xTx – Empate

Los edificios logran un equilibrio precario en el plato. Lo apoyo con cuidado. Se levantan seguros. Si todo va bien, desaparecerán pronto. Imagino escombros de migas.
Está sentado en el piso de su cuarto, las rodillas a la altura de la cabeza. Sus dedos cliquean locos el control escondido entre sus muslos. Su lengua ancha entre los labios redondeados y apretados, una rosa escondida. Juega a la Xbox. Rezo para que hoy tome el desayuno.
«No tengo hambre, mamá», me dice sin levantar la vista.
Nunca levanta la vista.
«Tenés que comer. Te estás poniendo muy flaquito», le digo.
«iMirá! iEs una casa de panceta con techo de panqueque! ¿Ves la torre de tostadas? iLeche chocolatada en jugo!»
Mi voz suena como la de una porrista.
 Por poco gruñe y después dice algo sobre «tener que matar a estos tipos» en el micrófono de sus auriculares. Me quedo parada un rato tratando de decidir si acariciarle o no el pelo antes de salir del cuarto. No me puedo arriesgar a que se aleje de vuelta; mi corazón tiene demasiados cuchillos en este momento. Sin embargo la posibilidad minúscula de que me lo permita me hace la duda más pesada, un premio tan tremendo.
Decido que el peligro es demasiado grande y salgo.
Una hora más tarde, cuando voy a mirarlo, la comida sigue ahí, fría, igual que yo.
Levanto los edificios de comida. Se hacen migas en la pileta.X

*** 

Está metido en la cama y me voy con mi única garantía todavía tibia en los labios. Pasaron ocho o más días desde que dejó de dormir conmigo. El espacio está frío de vuelta, ancho de vuelta. Incluso cuando él estaba ahí no era mucho más chico, su cuerpo tan ligero en la más pesada de todas las hendiduras —el lado del padre muerto en la cama.

Los primeros días se trepaba desde mi lado y se daba vuelta encima de mí hasta estar acostado en perpendicular a mi lado, dos líneas en un código de barras roto. Se quedaba así toda la noche, como si al dejarlo vacío ese hueco pudiera llenarse de vuelta.

Hacía que me arrepintiera de haberle contado cuentos de hadas que aparecen a la noche para llevarse y dejar cosas en la cama mientras dormimos.

La última que vino solamente llevó.


***

Nunca fue un gran comilón así que esta lucha no es nueva, pero las circunstancias son tan desesperadas y tan radicales, es ahí donde anida mi preocupación. Necesito saber qué hacer. Es mi responsabilidad cuidarlo. Mía sola.
Me pregunto a mí misma qué hacía antes y la respuesta es—nada.
Era su padre.
«iUna carrera hasta el fondo del plato, campeón!» Y así se iba el estofado.
«Doce arvejas más y vamos a ser los Campeones Mundiales de C0medores de Arvejas, (Podemos lograrlo!» Y así se iban las arvejas.
Hacía un certificado en la computadora con los nombres de los dos y se lo presentaba al final de la comida. Colgaba en la heladera con el resto: Campeones Mundiales de Comedores de Costillas de Cerdo, Campeones Mundiales de Comedores de Puré, Campeones Mundiales de Comedores de Espárragos, y todo así. Todavía están ahí, encimados y blancos, emplumando la heladera.
No sé bien qué debería hacer con ellos.
No estoy segura de muchas cosas ahora.
Creo que habría que sacarle el acento a la palabra ‘pérdida’

***

En la mesa del comedor con la más vacía de las sillas, continúo mis artimañas: pan de carne con la cabeza de Darth Vader, barco pirata de salchichas, hombre de fideos con queso.
Un helado volcán de chocolate caliente.
Trato de ser una líder con mi ejemplo, me como el mástil del barco pirata, la pierna derecha del hombre de fideos con queso, un tenedor bien lleno del casco de Darth Vader va a mi boca. Mastico con entusiasmo y me obligo a mí misma a tragar.
«Mmmmh… es muy rico, bebé. Probá un poco. Por lo menos el marinero o esos dos brazos».
Pincha un poco de todo, tratando, pero sin tratar en serio, de parecer como si estuviera comiendo.

 «Si te comés tres pedazos, le doy un beso a Chester», le digo. Chester es nuestro pez dorado,

«¿Puedo ir a jugar a la XBox, por favor?»

Vencida, levanto la mesa. En la pileta se acumulan platos y comida con un olor que se burla del fracaso. Chester nada, estúpida.
Voy al baño y en el baño vomito mi duro trabajo.
Me tiro en nuestra cama. Mi cama.
Ruido de motosierras del otro lado de la casa.

*** 

La profesora de educación fisica de mi hijo me deja un mensaje sobre su falta de participación en clase y pide que la llame. Le devuelvo el llamado y arreglamos una entrevista para hablar del tema.
Cuando llega el día manejo hasta el colegio, estaciono, y empiezo a caminar. Solo después de muchos minutos de dar vueltas en pasillos largos y deambular por corredores de cemento me doy cuenta de que estoy perdida. Por un momento me siento invisible. Por un momento me quiero quedar ahí.
El nombre de la profesora de educación física es Srta. Boyce. Se ve como si fuera mejor que yo. Me siento enfrente de ella mientras me cuenta tranquila y educada sobre el asunto que nos concierne. Trato de hacer que mi cara luzca normal. Pareciera que mi cara debería poder hacer eso por su cuenta, pero igual, siento como si de alguna manera tuviera que forzarla a hacerlo.
No quiero que sepa.
Cuando corta el monólogo le pregunto si es madre y si tiene alguna receta de comida que le guste mucho a los chicos de nueve años. Le digo que estuve probando cosas con queso y panceta.
Ella inclina la cabeza y me mira con la ceja fruncida y vuelve al tema de mi hijo y su falta de participación en clase, su falta de atención, y, por supuesto, su peso.
Hago sonidos de entender y de estar de acuerdo, asintiendo con mi cara normal y después, cuando hace una pausa, le pregunto, Y ¿Y quesadillas? ¿No les gustan las quesadillas? pensé que podía usar un molde de galletitas y hacerlas con forma de…»

«iSeñora Stevens!» me interrumpe, y después, con más suavidad, «Por favor, necesito que se tome esto en serio».

Le digo, «Es señorita Stevens ahora».
Balbucea algo en forma de disculpa y nuestra reunión se precipita en un cierre cortés.
Camino de vuelta a mi auto, cuestionando mi respuesta. ¿Convertirse en viuda cambia el status de una a señorita o soy todavía señora? No estoy segura.
Siento que debería saber esto, que se supone que debería saber.

***

Es el cumpleaños de su padre, pero él no sabe eso. Yo sé porque de vuelta me despierto sola. Es un domingo. Mi marido murió un domingo. O podría haber sido el sábado. No hay un horario de defunción oficial cuando alguien muere durante la noche:-El día de su muerte es lo que de buena voluntad adivinaron los oficiales que tenían que llenar formularios para entregar. Decidí qué murió el domingo porque es cuando me desperté a un él sin respuesta sin movimiento, sin.:. John.

 Más allá de que mi tacto adivinara otras cosas; decidí que había muerto cinco -minutos antes de que me despertara: Quiero creer que se mantuvo tibio y durmiendo a mi lado toda la noche, dejándose ir en el último segundo. La idea de una noche entera suya sin vida junto a mí, en un lugar en donde tanta vida fue vivida, es demasiado. La idea de que las últimas horas que tuvimos las gastamos durmiendo cuando podríamos haberlas usado haciendo cualquier otra cosa es demasiado horrible para soportar. Podríamos haber hecho el amor, podríamos habernos enredado con dulzura, podríamos habernos abrazado fuerte o leernos mutuamente la historia de nuestra vida hasta que fuera la hora en que se tuviera que ir.

Podría haber preparado a su hijo.

O a mí.

O algo.

En honor a la ocasión de la que no sabe nada preparo una torta sándwich de manteca de maní y mermelada.

Le da cuatro mordiscos. Se siente como un regalo. 

***

Lo voy a buscar al colegio y lo primero que dice es, «La mamá de Brian Welsh sobrealimentó al hámster y murió».

Su tono está teñido de acusación.

«Creo que lo sobrealimentaste».

No sé qué decir. Sé que una de las causas de los ataques cardíacos es estar excedido de peso. Sé que su papá era el campeón de muchas comidas; la evidencia cuelga pesada en nuestra cocina. Con su peso aplasta nuestra heladera. Nuestras vidas.

Ver la parte de las cosas que había tratado de no ver me llena de oscuridad. Me inunda un torrente de culpa y me empiezo a ahogar.

Las lágrimas que tanto había tratado de esconderle se adueñan de la escena. Las despliego en exhibición: flechas brillantes de neón, sirenas, pinceladas de resaltador amarillo.

Le toma como un minuto entero, pero finalmente se estira y me da la mano.

Soy la Campeona del Fracaso.

***

Me lo quedo en casa, lo hago faltar al colegio y quedarse conmigo en un fuerte de sábanas. A nuestro alrededor se levantan paredes de almohadas; blandas, protectoras.

Mi remera se levanta durante un sueño intermitente. Me empuja las costillas con los dedos gordos, cuenta hasta despertarme. Me pregunta si puede hacerme un sándwich de pizza. Cuando rechazo su oferta, hago mi mejor esfuerzo para evitar llorar.

«Qué te apuesto que como más rápido que vos», me desafía, cantarín y resuelto.

«Mami ya no tiene hambre, bebé. ¿Qué tal si jugamos un poco a la XBOX?»

Me mira de la misma forma en la que normalmente 10 miro yo a él. Desarma ver mi preocupación en una cara tan chiquita.

Sus ojos hundidos tienen el poder de moverme, de hacer que me importe, pero estoy gastada. Estoy vacía. Soy el aire adentro del fuerte de sábanas. Nos quedamos sin provisiones y el enemigo nunca se aleja de nuestra puerta. Se mantiene el empate.

************************************************************************************************

Se desconoce la identidad de xTx (@xtx33). Solo se sabe que vive en el sur de California. Ha publicado sus obras en sitios como The Collagist, pank, Hobat, Puerto del Sol, Smokelong Quartely, Monkeybicycle y Wigleaf. El cuento “The Mill Pond”, de su colección Normally Special (Tiny Hardcore Press), ganó en 2012 el premio de storySouth “Million Writers”. 
El cuento integra la antología «ALT LIT» de la editorial Interzona. Este texto está traducido por Lolita Copacabana y Hernán Vanoli.