Un poema en latín de Arthur Rimbaud

VER ERAT

Ver erat, et morbo Romae languebat inerti

Orbilius: dira tacuerunt tela magistri

Plagarum sonus non iam veniebat ad aures

Nec ferula assiduo cruciabat membra dolore.

Arripui tempus: ridentia rura petiui

Immemor: a studo moti curisque soluti

Blanda fatigam recrearunt gaudia mentem.

Nescio qua laeta captum dulcedine pectus

Taedia iam ludi, iam tristia verba magistri

Oblitum, campos late spectare iuuabat

Laetaque vernantis miracula cernere terrae.

Nec ruris tantum puer otia vana petebam:

Maiores paruo capiebam pectore sensus:

Nescio lymphatis quae mens diuinior alas

Sensibus addebat: tacito spectacula visu

Attonitus contemplabar: pectusque calentis

Insinuabat amor ruris: ceu ferreus olim

Annulus, arcana quem vi Magnesia cautes

Attrahit, et caecis tacitum sibi colligat hamis.

                                              

Interea longis fessos erroribus artus

Deponens, iacui viridanti in fluminis ora

Murmure languidulo sopitus, et otia duxi

Permulsus volucrum concentu auraque Fauoni.

Ecce per aetheream vallem incessere columbae

Alba manus, rostro florentia serta gerentes

Quae Venus in Cypriis redolentia carpserat hortis.

Gramen, vbi fusus recreabar turba petiuit

Molli remigio: circum plaudentibus alis

Inde meum cinxere caput, vincloque virente

Deuinxere manus, et olenti tempora myrto

Nostra coronantes, pondus per inane tenellum

Erexere. . . . Cohors per nubila celsa vehebat

Languidulum rosea sub fronde: cubilia ventus

Ore remulcebat molli nutantia motu.

                                       

Vt patrias tetigere domos, rapidoque volatu

Monte sub aerio pendentia tecta columbae

Intrauere, breue positum vigilemque reliquunt.

O dulcem volucrum nidum! . . . Lux candida puri.

Circumfusa humeros radiis mea corpora vestit:

Nec vero obscurae lux illa similima luci,

Quae nostros hebebat mixta caligine visus:

Terrenae nil lucis habet caelestis origo!

Nescio quid caeleste mihi per pectora semper

Insinuat, pleno currens ceu flumine, numen.

                                                

Interea redeunt volucres, rostroque coronam

Laurea serta gerunt, quali redimitus Apollo

Argutas gaudat compellere pollice chordas.

Ast vbi laurifera frontem cinxere corona

Ecce mihi patuit caelum, visuque repente

Attonito, volitans super aurea nubila, Phoebus

Diuina vocale manu praetendere plectrum.

Tum capiti inscripsit caelesti haec nomina flamma:

                                            

TV VATES ERIS. . . . In nostros se subiicit artus

Tum calor insolitus, ceu, puro splendida vitro,

Solis inardescit radiis vis limpida fontis.

Tunc etiam priscam speciem liquere columbae:

Musarum chorus apparet, modulamina dulci

Ore sonans, blandisque exceptum sustulit vlnis,

Omina ter fundens, ter lauro tempore cingens.

***

ERA PRIMAVERA

Era primavera. En roma, Orbilio se debilitaba con un dolor inerte.

Los temibles puñales del maestro hicieron silencio,

el ruido de los golpes ya no llegaba a los oídos

y la vara ya no marcaba constantemente los cuerpos con dolor.

Aproveché el tiempo y busqué lugares felices sin pensar.

Alejado del estudio y liberado de las preocupaciones,

una suave felicidad revivió mi mente fatigada.

No sé qué alegre encanto capturó mi pecho.

Ya había olvidado los cansancios del juego, las palabras tristes del maestro.

En todos lados disfrutaba mirar los campos

y comprender los milagros maravillosos que brotaban de la tierra.

Como chico, no buscaba tanto una paz vacía

sino tener en el pecho emociones más grandes.

No sé a la locura qué mente más divina

le sumaba las alas. Contemplaba atónito,

con la mirada tranquila, el espectáculo.

El amor cálido del campo inflamaba mi pecho.

Algún día, como un anillo de hierro,

la secreta Magnesia arrastra a alguien a la fuerza

y amarra con dardos ciegos a uno mismo en silencio.

               

 Mientras tanto, descansando mi cuerpo cansado

por los largos paseos, me acosté en la orilla del río verdoso y,

dormido en el apagado murmullo, me dejé llevar al ocio

acariciado por la música de los pájaros y el viento de Favonio.

Así, a través del cielo, las palomas atraviesan el valle

como una espada blanca, llevando en el pico las flores entrelazadas

que Venus había cortado en sus jardines.

El cesped creció hasta el lugar donde estaba acostado

como si tuviera un remo flexible. Dieron vueltas alrededor

azotándome la cabeza con sus alas y ciñeron mis manos

con esmeraldas cadenas. Y coronando mis sienes

con mirto perfumado, levantaron mi cuerpo

a través del vacío espacio.

La multitud, a través de las altísimas nubes, me llevaba desvanecido

bajo las hojas rosas. El viento acariciaba con delicados movimientos

y con su boca suavemente me balanceaba.

                                           

Cómo llegaron las palomas a las casas patrias y entraron volando rápidamente

bajo el monte celeste hacia los techos colgantes. En poco tiempo, se van dejando un guardián.

Ay, ¡dulce nido de pájaros! La luz cálida de pureza viste mis cuerpos

derramándose en forma de rayos sobre mis hombros.

No es esa la luz de la oscuridad, muy similar a esta luz,

la que confunde nuestra mirada con niebla.

¡Su origen divino no tiene nada de luz terrenal!

No sé qué voluntad divina siempre se abre camino en mi pecho,

como un río sonoro corriendo.

                                                      

Mientras tanto los pájaros vuelven y llevan en el pico la corona

con flores de laurel, del mismo modo que Apolo es coronado

y se alegra de mover las armoniosas cuerdas con los pulgares.

Pero cuando rodearon mi frente con la corona laureada

he aquí que el cielo se abre para mí, con la mirada atónita, y

Febo, volando sobre las nubes doradas, con la mano de Dios

me alcanza el plectro cantor.

Entonces escribió estas palabras con fuego sobre mi cabeza celestial:

             

SERÁS EL PROFETA. Así en nuestros cuerpos se presenta

un calor insólito, como un vidrio transparente que deja pasar el resplandor.

La fuerza diáfana arde desde la fuente de los rayos del sol.

En ese entonces, las palomas también abandonaron su antigua figura.

El coro de las musas aparece, entonando dulces melodías con su voz,

y me levanta recibiéndome tiernamente de los brazos,

pronunciando tres veces los presagios,

coronando tres veces mi cabeza con el laurel.

                            

Fuente latina: https://www.thelatinlibrary.com/rimbaud.html

Traducción al español: Lourdes López. 

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