Hablame un rato al oído, condena, si estás acá para matarme de muerte lenta, de felicidad errante y sombría miseria viviente.

Contame por qué no te dejan vivirme si sos mía desde que existo, por qué pedir permiso para llevarme cada día hasta fuera de mi casa, luego a la esquina, luego a la brisa helada que me recuerda que son cinco los sentidos y no sólo uno, no solo la vista fija cansada.

Me niego a escuchar más excusas disfrazadas de historias. Me niego a creerlas plantando la idea podrida de la culpa, la carga asfixiante del género.

Me muero, me estoy muriendo sin verte sol. Necesito que sepas quién soy. No quiero que lo sepa la gente, quiero que lo sepas vos, justo a las seis, a las seis en el este cuando la noche desaparece. En apenas un segundo, apenas un destello, apenas inmortal en la mirada, contra todo lo mortal de este mundo. Contra mí. Pero yo me muero, y el destello no llega.