Llegué, y la tele ya estaba prendida

Llegué y la tele ya estaba prendida. Una película que no entendía se mostraba indiferente contra la oscuridad de la habitación. Me senté en el suelo, con las piernas cruzadas, y empecé a verla. No había nada más.

La película era mala, bastante aburrida. Pero la seguí viendo, tal vez por inercia, tal vez por curiosidad. ¿Y si después se ponía más interesante? ¿Y si después pasaba algo?

Podría haber apagado la tele, podría haber intentado cambiar de canal, podría haber cerrado los ojos para no ver más. Pero no hice nada, me quedé quieto, mirando la película pasar.

Cada tanto me reí con algún chiste pasajero, me entusiasme con la acción y los efectos especiales, me conmovió el drama barato. Pero el argumento (que no recuerdo) nunca llegó a ser genial, ni siquiera bueno, y no me despertó ningún interés.

En algún punto incierto, no sé si yo me dormí o terminó la película. Lo único que perduró fue la habitación que me encerraba y la oscuridad asfixiante.

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