ME LO LLEVARÉ A LA SEPULTURA

Cuando está de veras viva la memoria no contempla la historia sino que nos invita a hacerla, y como a nosotros; nos cambia. José Luis Martínez, dice que «todos los acontecimientos históricos tienen más de una historia». Digamos entonces que el libro «Me lo llevaré a la sepultura» no es una excepción de ello. Las formas de recordar varían dependiendo de una iconográfica forma de comprender lo humanamente posible que nos une, frente a lo humanamente doloroso que nos separa. Es así, que el vestigio de guerras que no experimentamos pero conocimos superficialmente, aquellos eventos significativos que han cambiado por completo a una cultura, o su eliminación por completo del mapa (algo así como aquel distópico acontecimiento propuesto en el cuento Seva por Viñas) están presentes en estas páginas. Este libro, cómo el inconsciente colectivo; es el retazo de vivencias personales que son igual de validas para conformar la historia.

 Creo que hay dos puntos centrales que impulsan este libro. Por un lado: la editorial Malba y todos los involucrados posibles, se encuentran motivados por el interés de reflexionar sobre la relación entre experiencia, historia y literatura. Por otro lado, se destaca una premisa conceptual propuesta por Hermann Hesse en su ensayo de 1930, Magia del Libro, que hace que todo cobre un sentido preciso. Allí dice: “De los muchos mundos que el ser humano no ha recibido como regalo de la naturaleza sino que ha creado con su propio espíritu, el mundo de los libros es el más grande (…) sin palabras, sin escritura, sin libros, no hay historia, no existe el concepto de la humanidad. Y si alguien intentara guardar en un espacio pequeño, en una sola casa o en una habitación, la historia del espíritu humano, sólo podría conseguirlo con una selección de libros”.

 Entre muchos tantos relatos que lo componen, me gustó muchísimo uno (quizá porque me sentí conmovido por cierta falta identitaria que nos caracteriza incluso a nosotros cómo argentinos).
El escrito pertenece a Minae Mizumura y dice así: 

MORIR EN UN PAÍS QUE APENAS SE CONOCE A SÍ MISMO

Para una niña japonesa que nació justo cuando terminaba la ocupación americana, nada era más sencillo que entender la historia de su país. Olviden los detalles. Todo lo que tenía que saber era que el pasado de su país estaba dividido en dos períodos, el malo y el bueno, o antes de la Guerra y después de la Guerra. Le contaron que las cosas habían sido terribles en su país antes de la Guerra. Naturalmente, la Guerra en sí había sido terrible. Y su pueblo también se había comportado de forma terrible, tan terrible que de hecho merecían todo lo que obtuvieron, incluyendo el Little boy en Hiroshima y el Fat man en Nagasaki que afortunadamente habían puesto fin a toda su locura. Estaba agradecida de haber nacido después de la Guerra, sabiendo que los días oscuros –los días sombríos– habían finalmente terminado y que de allí en más todo iría cada vez mejor. “Feudal” es la palabra que los adultos instruidos usaban para desdeñar todos y cada uno de los vestigios de su pasado, y el país entero le daba alegremente la despedida al “feudal” esto y el “feudal” aquello. Un tazón de arroz era feudal, y debía ser reemplazado por brillantes rebanadas de pan blanco que como todos sabían te hacía más inteligente. Los budines de arvejas eran feudales, debían ser sustituidos por esponjosas y cremosas tortas que como todos sabían te hacían más fuerte. Los vendedores de tofu debían desaparecer porque debías comer bistec en su lugar. 30 El futón debía ser reemplazado por las camas. El kimono por los pantalones y los vestidos. Los caracteres chinos debían ser reemplazados por signos fonéticos. Tal vez en una década o dos, los japoneses alcanzarían a ser tan inteligentes y fuertes como los americanos. Este agosto se cumple el septuagésimo año luego de que Japón ingresara a este dichoso estadío histórico. Setenta años es mucho tiempo. La niña que nació después de la Guerra es ahora una mujer aproximándose al invierno de su vida. Sin sorpresa, ella está comenzando a comprender, como algunos otros en su país, que algo salió terriblemente mal mientras ellos se deshacían alegremente de su pasado. Y ahora, claro, es demasiado tarde. Han sido abandonados con un país que apenas se conoce a sí mismo, un país que apenas tiene historia. Qué triste es que sea este saber el que ella deba llevar a su sepultura.