Y el Viento no es más que un motor, un vehículo…/ A veces, en esta gran aventura de la Vida, he pensado/ que el viento es como un águila enorme que me/ lleva entre sus garras prisionero…/ Y en los días de tormenta, en las horas de cansancio/ y desamparo, a él me he atrevido a decirle:/ «Viento… suéltame… déjame morir… ¡acuéstame!/ quiero dormir… dormir… ¡dormir!
Me gusta cuando corre el viento porque me llega el sonido de un llamador de ángeles desde un balcón incierto, a lo lejos. Me distraigo escuchando ese sonido y me gusta imaginar que así se escucharía la risa del viento si le hicieran cosquillas. Entonces quiero que lleguen ráfagas más intensas para que se ría con más fuerza, para que se ría a carcajadas, y que el sonido me envuelva y me abrigue en el otoño de mi memoria.
Pero, cuando estoy así de distraído, así de disperso por el viento, me olvido de que dejé ropa colgada en mi propio balcón. Y me olvido de que, si el viento llegara con más fuerza, sería, a su vez, algo malo para mí, porque podría volarse mi ropa. No quisiera perder una media y tener que andar caminando rengo, con un pie desnudo, por el resto de mi vida. Ni quisiera que mis bóxers salgan volando y sean motivo de burla para las personas que pasen por la vereda.
Y así me olvido, entonces, de esa risa aleve del viento, de esa armonía inesperada que me había sacado de acá, de este mundo, por un instante. Y así vuelvo a esta realidad de ropa vieja colgada en mi balcón solitario y aburrido.