un viaje a esas tierras de fantasía, en busca de esa palabra, del verbo sagrado, atravesando lares indescifrables en una búsqueda eterna. También debo admitir que esta reflexión, acaso, sería más pertinente en un estudio mucho más extenso, pero me atrevo a hacer una primera aproximación entre estos dos mundos que tantos elementos tienen en común.

“Densos velos te cubren, poesía” de Orozco es la representación perfecta del viaje. Tomando la obra de Dunsany, el personaje, Alveric, atraviesa las tierras del crepúsculo para ingresar al País de los Elfos. Dentro de él queda obnubilado por sus bellezas y su extrañeza, envuelta en un silencio mágico, donde los sonidos se apagan, el aire resplandece y los colores son inspiración. Alveric buscó la entrada al Reino Peligroso desde su mundo, desde su mundo humano, y halló la linde en la puesta del sol, donde el día y la noche intersecan para formar un limbo en el que todo se funde sin llegar a ser nada. Alveric, por diversas razones, regresa a nuestro mundo, al mundo material, pero, en cierto punto de la historia, debe retornar al País de los Elfos. Así, toma su espada y atraviesa los mismos campos crepusculares, sin encontrar la frontera. Ya no ve las montañas flotantes, ni los pájaros dorados, ni escucha el silencio. Alveric no puede regresar. La linde se ha movido. Y Orozco tampoco regresar.

No es en este volcán que hay debajo de mi lengua falaz donde te busco,

ni es esta espuma azul que hierve y cristaliza en mi cabeza,

sino en esas regiones que cambian de lugar cuando se nombra,

como el secreto yo

y las indescifrables colonias de otro mundo.

Podría aventurar que los primeros dos versos refieren al mundo material, al mundo humano. No es en el mundo humano donde la poesía debe ser hallada, sino más allá de la linde crepuscular, dentro del Reino Peligroso. No es en el mundo terrenal de la cabeza de la autora donde se puede encontrar el verbo sagrado, sino más allá, en esas regiones que cambian de lugar, pues nunca se puede volver a ellas por el mismo sitio.

El viaje de Alveric es un hecho físico, donde usa sus pies, sus manos y su cuerpo para atravesar la linde. La autora no cuenta con ello, la autora se vale sola y exclusivamente de su mente, de su capacidad creativa para llegar a donde se oculta la poesía. Pero, a modo de reflexión personal, ¿la poesía quiere ser hallada? Sería un atrevimiento aventurar una respuesta con mis conocimientos actuales, sin embargo, los versos de Orozco, a mi parecer, la expresa como una entidad escurridiza y tanto, incluso, juguetona.

Pero, de la misma manera, la búsqueda de Orozco se convierte en un viaje eterno, guiado por pequeños indicios que son solo un reflejo lejano de su objetivo. Es una búsqueda que se lee cargada de desesperanza, un poco de desesperación e incluso de nostalgia. Una búsqueda cargada de peligros, pero todos necesarios para hallar ese indicio. Pero:

Sin embargo

ahora mismo

o alguna vez

no sé

quién sabe

puede ser

a través de las dobles espesuras que cierran la salida

o acaso suspendida por un error de siglos en la red del instante

creí verte surgir como una isla

Es un vestigio en la lejanía, un vestigio que alegra el alma y el corazón. Una montaña lejana, un reflejo en el crepúsculo, un pájaro dorado que vuela a través de ti. Un momento mágico de encuentro, que no alcanza para atrapar el verbo sagrado y hacer nuestro (si es que acaso esto se puede), pero suficiente para encender la llama de nuestra creatividad y mover nuestros pies hacia el horizonte. Y la autora se considera insuficiente para expresar este vestigio.

¡Un puñado de polvo, mis vocablos!

Orozco cree que no sirve, que no puede. Pero aun con esa idea, no va a rendirse. Sabe que no puede hablar, que no lo puede encontrar, pero sí que se puede acercar. Me resulta, en cierto modo, entristecedor que la poeta dude de sus propias habilidades para usar al verbo sagrado, pero, al mismo tiempo, esas habilidades le alcanzan para componer estas palabras que ahora tengo entre mis manos.

La poeta, a su vez, no duda sola y exclusivamente de sus habilidades mentales, sino también de su medio para la expresión, de su canal: sus labios.

En el poema “Con esta boca, en este mundo” la autora retoma la búsqueda desesperada del verbo. Sin importar que haga, no será capaz de pronunciarlo. Además, habla de la poesía como una entidad escurridiza, que se esconde y para la cual no hay una guía. Es un viaje sin rumbo, una búsqueda irresoluble. Solo puede tomar de pistas pequeños indicios, pequeños talismanes mágicos que marcan su camino. De nuevo, la linde se corre. El aletear de un pájaro dorado, un reflejo en la periférica lejanía, el quejido del viento, de un viento de otro mundo.

Y en esta búsqueda se libra una enorme batalla, entre la prosa y el silencio, la oscuridad en contra de la palabra, una batalla que se perderá cuando se deje de buscar a la poesía, cuando se dejen de dar pasos en una dirección incierta y, acaso, desoladora.

Con este poema, la autora pone, nuevamente, en evidencia su insuficiencia para acercarse a la poesía, para sentarse junto a ella y hablar. Ahora no solo es su mente, su capacidad intelectual la que no se lo permite, sino también su canal. Su boca no es capaz de pronunciar las palabras adecuadas, no es capaz de conjurar una representación del mundo, de esa belleza. No puede expresar lo necesario para explicar, pero, a mí parecer, no es necesario explicar nada. La poesía no necesita explicación, no necesita ser estudiada, sino aproximada. Solo podemos verla en la lejanía, vislumbrar un ligero atisbo, un destello de su belleza, y con eso es suficiente. Pero, la poeta no se conforma con eso. La poeta busca dialogar, busca entender, sabiendo que esto es inútil, que solo está encaminada en un viaje peligroso e interminable, pero no le importa. Ella va a seguir.

Aun considerando que todo lo que logre crear, todo lo que logre expresar por sus labios, por su boca, será insuficiente.

porque ¿cómo nombrar con esta boca,

cómo nombrar en este mundo, con esta sola boca en este mundo

 con esta sola boca?

Cómo puede siquiera pensar en usar su boca para hablar del mundo, de un mundo que no puede representar, de un mundo para el cual no existen palabras para definir. Ese mundo tras la linde, tras el crepúsculo, inalcanzable para los humanos, perdido más allá de los límites de lo conocido. Donde tus sentidos se enaltecen frente a la belleza, donde el silencio te permite escuchar tu alma. A donde necesitan regresar, ese Reino Peligroso. ¿Cómo puede siquiera pensar en hablar del mundo cuando su boca no alcanza? ¿Cuándo todo lo que salga de ella será insuficiente, banal?

Eso no importa, no le importa. La poeta lo hace igual, aunque admita sus errores, su inutilidad. Aunque esté sumida en una búsqueda desesperada, aunque la frontera se aleje, ella no se rendirá.

Y esa búsqueda eterna es la poesía.