Las praderas de tu rostro algún día dejarán de ajarme; tus iris ya no serán dagas, el verde ya no tendrá filo. Cuando las vea, serán solo ojos y no luceros. Serán solo ojos y no sentencias. Serán solo ojos y no signos que intento descifrar. Serán solo ojos y no me preguntaré qué es lo que pretenden, qué es lo que anhelan, qué es lo que les puedo dar. No buscaré cualquier indicio de afecto, de recelo, de admiración, de impaciencia. No buscaré señales. No procuraré mensajes.

Algún día mi corazón entenderá que en este universo hay distancias afincadas desde el primer momento. Distancias que ningún intento podrá borrar; no importa cuán intenso, no importa cuán veraz. Algún día habré aprendido a vivir con el dolor de la imposibilidad, con la ausencia que significa, con la herida que abre y magnifica, con la plegaria irresoluble que me incendia la piel y me amedrenta. Algún día dejaré de engullir la culpa. Algún día dejaré de obedecer a la vergüenza. Algún día miraré el espejo y no desearé ser otra persona. Algún día abandonaré a la luz del sol mis escritos y no me importará que los lean, que hallen mi vulnerabilidad en las letras, que me vean por dentro y piensen que soy patética.

En vísperas de la primavera, mi corazón está ya exhausto de desearte. El sol de septiembre me abraza la nuca y de repente siento que puedo vivir con tu indiferencia. Quiero decir que lo tengo me alcanza. Lo que somos me basta. Vos me enseñaste de qué se trata el amor y ni siquiera tuviste que amarme. Gracias.

Mi enemistad con todo lo que no fue, todo lo que no puede ser, ni todo lo que nunca será, no hará más que lastimarme. Te pido perdón por pensarte a cada rato y te redimo de las pretensiones que alguna vez tuve. Ya no te dedicaré más palabras, ya no serás mi numen. Sos libre de mi fascinación (eso no implica que no te ame).