Esto no es un cuento, ni una leyenda, ni nada así. Es solo algo que quiero contar. Una historia.
En la ruta que va desde Epuyén a Esquel existía un tren, un tren pequeño. Todavía pueden verse las vías abandonadas entre los neneos y los yuyos de la precordillera, cuyos postes, ya sin cables, se deshacen ante el inexorable paso del tiempo. Plantaciones de pinos han reemplazado los durmientes, y el viento arrastra el polvo de lo que alguna vez fue el ronronear de las ruedas.
Pero ahí están, como un recuerdo de aquel pequeño tren cuyo recorrido ha sido cercenado, y cuyo dominio fue acotado a un solo pueblo. Y pese a que es este pueblo le haga grandes fiestas en su honor, no puedo evitar pensar en si aquel tren extrañará aquello que una vez fue.
«Es el único tren de trocha corta del mundo» repetía mi padre cada vez que lo veíamos, ahí, estancado eternamente en la plaza de Buenos Aires chico, en un pueblo con nombre de árbol. Yo miraba la locomotora lleno de sueños y lleno de lástima. Me imaginaba siendo el maquinista de aquel tren chiquito, recorriendo la estepa al borde del Río Chubut y tocando la bocina cuando se cruzase un zorrino. Sacar el cuerpo por la puerta y caminar por ese borde de baranda, mirando el horizonte y sintiendo como el viento este me trae el aroma del mar.
Un tirón de brazo me arrancó de mis pensamientos. Había que volver, se hacía tarde, y no me quedaba más opción que alejarme mirando hacia atrás, pensando lo lindo que se vería sobre las vías en vez de ahí, solo y triste.
Recuerdo haber pensado en el tren de Buenos Aires Chico la primera vez que me subí a uno en Buenos Aires grande. Años soñando con ese momento, en ser testigo del ronronear de las vías, de la bocina y de aquel sonido tan característico que hacen los trenes. En mi pequeño corazón llevaba el tren de trocha corta, único en el mundo, dentro de un tren azul que rezaba «Malvinas Argentinas» en cada uno de sus 8 vagones, o más, no los conté.
Sé que mi sueño de maquinista murió con ese tirón de brazo, pero todavía me permito transportarme a un mundo donde existe ese tren de trocha corta que bordea el Río Chubut de punta a punta. Que toca su bonica a al pasar por cada pueblito de la estepa, a veces acompañado solo por los neneos y los zorrinos.