Ceremonia en la tormenta
Estamos dando vueltas en un Fiat 147,
mis amigos y yo, mientras suena
desde el parlante el último disco
de El mato a un policía Motorizado.
Miramos desde el interior
los resquicios de un pueblo
turístico. La madrugada armoniza
junto a la estela de humo sobre
la parra del parque y donde
había gente, por ejemplo,
ahora se arquean hamacas vacías.
Es, nuestra última circunstancia, pienso.
Las vacaciones terminaron.
Colamos los ácidos que fueron
necesarios para ubicar la noche
en el signo semántico del placer visual.
Fuimos niños: pero esto
se olvida con la demanda.
Somos adultos: pero esto
se impuso por sus condiciones.
Tuvimos éxtasis, cadencias,
acepciones y resignación.
Sin embargo, nunca nada nos detuvo.
El faro
De madrugada bajamos a la playa
a mojarnos los pies en la orilla.
Hundimos al mismo tiempo
los dedos en la arena, y al mismo tiempo
la fricción raída nos hunde a nosotros.
Retrocedemos.
De las cosas que se han dicho sobre
este montón de agua, solo una es cierta:
En la oscuridad el mar es un abismo
cuando la luna no lo toca.
Obituario de un estudiante de Letras o T.S Eliot golpea las puertas de tu corazón
No es menos exótica la materia prima
sobre la cual busca rescribir, comprendiendo
que: «no es una expresión de la personalidad,
sino un escape de la misma» la que orada
el yugo del espíritu y su vergel en la retórica.
Pero piensa, pese a todo,
aprehender y seguir escribiendo
confiando que tal vez
ver el origen del dolor
sea similar a adiestrarlo.
Una temporada en el invierno
La flaqueo genuinamente en cada palabra
Soy como Ariel Delgado:
Tomo café con leche de madrugada
y me siento más solo que la mierda.
Me enamoro y no hay creces adelante;
Hay sí, una generación dispuesta al desapego.
No es su realidad la que me concierne:
Les juro, es poseer un corazón
dispuesto a perseguir un sueño
dejando semillas en cada paso.