Estoy acostada con la cara corrida del llanto, hace unos días que me pasa, que lloro, así sin quererlo, y sin poder anticiparlo. Este vino silencioso, se fue armando de a poquito en la mañana y estalló en el bondi, como estallan las cosas que duelen un montón, sin que te des cuenta casi.
Yo hace mucho aprendí a llorar callada, a lo largo de mí vida me he desinflado sobre pechos, almohadones y colectivos silenciosamente; dejando a veces un charco que me señalaba culpable y otras veces nada, otras veces cae nomás la lágrima limpia y rueda hasta desvanecerse en el piso.
De vez en cuando fantaseo con ser una lágrima, redonda, hermosa, transparente, limpisima. Rodar por una mejilla tibia y desvanecerme. Qué hermoso sería desvanecerse un rato, pienso mientras lloro. Pero rápidamente la fantasía se oscurece y me da miedo, esa soledad, lo que hay después del llanto, del silencio. Ese lugar al final del pasillo donde se acumulan las lágrimas y esperan. Qué miedo tanta espera. Para qué.
Mi frazada es violeta y es lo suficientemente grande para que entremos dos apretujados, pero esta tarde estoy sola y con los bordes me acuno para sentir que algo me sostiene, que las cosas no son tan malas, que el llanto pasa, que este dolor también y que después… después no sé muy bien qué pasa pero aferrarme a la idea de un después me resulta tranquilizadora, esa idea de que nada dura demasiado. Se entremezcla con la idea de que siempre es ahora, que hoy es hoy y mañana vemos. Y entre ideas me permito habitar esta angustia que me acompaña, la hago casa, hogar, la amaso despacio y la vuelvo ternura violenta entre mis dedos. Porque es eso al final, unas ganas terribles de destruirlo todo, en posición fetal abrazando un peluche entre las piernas.
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Si me vieras, pienso. Si me vieras no aguantarías las ganas de abrazarme y me dirías alguna cosa linda que se dicen los que se aman y yo me reiría y te diría que sí a lo que sea que me hayas dicho y me besarías la frente, la nariz y los cachetes. Y yo me hundiría en tu pecho, en el hueco ese que hay entre tu cuello y tu hombro. Y vos reflexionarías largo y tendido sobre la vida, las desgracias y alguna cosa del arte y el poder transformador de lo que hacemos. Y yo te escucharía atenta mientras los rastros de este llanto pintan tu ropa. En vos no podría desvanecerme. Vos siempre sos ahora y después también.
La vida es una mierda, pero definitivamente es más transitable cuando alguien acuna tu llanto un rato.