Y en la noche muero al recordarte, porque sé que en la mañana no sentiré tu aroma, pues tu presencia se esfumó esta tarde, cuando pactamos un adiós. Mi corazón se acelera al pensarte, y de mis ojos caen pequeñas gotas que endulzan mi rostro previamente besado por tus labios. No puedo vivir si no estás, he aquí el por qué te escribo en la madrugada, mientras observo la misma luna que nos miraba aquella noche en la que me dijiste que me amabas por primera vez. La misma luna que presenció el primer gesto de amor, la primera caricia, tan íntima, tan tuya. Esta noche te amo, y en todas las que aún me quedan por vivir, pues te impregnaste en mí desde que te conocí, desde que me enamoré por primera vez, bajo luces centelleantes color carmesí, como tus labios, como nuestro amor, tan vibrante y colorido, tan sereno, como el sonido de tu voz, como la noche, como mis poemas, que todos tratan sobre vos.