VER ERAT
Ver erat, et morbo Romae languebat inerti
Orbilius: dira tacuerunt tela magistri
Plagarum sonus non iam veniebat ad aures
Nec ferula assiduo cruciabat membra dolore.
Arripui tempus: ridentia rura petiui
Immemor: a studo moti curisque soluti
Blanda fatigam recrearunt gaudia mentem.
Nescio qua laeta captum dulcedine pectus
Taedia iam ludi, iam tristia verba magistri
Oblitum, campos late spectare iuuabat
Laetaque vernantis miracula cernere terrae.
Nec ruris tantum puer otia vana petebam:
Maiores paruo capiebam pectore sensus:
Nescio lymphatis quae mens diuinior alas
Sensibus addebat: tacito spectacula visu
Attonitus contemplabar: pectusque calentis
Insinuabat amor ruris: ceu ferreus olim
Annulus, arcana quem vi Magnesia cautes
Attrahit, et caecis tacitum sibi colligat hamis.
Interea longis fessos erroribus artus
Deponens, iacui viridanti in fluminis ora
Murmure languidulo sopitus, et otia duxi
Permulsus volucrum concentu auraque Fauoni.
Ecce per aetheream vallem incessere columbae
Alba manus, rostro florentia serta gerentes
Quae Venus in Cypriis redolentia carpserat hortis.
Gramen, vbi fusus recreabar turba petiuit
Molli remigio: circum plaudentibus alis
Inde meum cinxere caput, vincloque virente
Deuinxere manus, et olenti tempora myrto
Nostra coronantes, pondus per inane tenellum
Erexere. . . . Cohors per nubila celsa vehebat
Languidulum rosea sub fronde: cubilia ventus
Ore remulcebat molli nutantia motu.
Vt patrias tetigere domos, rapidoque volatu
Monte sub aerio pendentia tecta columbae
Intrauere, breue positum vigilemque reliquunt.
O dulcem volucrum nidum! . . . Lux candida puri.
Circumfusa humeros radiis mea corpora vestit:
Nec vero obscurae lux illa similima luci,
Quae nostros hebebat mixta caligine visus:
Terrenae nil lucis habet caelestis origo!
Nescio quid caeleste mihi per pectora semper
Insinuat, pleno currens ceu flumine, numen.
Interea redeunt volucres, rostroque coronam
Laurea serta gerunt, quali redimitus Apollo
Argutas gaudat compellere pollice chordas.
Ast vbi laurifera frontem cinxere corona
Ecce mihi patuit caelum, visuque repente
Attonito, volitans super aurea nubila, Phoebus
Diuina vocale manu praetendere plectrum.
Tum capiti inscripsit caelesti haec nomina flamma:
TV VATES ERIS. . . . In nostros se subiicit artus
Tum calor insolitus, ceu, puro splendida vitro,
Solis inardescit radiis vis limpida fontis.
Tunc etiam priscam speciem liquere columbae:
Musarum chorus apparet, modulamina dulci
Ore sonans, blandisque exceptum sustulit vlnis,
Omina ter fundens, ter lauro tempore cingens.
***
ERA PRIMAVERA
Era primavera. En roma, Orbilio se debilitaba con un dolor inerte.
Los temibles puñales del maestro hicieron silencio,
el ruido de los golpes ya no llegaba a los oídos
y la vara ya no marcaba constantemente los cuerpos con dolor.
Aproveché el tiempo y busqué lugares felices sin pensar.
Alejado del estudio y liberado de las preocupaciones,
una suave felicidad revivió mi mente fatigada.
No sé qué alegre encanto capturó mi pecho.
Ya había olvidado los cansancios del juego, las palabras tristes del maestro.
En todos lados disfrutaba mirar los campos
y comprender los milagros maravillosos que brotaban de la tierra.
Como chico, no buscaba tanto una paz vacía
sino tener en el pecho emociones más grandes.
No sé a la locura qué mente más divina
le sumaba las alas. Contemplaba atónito,
con la mirada tranquila, el espectáculo.
El amor cálido del campo inflamaba mi pecho.
Algún día, como un anillo de hierro,
la secreta Magnesia arrastra a alguien a la fuerza
y amarra con dardos ciegos a uno mismo en silencio.
Mientras tanto, descansando mi cuerpo cansado
por los largos paseos, me acosté en la orilla del río verdoso y,
dormido en el apagado murmullo, me dejé llevar al ocio
acariciado por la música de los pájaros y el viento de Favonio.
Así, a través del cielo, las palomas atraviesan el valle
como una espada blanca, llevando en el pico las flores entrelazadas
que Venus había cortado en sus jardines.
El cesped creció hasta el lugar donde estaba acostado
como si tuviera un remo flexible. Dieron vueltas alrededor
azotándome la cabeza con sus alas y ciñeron mis manos
con esmeraldas cadenas. Y coronando mis sienes
con mirto perfumado, levantaron mi cuerpo
a través del vacío espacio.
La multitud, a través de las altísimas nubes, me llevaba desvanecido
bajo las hojas rosas. El viento acariciaba con delicados movimientos
y con su boca suavemente me balanceaba.
Cómo llegaron las palomas a las casas patrias y entraron volando rápidamente
bajo el monte celeste hacia los techos colgantes. En poco tiempo, se van dejando un guardián.
Ay, ¡dulce nido de pájaros! La luz cálida de pureza viste mis cuerpos
derramándose en forma de rayos sobre mis hombros.
No es esa la luz de la oscuridad, muy similar a esta luz,
la que confunde nuestra mirada con niebla.
¡Su origen divino no tiene nada de luz terrenal!
No sé qué voluntad divina siempre se abre camino en mi pecho,
como un río sonoro corriendo.
Mientras tanto los pájaros vuelven y llevan en el pico la corona
con flores de laurel, del mismo modo que Apolo es coronado
y se alegra de mover las armoniosas cuerdas con los pulgares.
Pero cuando rodearon mi frente con la corona laureada
he aquí que el cielo se abre para mí, con la mirada atónita, y
Febo, volando sobre las nubes doradas, con la mano de Dios
me alcanza el plectro cantor.
Entonces escribió estas palabras con fuego sobre mi cabeza celestial:
SERÁS EL PROFETA. Así en nuestros cuerpos se presenta
un calor insólito, como un vidrio transparente que deja pasar el resplandor.
La fuerza diáfana arde desde la fuente de los rayos del sol.
En ese entonces, las palomas también abandonaron su antigua figura.
El coro de las musas aparece, entonando dulces melodías con su voz,
y me levanta recibiéndome tiernamente de los brazos,
pronunciando tres veces los presagios,
coronando tres veces mi cabeza con el laurel.
Fuente latina: https://www.thelatinlibrary.com/rimbaud.html
Traducción al español: Lourdes López.