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Nadie ̶s̶e̶ ̶s̶a̶l̶v̶a̶ ̶s̶o̶l̶o̶ lee nada

La desorganización pareciera está de moda. Al contrario de lo que podría pensarse, el estridente “nadie se salva solo” dicho por el primer Papa latinoamericano Francisco I, repetida hasta el sin sentido y publicitada por una plataforma streaming mundial, parece venir a maquillar algo que está roto, no ya en quienes acompañaron con su voto y celebran gobiernos que van en detrimento de la justicia social para imponer el libre mercado, sino en quienes por el contrario se suponen colectivistas, porque pertenecen a algún grupo que los identifica o por simple derecho de la ciudadanía a ser argentino.

El que quiere luchar por la justicia social y ve diariamente compatriotas revolviendo la basura de otros para sobrevivir, la que se inspira en ideas del feminismo pero en la realidad vincularse con un varón es casi imposible, el vegano quisiera que ningún animal sufriera sin embargo tiene que hacer maniobras monetarias y de comercialización para conseguir productos aptos… en fin.

¿Cómo hacemos que sobrevivan dos o tres valores éticos que deseamos conservar, para que no se apague la llama, pero que se torna insostenible frente a la globalizada sociedad de consumo ahora exacerbada por la velocidad de las redes sociales?

Apresuradamente podemos decir que ser consecuente (hacer lo que se piensa y pensar lo que se hace en el sentido guevariano) en el pasado, podía ser más accesible, más loable, más verdadero. No había una permanente maquinaria afirmando la inviabilidad de nuestras ideas, que con suerte podrán ser una utopía a la cual caminar, pero nunca posible en el tiempo presente.

Todas las características más lamentables del humano parecen ser inflamadas por las redes sociales, en las que no importa grabar a la abuela muerta con tal de “pegar” un buen Tik Tok o banalizar absolutamente todo en la vida para conseguir buenas stories y por ende, más seguidores. Y está ahí, al alcance de la mano literalmente, a un desbloqueo de huella dactilar. El goce ahora no solo reside en la acumulación, sino que se agrega el exhibir esa acumulación, aumentar las interacciones, señales de aprobación de lo público.

Podría hacer esta monografía, pero también podría pedirle a la IA que me guíe en las respuestas. Y todos los subterfugios posibles desde allí.

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Nunca había sido tan lucrativa la división, el desánimo, la angustia, la vanidad y el individualismo. Si estás enojado con este libertario termo te voy a mostrar 74 videos más así no dejas el teléfono y miras 30 anuncios también.

En la “rajadura” a la matrix (por no decir grieta ni balubi) que se abrió con el artículo Nadie lee nada[1] de Leticia Martin se pone en claro esto. A nadie le importan los argumentos, aunque los tengas, aunque te expliques perfectamente no hay correlación con que te entiendan, o peor, con que te escuchen.

Leer más de tres párrafos (en la vida real y si es con otres pffff) es un acto de rebeldía sino casi clandestinidad.

-¿Que podemos mirar?

-¿Y si leemos?

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Conservar algunas convicciones con el bombardeo mediático diario es un ejercicio mucho más difícil ahora.  Los colectivismos sumados a las redes sociales terminan muchas veces aumentando nuestras mezquindades y agrandando nuestros egos. Toda labor, correcta o no, útil o no, reducida a una foto para redes sociales devalúa cualquier forma de comunidad, se corrompe en el hecho mismo de “publicarlo”, del latín publicare «dar a conocer» > conocer: averiguar por el ejercicio de las facultades intelectuales la naturaleza, cualidades y relaciones de las cosas[2]. ¿Es justo engañar a las facultades intelectuales mostrando una foto, invariablemente sesgada (si entendemos como sesgo un punto de vida, sea cual fuere) sobre un hecho que queremos sea conocido en relación a nosotros? Es difícil pensar que ese entramado pseudo social pueda cultivar valores de otro orden, cuando lo que se califica, al menos para el espectador siempre estará ligado a estándares de belleza, pulcritud, riqueza, vínculos felices de familia, pareja y amistades.

Agobia enormemente la casi obligación a pertenecer a “las redes”, como un trasmallo, barriendo todo el lecho de lo que nos queda, los pocos hilitos con los que todavía tejemos la red, pero la nuestra. Despavoridos, desemplumados de tantas presiones de un deber ser formidable, hecho para cada nicho, nos carcomemos poco a poco para individualizarlo casi todo.

El trabajo exitoso, la foto en el gimnasio, los paisajes paradisiacos, los filtros o lo no filtros, el tiempo de diseñar la publicación, la milésima de segundo que tarda el espectador en pasar a la siguiente historia.

Si seguimos el juego de palabras de Leticia con respecto a la “viralización” y su relación etimológica a enfermarse, diría que hay un mensaje subliminal en que una publicación de 24 horas se denomine “historia”, porque habla de lo efímero que puede ser, cuando en realidad la humanidad está compuesta de todo ese suceder, esa reproducción de las condiciones que nos lleva a vivir, en este nuestro único mundo.

Es cierto que cada cual puede moldear su historia: puedo fingir estar en mi casa o en un bar; se deja a libre interpretación del espectador una escena programada, un recorte de un espacio y de un tiempo. Creamos una narrativa de nosotrxs mismos donde podemos ser lo que queramos, bohemios, misteriosos, hot, familieros, hater. “¿Pero el vacío negro, el escalofrío intermitente del abismo?”[3] en palabras de Juan L. Ortiz; qué pasa con lo que también es parte de nosotrxs, lo no tan bueno, las crisis, la angustia, los cuernos, los conflictos con el cuerpo, la belleza, el dinero, en fin, los problemas intrínsecos a la vida en sociedad (capitalista).

El muro que se construye en otras latitudes lo levantamos a diario nosotrxs, ocultándonos bajo la red de lo que mostramos, esa parte del ser, virtual, hologramado, sin olor y sin sabor, la foto, el meme, el recorte de la canción, el reel, un sorteo donde etiquetas a personas con las que no hablas.

Este conjunto de principios y obligaciones implícitos agota nuestra capacidad de socializar en “la vida real”, cuando no se es un usuario, un visualizador, un espectador, cuando impacta la brisa en la piel, se siente lo caliente de un mate, la mirada incomoda, sonrojarse por amor o por vergüenza. Entre el emoji  sonrojado y la sensación del estupor subiendo por el cuello a las mejillas, ¿Cuánta distancia existe?

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“Nadie se salva solo” repostea acostado solo en su casa. Es como un grito de “aun estamos acá”, abombados, perdiendo la lucidez, el sentido común en el más literal de los significados, pero intentando. El flyer de la universidad pública o la represión a los jubilados, ¡obvio!, y mientras se nos atrofian los dedos meñiques y el corazón; un anciano pide algo en la calle, disculpe no tengo.

Todas esas contradicciones cotidianas destruyen la moral y el espíritu, se torna inútiles frente a un monstruo invisible, que domina dentro y fuera de la pantalla. A través de la división y el reforzamiento de los nichos nos volvemos mas intolerables al dialogo y la discusión, el debate no tiene lugar donde todo es percibido como un ataque o un “tomar partido”. Esto se agrava cuando los dirigentes tampoco tienen la capacidad de construir puentes y detener el frenesí divisionista, por supuesto no exentos, son personas no aisladas de este nuevo clima de época.

Cada vez es más común que usuarios dejen de usar por algunos días las redes, sintiendo menos ansiedad, y percibiendo más tiempo libre. La idea de ser “público”, de que exista un “público” (aunque sea ínfimo o cercano) no existía en el pasado sino mediante instituciones más o menos demarcadas, la iglesia de cualquier credo, la familia, el trabajo o la profesión, el arte, etc. Hoy la carta de presentación social parece ser un perfil, un nombre de usuario, la foto o no de perfil, tener la cuenta privada o desbloqueada y por supuesto, la cantidad de seguidores. Todo este juicio nos abruma enormemente ante los parámetros alejados de la realidad, y fomenta aun más el ensimismamiento. Es decir, los límites de lo público y lo privado se están rompiendo frente a nosotrxs, no solo en la esfera de lo personal-subjetivo, sino y lo más grave, a niveles estatales y de gobierno.

Las redes sociales contienen la mayoría de los datos personales de toda la humanidad, seas un vendedor ambulante o el presidente de una nación, nadie queda afuera de su uso, y en occidente con el agravante de que son propiedad de las personas más ricas del mundo, sin ninguna regulación estatal.

Todo esto, burdamente resumido creo que le impone al poder mediático (fortalecido a través del tiempo con el diario, la radio, la tv, ahora el internet) la necesidad de reorganizarse. No existe un punto medio, hay periodistas con dueño a los que hace rato ya no les interesa la información o la objetividad y por el otro periodistas que dejan su vida o su integridad física por la información como ocurre en Gaza, o en Argentina con Pablo Grillo. No es casualidad que el fotoperiodismo sea una de las profesiones más peligrosas de los últimos a{os en el mundo. La comunicación más que nunca es el espacio de disputa del poder, porque permite el entendimiento o el engaño, sin reparos.

Muchas veces la idea del adormecimiento por exceso de entreteniendo banal es una posibilidad tentadora, pero vivir en un país hecho con IA resulta demasiado fantasioso para una sociedad acostumbrada a lo empíricamente posible.

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No les chupa la pij4 la opinión de los kukas, de los mandriles, de los kirchos, de los peruca, están obsesionados con nuestra existencia subversiva y lo que diremos a partir de allí, anhelan nuestra reacción al golpe, al agravio, al insulto, adoran nuestras lesiones y fomentan nuestras llagas. Sería importante entonces saber a ciencia cierta, cual es la opinión de los kukas. Nadie se salva solo, es cierto, pero tampoco en silencio. En Palabras de Rodolfo Walsh, “el terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Derrote el terror. Haga circular esta información”[4].


[1] https://www.perfil.com/noticias/columnistas/nadie-lee-nada.phtml

[2] https://dle.rae.es/conocer

[3] Juan L. Ortiz, libro “El alba sube” (1933-1936), poema “Sí, las rosas..”

[4] https://lapoderosa.org.ar/2010/03/un-acto-de-libertad/

Un comentario en «Nadie ̶s̶e̶ ̶s̶a̶l̶v̶a̶ ̶s̶o̶l̶o̶ lee nada»

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