El fuego que nos vio nacer

I

Algo se mueve en la oscuridad

y no sé bien qué es.

Escondidas y ensangrentadas

nos abrazamos

esperando que sea de mañana,

besando nuestros dedos

y rogando que la vida esté cerca.

Algo así como cuando nacimos,

hoy también esperamos

ver la luz

al final de la noche.

II

Una loba esconde su hocico

en el río verde esmeralda.

Las estrellas se caen del cielo

para atraparla,

para ocultar su transgresión.

Una lanza la atraviesa

en medio del pecho.

A la noche nos acercamos,

igualmente heridas,

esperando que los cazadores

no nos vean.

Hacemos un tajo en el vientre,

cuidando de no cortar ningún órgano profano,

y separamos las vísceras de los huesos

para hacer el sacrificio debido.

Los ojos abiertos de una criatura malformada

nos espían desde la puerta.

En el río verde esmeralda

sumergimos su cuerpecito

hasta que empieza a flotar.

Nos miramos

porque nos acordamos de lo mismo:

de esa vez cuando mamá nos llevó a nadar

y nos morimos en el intento.


5 comentarios en “El fuego que nos vio nacer”

  1. Me gustó mucho el poema. La combinación de lo ritual y de la técnica («hacemos un tajo en el vientre…»). Pienso que de algún modo eso es escribir poesía, ¿no? La sangre, las vísceras y un río esmeralda.

    1. Hola, Facundo:
      ¡Gracias por tu lectura del poema!
      Me alegra que te haya gustado y me copa muchísimo tu interpretación.
      No lo había pensado así, pero unx nunca sabe, los poemas salen a modo berserk.
      Espero que disfrutes de las siguientes entregas.
      Saludos,
      Lourdes.

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